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El voto útil para las minorías

La mayoría de analistas electorales coinciden en vaticinar unas elecciones muy igualadas entre las principales opciones de gobierno. Algunas de estas previsiones son interesadas y van orientadas a combatir la abstención y a incentivar el llamado voto útil, que quiere decir literalmente, ahora y aquí: "si quiere evitar que gane el PP, no vote a una minoría, sino al único partido que puede impedirlo". La verdad es que han conseguido sembrar la duda en muchos electores, a los que les dará un soponcio si el PP vuelve al gobierno.

Cuentan, además, con dos argumentos espurios en democracia pluralista pero eficaces: 1) solamente hay dos opciones políticas entre las cuales se decide la presidencia del gobierno; 2) votar a un partido minoritario en muchas circunscripciones es perder el voto.

Una reforma electoral redundaría en beneficio del pluralismo y de la calidad democrática

Hay que recordar, nuevamente, que el sistema de gobierno establecido en la Constitución española de 1978 es parlamentario. El Parlamento decide quién gobierna. En consecuencia, forma gobierno aquel candidato a la presidencia del Gobierno que consigue mayor apoyo en el Congreso de los Diputados. La personalización de las campañas electorales ha distorsionado el sentido de las elecciones legislativas, que es la representación del pluralismo político como paso previo a la elección presidencial. Son los diputados pertenecientes a los distintos grupos parlamentarios los que eligen al presidente del Gobierno y, en este punto, las minorías son necesarias cuando ninguno de los partidos mayoritarios consigue la mayoría absoluta. Es lo que sucederá el próximo 9 de marzo, según todos los sondeos electorales. Luego las minorías no sólo serán útiles, sino decisivas.

La reducción de las elecciones a una competencia entre dos para dirimir quién ganará La Moncloa empobrece la democracia. El pluralismo debería estar garantizado, especialmente en los debates electorales emitidos por las cadenas públicas y privadas de televisión. El debate entre dos candidatos no es diálogo, es pugilato. Se trata de vencer, no de convencer. De este modo, las elecciones no son ninguna educación para la ciudadanía. Al final, la llamada democracia no tiene nada que ver consigo misma. Si lo fuera, se organizarían debates con todas las fuerzas políticas, que pueden acabar decidiendo quién será el presidente del Gobierno. Esto ayudaría a conocer las distintas posiciones políticas y los posibles pactos parlamentarios o de gobierno. Y los electores decidirían el voto con mayor conocimiento del pluralismo realmente existente. Cuando la democracia (o como se llame) sea solamente cosa de dos crecerá la abstención. Ya sucede en Estados Unidos. Más o menos se abstienen el 50% de los electores en las presidenciales. No es poca cosa con la movida de meses y meses de campaña electoral. La democracia estadounidense es una democracia de fuegos artificiales hacia adentro y de fuego real hacia fuera. Bueno, también hay fuego real hacia dentro en el país con más armas de fuego de uso público y privado.

El sistema electoral español es perverso. Le llaman proporcional pero es mayoritario en su resultado, una paradoja más de nuestra Constitución híbrida y contradictoria. Así nos va en materia electoral. Dice el artículo 68.3 sobre la elección al Congreso: "La elección se verificará en cada circunscripción atendiendo a criterios de representación proporcional". No lo veo. La aplicación y el resultado de la combinación entre circunscripción provincial y fórmula electoral es mayoritario y no proporcional. El sistema electoral fomenta el bipartidismo en la gran mayoría de las circunscripciones electorales. El predominio de circunscripciones pequeñas con menos de ocho diputados es abrumador, 40 provincias sobre 50, y con menos de 6 diputados, 30 sobre 50. A esto se le llama desproporcionalidad. Es una suerte, sin embargo, que no se previera el voto concentrado de algunas periferias, por ejemplo en Cataluña y el País Vasco. La consecuencia es que los partidos nacionales catalanes, vascos, gallegos o canarios tienen la llave de las mayorías, lo que provoca urticaria a todos los españolistas del reino. En las comunidades mesetarias y algunas más el bipartidismo arrasa. Que le pregunten a Izquierda Unida lo que le cuesta un diputado y, a continuación, se compara con el PSOE y el PP. Los votos robados por imperativo electoral a IU se los reparten socialistas y populares. Hay que tener cara dura para vivir cómodamente con los votos del competidor y no hacer nada. Una reforma del sistema electoral con una mayor proporcionalidad redundaría en beneficio del pluralismo y de la calidad de la democracia. Por ejemplo, es imposible que todos los votantes del PP sean de derecha extrema, como la dirección de este partido. Mientras tanto, no se debe olvidar que se puede votar a las minorías y no perder el voto en varias circunscripciones, no solamente en Madrid y Barcelona.

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En las elecciones del próximo 9 de marzo se presentan más de dos opciones. Votemos según nuestras preferencias, pero no nos dejemos ganar por la campaña del voto útil. La democracia vive del pluralismo y de la deliberación. Desaparece en la confrontación bipartidista, basada en el diálogo de sordos entre dos y no más de dos. Asimismo, no caigamos en la ingenuidad de creer en los príncipes de cuento, tengan cara tramposa como Sarkozy, o cara angelical como Obama. Nosotros, los ciudadanos, somos los que podemos y tenemos que cambiar las cosas a mejor. Y no solamente mediante el voto.

Miquel Caminal es profesor de Teoría Política de la Universidad de Barcelona.

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