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Una vida sin salir del tablero

Antonio Jiménez Barca

A los 14 años, Bobby Fischer se convirtió en campeón absoluto de ajedrez de EE UU. De esa época es la famosa foto en la que se le ve, con el pelo rapado y una camiseta de manga corta, a punto de mover la dama negra con la mano derecha mientras se muerde una uña de la izquierda. Por entonces había abandonado los estudios y casi cualquier cosa porque su portentoso cerebro se dedicaba, casi exclusivamente, a pensar en el ajedrez, un juego tan infinito como cerrado en sí mismo.

Su infancia fue una colección de desgracias que hirieron su personalidad retraída: su madre, Regina, era una mujer paranoica a la que el FBI acusó de ser una espía soviética; su padre, el biofísico alemán Gerhart Fischer, los abandonó cuando Bobby tenía dos años; más tarde se enteraría de que su verdadero padre no era él, sino el científico húngaro Paul Nemenyi, al que también acusaron de ser un espía ruso. A lo largo de los años sesenta, su ajedrez alegre, directo, arriesgado y valiente siguió destacando, pero su carácter inestable y maniático y sus disputas con la Federación Internacional de Ajedrez le impidieron disputar el título mundial. "Hay que jugar la apertura como el libro, el medio juego como un genio y el final como una máquina", decía. Y lo cumplía: en 1971 tumbó a todos sus rivales en el torneo de candidatos. Encadenó 20 triunfos seguidos en un deporte en el que, a ese nivel, las tablas son algo habitual y casi un alivio al que se agarran los contendientes como boxeadores agotados de zurrarse en la cuerda floja.

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Tras estas victorias, con 32 años, se ganó el derecho a desafiar al campeón mundial, el ruso Boris Spassky. Ese torneo, disputado en Islandia, en 1972, fue mucho más que una partida de ajedrez: en plena guerra fría, un estadounidense desafiaba a la Unión Soviética en un juego que los rusos consideraban de su propiedad y donde habían colocado invariablemente un campeón del mundo desde hacía tres décadas. Convertido en símbolo de la lucha Este-Oeste, Bobby Fischer ganó el torneo y un amigo: su contendiente Spassky, también convertido a su pesar en símbolo y maldito en la URSS desde entonces.

Tres años después, Fischer se negó a defender el título ante Anatoli Kárpov, que ganó por incomparecencia. A partir de entonces, el estadounidense desaparece de la vida pública. En 1992, desafiando a su país, se salta a la torera el bloqueo a la antigua Yugoslavia y disputa la revancha más famosa del planeta, frente a un Spassky también 20 años más viejo. Los dos antiguos amigos volvieron a jugar y Fischer volvió a ganar.

Se convirtió en un refugiado, en un apátrida. En 2004 fue detenido en Tokio. Islandia le concedió asilo. Allí fue a morir. Allí ha muerto. Alguna vez dijo que su partida favorita la disputó cuando tenía 13 años, antes de que comenzara todo, antes de convertirse en campeón. -

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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