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Ayudemos a Estados Unidos a ser lo que fue

Desde hace ya un tiempo se vienen publicando, en este y en otros diarios nacionales e internacionales, toda una serie de análisis y opiniones sobre lo que podíamos llamar el incipiente declive de la hegemonía norteamericana. Autores como David M. Walker comparan, por ejemplo, la situación que se vive actualmente en Estados Unidos con la que se vivía en el Imperio Romano en los inicios de la crisis que lo conduciría a su desaparición. Otros, como Timothy Garton Ash, nos hablan de la "esfera interna" de la política estadounidense y de sus prácticas. Este autor denuncia, por ejemplo, que el sistema político norteamericano está concebido de manera tal que el presidente de EE UU tan sólo puede dedicarse plenamente a la tarea de gobernar uno de los cuatro años de su mandato. Cualquiera que sea fan de la serie The West Wing, un fidedigno retrato del día a día del presidente de los Estados Unidos y su gabinete de asesores, que ha recibido innumerables premios por su altísima calidad no sólo televisiva, sino también pedagógica, puede dar fe de que Ash tiene toda la razón en lo que dice.

Me quedo, sin embargo, con las reflexiones de Paul Auster, reflejadas en el artículo que Tomás Eloy Martínez publicaba en estas páginas el pasado 13 de septiembre. De acuerdo con el autor de Mr. Vértigo, Estados Unidos se ha convertido en un "monstruo" a los ojos de la gente en estos últimos cuatro años. Cuando ocurrió el 11-S, dice Auster, todo el mundo miraba a Estados Unidos con solidaridad; hoy, la gente lo hace con desprecio, cuando no con terror. Vértigo es precisamente lo que le produce al autor americano la situación de aislamiento en la que se encuentran sumidos, cada día más, este país y sus gobernantes.

También en las páginas de este periódico, Javier Valenzuela señala que, aunque el declive del que es presa el coloso americano puede tardar años, incluso generaciones, en materializarse, los indicios de que Estados Unidos se está asomando a la pendiente son ya demasiado fuertes como para desatenderlos. Es por ello por lo que tenemos que recordar, una vez más si cabe, lo importante que es para todos nosotros, para el mundo en su conjunto, que este país no pierda su pujanza.

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En efecto, Estados Unidos es la pieza clave de la economía global. No solamente es el primer inversor en muchas zonas del mundo, como, por ejemplo, en nuestra querida América Latina, sino que además es el primer socio comercial de, por ejemplo, la Unión Europea (Eurostat Yearbook 2006-07, p. 195). Además, desde un punto de vista político, y aunque George W. Bush se ha ocupado de desmantelar gran parte del acervo de buenas prácticas internacionales que tanto había costado construir, sobre todo en los años de Bill Clinton, Estados Unidos sigue siendo un socio clave en el entramado internacional, de tal manera que su papel sirve en muchas ocasiones para desenmarañar nudos que, en su ausencia, tardarían siglos en desatarse.

Desde un punto de vista intelectual y académico, que es el que a mí más me toca por mi profesión, no podemos dejar de recordar que la potencia de las universidades, centros de investigación, think tanks, servicios de estudio, etcétera, de Estados Unidos sigue siendo hoy en día verdaderamente excepcional. Tanto es así que los norteamericanos tienen el liderazgo y tiran del carro en muchas materias de interés primordial para nosotros, los europeos. Por poner un ejemplo, la mejor investigación en materia de integración europea (no sólo en el campo jurídico, sino en ciencias sociales en general) se hace, paradójicamente, en Estados Unidos. Sin Estados Unidos, la investigación científica sobre Europa se vería, hoy en día, huérfana no sé si de padre, pero desde luego, sí de madre.

Tenemos que ayudar a Estados Unidos a ser lo que fue. Odio dramatizar, pero yo diría que incluso tenemos la obligación moral de hacerlo. Primero, por una razón de reciprocidad: Estados Unidos nos ha ayudado a nosotros en incontables ocasiones. Son episodios que están en la mente de todos y que no voy a recordar yo aquí. La segunda es una razón interesada. Si a Estados Unidos le va bien, nosotros, los europeos, y los españoles entre ellos, tendremos más probabilidades de que nos vaya bien también. Y tercero, una razón puramente altruista, por qué no. Los españoles estamos entre los ciudadanos europeos que más profesan el valor de la solidaridad para con los demás. Pues bien, si somos capaces de ser solidarios con el Tercer Mundo, o con causas perdidas, o con la naturaleza, ¿por qué no podemos serlo con alguien que empieza su declive? Lo que hace un amigo con otro que se va a despeñar es, precisamente, eso: le avisa del trompazo que se va a pegar, le indica cuáles son las alternativas, le insta, casi como si su vida fuera en ello, a que retome la cordura y el sentido común.

Podemos ayudar a Estados Unidos, y debemos hacerlo, de varias maneras. Sobre todo, podemos ayudarlo a recordar lo que fue. Estados Unidos fue el origen de muchas de las cosas que disfrutamos hoy en día, empezando por la democracia, siguiendo por el federalismo, pasando por los derechos humanos y terminando por la ventana mental que se nos abrió a todos en la cabeza cuando vimos al primer hombre, sí, un norteamericano, dándose un paseo por la Luna como quien no quiere la cosa.

Para ayudarlo a recordar lo que fue, para sacarlo de la amnesia en la que está instalado y que puede conducirlo al fracaso, tenemos dos opciones: darle la espalda y excluirlo, o intentar mirarlo de frente y seguir incluyéndolo entre nosotros. Creo que la primera opción es propia de mentes estrechas, incompatible con el concepto que nosotros mismos queremos tener de nosotros como europeos y como españoles. No cuadra con nuestros valores, en definitiva. Sólo la segunda opción nos puede permitir seguir estando satisfechos con nosotros mismos, al mismo tiempo que ayudamos de verdad a nuestro socio y aliado. Podemos seguir incluyendo a los americanos en lo político, estudiando las formas de profundizar, y no de relajar, la integración de nuestros respectivos continentes. Podemos seguir haciéndolo en lo económico, intentando ir de la mano en aquellos lugares de interés común. Podemos seguir haciéndolo en lo académico, diseñando proyectos que no alejen aún más, sino que acerquen, a los investigadores de uno y otro lado del Atlántico. Podemos seguir haciéndolo en lo cultural, para que, como nos pasa a muchos, podamos seguir disfrutando, en este lado del Atlántico, de las cosas que escribe la gente que está en el otro, como Paul Auster.

Antonio Estella es profesor de Derecho Administrativo de la Universidad Carlos III de Madrid.

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