_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Nervios de vanguardia

Un día, a mediados del siglo pasado, las viejas máquinas grasientas, dentadas, llameantes y muy ruidosas con las que trabajaba y sudaba el hombre en su puesto de trabajo industrial, de repente se transformaron en máquinas alfanuméricas de memoria infinita, dotadas de pantalla electrónica, con gran capacidad multimedia y siempre muy obedientes a las leyes de la lógica matemática. Ese mismo día impreciso empezó no sólo la gran bifurcación posindustrial, con todo lo que ese cambio de tecnología implicó e implica en nuestras sociedades desarrolladas, o turbocapitalistas, sino que al mismo tiempo y por vez primera en nuestra historia las nuevas máquinas con las que trabajaba el hombre, todas y sin excepción, empezaron a tener tratos muy íntimos con las herramientas del artista experimental.

Y es que las nuevas tecnologías laborales, posindustriales, al contrario de lo que siempre ocurrió con las viejas máquinas de otros siglos, se especializaron esta vez en plagiar con descaro las funciones típicas del cerebro y dejaron de ser, como hasta entonces, meras prótesis de la fuerza de los brazos, la velocidad de los pies, la pericia de las manos, la tracción, la potencia muscular y demás simulacros industriales. Estas nuevas máquinas posindustriales imitan ahora los nervios del cerebro y por lo tanto del lenguaje, la memoria, la visión, la audición, la comunicación interactiva y tantas otras cosas.

Es más, estas nuevas máquinas con pantalla, perdonen la redundancia, no sólo mutaron el paisaje industrial, lo que ya es obvio, sino que también se transformaron en los nervios de la vanguardia artística. Y esto es lo nuevo e inédito: todas estas nuevas máquinas laborales procedentes de la ciencia y esas tecnologías que hicieron posible la bifurcación posindustrial y señalan la frontera precisa del I+D+I de las naciones, absolutamente todas, ya digo, tienen relaciones fecundas con la actual experimentación artística y cultural, y por lo tanto el arte que se pretende vanguardista, acaso por vez primera, está obligado a tener tratos obligatorios y continuados con la Ciencia, la nueva creación industrial, el desarrollo de las tecnologías, la complejidad filosófica y, sobre todo, con esa bendita materia prima que ahora mismo hace girar el globo y se llama Conocimiento.

Ésta es la gran diferencia entre las vanguardias de principios del siglo pasado y las nuevas experimentaciones del arte electrónico, digital, interactivo, art media, net art o como se diga, y hay muchas maneras de llamarlas: cuando las máquinas de trabajar e innovar que plagiaban el cerebro del hombre también, entre otras cosas, se convirtieron en los nervios del arte y la cultura del nuevo milenio.

Una cosa es cierta. La nueva vanguardia vendrá del actual trato íntimo y muy hibridante que mantienen estas nuevas máquinas (marca turmix) del arte electrónico y que todas son de triple uso (laboral, artístico y científico) o ya nunca más habrá Vanguardia, pronunciada la palabra en mayúscula singular, como hace un siglo. Se acabaron los tiempos de las vanguardias que iban por el monte solas y agarradas a un solo género, formato, media o galaxia, y completamente al margen de la industria, las tecnologías, la Ciencia, el Conocimiento, el I+D y el producto interior bruto.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_