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Reportaje:

El Tiziano más sensual

Tras concluir su exhibición en el Kunsthistorisches Museum de Viena, será de nuevo visible en la Galería de la Academia de Venecia entre el 1 de febrero y el 21 de abril, la exposición titulada El Tiziano tardío y la sensualidad de la pintura. Ésta es, sin duda, uno de los acontecimientos artísticos más importantes de los últimos años dentro del terreno de lo que cabe organizar sobre los grandes maestros históricos. Comisariada por Sylvia Ferino-Pagden, una de las figuras más respetadas hoy por la historiografía y la museología artísticas de todo el mundo, la muestra consta de 67 obras, 51 de las cuales son pinturas -la mayoría naturalmente de Tiziano-, y el resto, grabados en cobre. Por lo demás, hay que resaltar que la trascendencia de esta convocatoria no se debe sólo a haber reunido un cuantioso número de obras del genial artista veneciano, uno de los más grandes y más decisivamente influyentes maestros antiguos, sino al tema elegido para abordarlo: su deslumbrante y alargada etapa final. Nacido hacia 1485 y muerto en 1576, el portentoso talento de este seguramente nonagenario artista se enseñoreó durante casi un siglo, el XVI, ardiente y conflictivo como el que más, pero, sobre todo, repleto de excepcionales pintores. En cualquier caso, iniciada su carrera artística justo al filo de 1500, lo que se entiende como el umbral de su espléndida madurez se puede fechar aproximadamente hacia 1540 y comprende los últimos 25 años de su alargada existencia, con la peculiaridad de que su intensidad y calidad fue aumentando progresivamente hasta su muerte. Por último, informativamente hay que señalar que han colaborado en esta empresa algunos de los mejores especialistas internacionales, entre los que se cuenta el español Fernando Checa, antiguo director del Museo del Prado, y que, en esta ocasión, forma parte del comité científico y es autor de uno de los ensayos del catálogo de la exposición.

Aprovechó al máximo las posibilidades del atormentado manierismo y abrió paso al moderno naturalismo posterior

Los primeros en reparar en la deslumbrante madurez de Tiziano fueron sus contemporáneos, como así se refleja en lo escrito al respecto por Vasari en la segunda edición de sus Vidas, donde alabó su destreza expresiva, pero, sobre todo, la necesidad de admirar sus pinturas a cierta distancia y su capacidad para "esconder" el trabajo, elogios que luego se convirtieron en tópicos para comentar la obra de otros artistas posteriores de la misma presteza y brillantez naturalistas. Para reparar en estas cualidades de Tiziano y elogiarlas por escrito, Vasari debió vencer su no escasa prevención frente al colorismo veneciano y su creciente victoriosa rivalidad con Florencia y su máximo pontífice, Miguel Ángel. Pero no pudo por menos hacerlo porque el Tiziano maduro se convirtió en el punto de referencia de la más poderosa y refinada clientela de Europa, trabajando a destajo para las cortes más espléndidas, entre ellas la de los Habsburgo y, en especial, Carlos V y Felipe II, que prácticamente lo monopolizaron, como se comprueba en las fantásticas colecciones que hoy conservan el Museo del Prado y el Kunsthistorisches de Viena.

Discípulo, ni más ni menos, que de Giovanni Bellini y Giorgione, Tiziano no sólo se emparejó pronto a la elevada maestría de ellos, sino que fue destilando un estilo propio, que atravesó la herencia del Renacimiento, aprovechó al máximo las posibilidades del atormentado manierismo y, por fin, abrió paso al moderno naturalismo posterior. Cultivó prácticamente todos los géneros, pero destacó sobremanera en el retrato y la pintura de historia, sacra o profana, llegando en esta última, denominada adecuadamente como "poesías", a un nivel de excelencia incomparable, tanto por su capacidad imaginativa como por su estremecedora sensualidad. En realidad, lo que hoy nos sigue cautivando es cómo alguien tan refinadamente dotado para sacar semejante brillo e intimidadora zozobra al tratar el hedonismo y la carnalidad pudo evolucionar, durante el tramo final, hacia un tratamiento tan intimidatorio y sombrío de la belleza. Éste es el secreto que visualmente nos desvela la presente exposición y lo hace a través de apartados monográficamente dedicados precisamente a los retratos, y la mitología y los temas sacros, con obras como las Dánae del Prado y del Kunsthistorisches; la turbadora Venus, Marte y el amor; La Venus del espejo, aquí emparejada con la versión de Rubens; las tres versiones de Tarquinio y Lucrecia, de Cambridge, Burdeos y Viena; Ninfa y Pastor o El deshollamiento de Marsias, por no hablar de sus Salomé, Magdalenas, del Ecce Homo de Saint Louis, la Madonna con el Niño, de Londres, o el San Sebastián de San Petersburgo. Evidentemente, por razones técnicas obvias, en Viena y en Venecia no estarán los mismos cuadros, aunque sí casi todos los esenciales que dan lustre y sentido a esta soberbia muestra.

Pero aún nos queda por comentar algo de esta exposición sobre este Tiziano tardío: lo que impresionó a sus colegas contemporáneos y posteriores, porque, sin él, resulta difícil explicar a Rubens, Velázquez, Delacroix, Manet o Picasso, por sólo mencionar algunos de los más decisivos peldaños de la modernización artística hasta llegar a la actualidad. La misma personalidad humana de Tiziano resulta fascinante por la variedad de sus registros y su poder para descubrirse hacia afuera de una manera misteriosa, sugestiva y, no pocas veces, astuta. Alcanzó, por ejemplo, un prestigio y una riqueza difíciles de parangonar, pero simulaba ser pobre y más anciano de lo que era. Su melancolía final se tiñó de un aire trágico al sobrevivir a todos, quedándose casi en completa soledad. Fue un gran trabajador, pero no menos empresario y hábil poder fáctico, lo que le hizo tan temido como admirado por sus contemporáneos. En cualquier caso, lo que nos deja aún hoy estupefactos es su portentosa alquimia pictórica y su sagacidad artística para penetrar en los misterios de la carne, sensual y patética a la vez, y, por supuesto, su sentido para ahondar en el alma de sus retratados, desvelando su psicología y el vivaz drama de las acciones en que se vieron envueltos. Realmente, no cabe entender, en efecto, el destino del arte moderno sin la casi atosigante sombra tutelar de este genial pintor, que simultáneamente explica y conmueve. Aún sin apagarse el fuego que produjo la también excelente muestra de 2003 que le dedicó el Museo del Prado, esta revisión del último Tiziano en Viena y Venecia vuelve a golpearnos en el corazón mismo de nuestra sensibilidad. -

<i>Marte, Venus y Cupido</i> (1530).
Marte, Venus y Cupido (1530).

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