_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿Para quién es la tumba?

Abril no es el mes más cruel, como dijo el poeta T. S. Eliot, sino enero, con sus treinta y un días en cuesta hechos de noches frías, números rojos, horarios que vuelven y luces que se apagan. Abril no puede ser siempre el mes más cruel, según argumentaba Manuel Vázquez Montalbán, porque en abril de 1974, por ejemplo, floreció la Revolución de los Claveles en Portugal.

Pero enero sí, porque en enero se ha muerto Ángel González, se ha ido en este Madrid sin consuelo del año 2008, lo mismo que se fueron Benito Pérez Galdós en el de 1920 o Juan Benet en el de 1993; o lo mismo que en Barcelona se nos murió Jaime Gil de Biedma y en otras ciudades y otras épocas se alistaron a la lista de los difuntos todos los ramones geniales, desde Sender y Gómez de la Serna hasta Valle-Inclán, lo cual es incomprensible, porque lo lógico es que él se hubiera muerto fuera de los calendarios, en un mes de su invención, el mes número trece, o algo por el estilo.

Es probable que todos esos náufragos de Irak y el 11-M se hundan juntos

Enero mató a Juan Rulfo, Paul Verlaine, Agatha Christie, James Joyce, George Orwell... Y a tantos amigos que, a estas alturas, cada vez van siendo más verdad aquellos versos del propio Ángel González, bendito sea: "Si me asusta / la muerte, / no es porque la presienta: / es porque la recuerdo".

A esta columna le faltan ya los ojos benévolos de Ángel, pero a pesar de todo no puede ni quiere detenerse, y por eso vamos a dejar que nuestro filósofo, Juan Urbano, siempre dispuesto a atar cabos y establecer relaciones entre los extremos de la realidad, regrese a la arena de las noticias y, en dos segundos, se pregunte quién se ha muerto políticamente en el PP este mes de enero.

¿De quién es la tumba que ha cavado en las cunetas más oscuras del partido de la derecha su líder, al excluir al alcalde de Madrid de las listas al Congreso para las elecciones de marzo? ¿A quién ha liquidado Esperanza Aguirre con su victoria? ¿A su enemigo de toda la vida, Alberto Ruiz-Gallardón, que como siempre que cree que va a perder amenaza con retirarse, cosa que, probablemente, al final no hará; o al propio Mariano Rajoy, sobre cuya cabeza hace círculos la presidenta, esperando que caiga para ocupar su puesto?

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Lo que parece indudable es que si las primeras cinco letras de esta esperanza, leídas de atrás adelante, dicen "aznar", no es por casualidad: está muy claro quién manda en el PP.

Tampoco es raro que Esperanza, leído de forma normal, empiece por "espera", porque la presidenta es paciente, puede sonreírle a sus víctimas, mientras les toma las medidas, todo el tiempo que haga falta, y ha sabido aguardar su momento, la hora triunfal de recordarle a su jefe de paja en qué manos están las riendas del partido.

A Juan Urbano le pareció una mala noticia, porque ya sabemos cuál es el camino profundamente reaccionario que pisan esos pies que unas veces calzan zapatos negros de diputado y otras zapatos blancos de obispo.

Por supuesto que Juan Urbano sabe que en esta vida no hay frase más detestable que la que empieza por "ya te lo dije"; pero, de hecho, ya nos lo dijo en este mismo lugar y hace muy poco tiempo: Ruiz-Gallardón no iba a ir en las listas de marzo porque el PP en general y, especialmente, el PP de Madrid, está controlado por su ala más ultraconservadora: ala de águila imperial, paloma del espíritu santo o buitre quebrantahuesos, según convenga. Bueno, pues como esa gente quiere ser de centro pero no a base de moderarse, sino de tirar del centro hacia la derecha; y como se supone que es el electorado de centro el que al final decide a quién le vamos a alquilar cuatro años el palacio de la Moncloa, es probable que todos esos náufragos de Irak y el 11-M se hundan juntos y dejen paso a una nueva generación que no quiera ni tumbarse al sol de las conspiraciones ni vivir a la sombra de las sotanas en flor.

Pobre Madrid, en cualquier caso, porque no parece que para quienes lo gobiernan desde hace años sea mucho más que un trampolín, un laboratorio o, como mucho, un atajo a la política nacional, que es un pastel muy grande y requiere personas muy hambrientas de poder, de esas que no se paran ante nada y para las que el fin justifica los medios. Esperanza Aguirre fue al despacho de su Rajoy de paja como Borís Yeltsin a ver a Gorbachov, con un dedo en forma de espada, un ultimátum y una orden: "Te lo advertimos: si metes a Gallardón en las listas, dimito como presidenta de la Comunidad, para poder ir yo también. Así que ahora mismo descuelgas el teléfono, le llamas delante de mí y le dices que está fuera". El pobre Mariano obedeció sin rechistar. Tampoco es para tanto, porque el dedo que le regaña es el mismo que le dio el puesto, sólo que colocado en otra mano. Es lo malo de los círculos: puedes dar vueltas todo lo despacio que quieras, pero al final siempre terminas pasando por el mismo sitio.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_