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Columna
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Presagio

Doce años después de la disposición de mayorías absolutas y absolutamente desdeñosas con las minorías, el PP ha sufrido su primera derrota en las Cortes Valencianas. Tan sorprendente circunstancia se atribuye a la indolencia de los consejeros, a las ausencias justificadas o a un error informático. No se tiene noticia de que ninguna de sus señorías invocara los Idus de marzo. Si el adivino Espurina disfrutara de escaño en tan venerable y monótona institución, le hubiera advertido a la presidenta: "Milagrosa, cuídate de los Idus de marzo". Pero la señora Milagrosa Martínez, algo aturdida, consultó el Reglamento de la casa y dispuso que los diputados votaran no solo a mano alzada, sino a cuerpo gentil alzado y bien tieso. Sin embargo, una victoria así, tan menuda, llevó a los parlamentarios de la oposición al aplauso. Quizá interpretaban el inédito episodio como un mal presagio para el futuro electoral de una derecha que cuando hinca los caninos no suelta la mordida. Ni esta derecha, ni la que le precedió, en los tiempos de la dictadura: es su ADN político. Y tan evidente que ambas confunden lo perpetuo con lo eterno, antes que enmendarla. En estos últimos días, se está hablando mucho de los honores y distinciones que recibió Francisco Franco, como uno de los más activos generales sublevados y en su posterior e impuesta condición de jefe de Estado. Un proceso de honorificación ilimitado que va desde hijo predilecto de España hasta un medallero de oro, ciertamente deslumbrante. Ahora, se pretende retirárselos, no por capricho o venganza, sino por decoro, como síntoma de recuperación de la dignidad y, sobre todo, de la sensatez y cordura institucional y ciudadana. Es vergonzoso internarse en el inventario de títulos, condecoraciones y nombramientos, particularmente para cuantos se los concedieron, y constancia documental queda de tanta adulación. Qué de peloteo se derramó haciendo patria. Por supuesto, van a producirse discrepancias, debates y votaciones. Y el PP dirá que no, excepto cuando se equivoque, como ahora en las Cortes, o cuando algún regidor o parlamentario popular, bien equilibrado y lúcido, que los hay, aunque no abundan, observe que la medida no solo es legal, sino procedente y justa, precisamente para liquidar traumas y hostilidades. En todas partes cuecen habas y en casi todas, textos capitulares que incitan, más que a la irritación, a la risa, incluso a la carcajada. En los libros de actas de esta ciudad, hay desde una propuesta que jamás prosperó y que nunca se dijo por qué, de que Alicante se llamara Alicante de José Antonio, hasta el nombramiento de hijo adoptivo, de alcalde honorario perpetuo -es decir vitalicio y no eterno, cuidado- y concesión de la medalla de oro al general Francisco Franco, a quien también la Diputación lo hizo presidente honorario de la misma e hijo adoptivo de la provincia. Cada nombramiento resuelto por aclamación y entre salvas de aplausos. Si se lee el acuerdo plenario en el que se le confirió la condición de hijo adoptivo, se dice "aunque más que hijo es padre de Alicante y de España". Un respeto, por favor.

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