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ALBERTO RUIZ-GALLARDÓN

El paso adelante

Antonio Jiménez Barca

Hace 24 años, cuando tenía 25, Alberto Ruiz-Gallardón era un tipo ambicioso, algo obsesivo y delgadísimo, con gafotas de pasta y pinta de empollón de tebeo. Ya había comenzado en política, aunque su destino era de lo más deprimente: concejal en la oposición de los asuntos de personal del Ayuntamiento de Madrid.

En el Ayuntamiento, Ruiz-Gallardón aplica la receta de gasto público y fuerte endeudamiento
Nacho Cano: "No era muy empollón, sí muy inteligente. Y su amor por la música me consta"
"Se pone cerca de Rajoy para, si éste se estrella, darle el empujón final", opina un dirigente del PP
Las elecciones municipales dejan su partida particular en tablas. Aguirre y Gallardón arrasan
"Menospreció a Esperanza. La veía como una mujer frívola", según un ex asesor de Gallardón
EL DELGADUCHO SE HIZO FUERTE . Ya no queda nada del concejal delgaducho que se liaba y enrollaba hasta hacer perder la paciencia a sus propios correligionarios. Se ha convertido en un parlamentario peligroso y hábil, capaz de rematar con frialdad al que noquea.

El novato era conocido en el salón de plenos por dos cosas: por ser hijo del vicepresidente de AP José María Ruiz-Gallardón, y por lo prolijo y aburrido que llegaba a resultar en sus trabajadas intervenciones kilométricas. "Era un pesado", resume el senador del PSOE y ex regidor Juan Barranco, por entonces primer teniente de alcalde. "Pegado al reglamento siempre. Y dale, y dale, y dale con el reglamento, y venga a hablar. Hasta Tierno, que era amigo de su padre, se llevaba las manos a la cabeza cuando le oía".

LOREDANO

Una tarde, pasada la hora de comer, Ruiz-Gallardón disertó casi cuarenta minutos sobre un asunto intrascendente. Le iba a contestar el concejal de Personal del PSOE, Javier Angelina, pero Barranco, harto, arrebató el micrófono a su compañero, miró de reojo a Ruiz-Gallardón y soltó:

-Como dijo san Lucas, crezca el niño en bondad y sabiduría.

En un sonado debate en la Asamblea de Madrid machacó a la portavoz socialista Cristina Almeida

Y se levantó, dando por terminada la sesión.

"En bondad no sé si ha crecido el niño", se ríe ahora Barranco. "Pero en sabiduría, sí, y mucho. Ahí está ¿no?".

En efecto. Ahí está: en estos 20 años, Alberto Ruiz-Gallardón ha ganado peso, ha perdido volumen de gafas, ha abandonado por el camino el aspecto de empollón de libro y se ha convertido en un político original y elaboradamente atípico, pero clave de la derecha en España. Hasta sus más enconados enemigos, que se encuentran en el PP, naturalmente, le reconocen un logro difícil: haber ganado por goleada las últimas cuatro elecciones a las que se ha presentado (dos a la Comunidad de Madrid, dos al Ayuntamiento). Pero le acusan de poner su ambición personal, que apunta a La Moncloa, por encima de cualquier cosa, de cualquier persona y de cualquier cargo.

Hasta sus enemigos le elogian por haber ganado por goleada las últimas cuatro elecciones

En agosto, Ruiz-Gallardón se postuló para acompañar a Rajoy en un puesto destacado en la lista del Congreso de las próximas elecciones de marzo. El alcalde asegura que su intención es reforzar al candidato del PP a la presidencia del Gobierno y de paso dar voz a los ciudadanos de Madrid. La interpretación es la contraria desde muchos sectores del PP. Están convencidos de que el gesto esconde un movimiento táctico perfecto encaminado a situarse bien en la lucha por el poder en el partido si Rajoy pierde las elecciones. "Se pone cerca de Rajoy para, si éste se estrella, darle el empujón final", resume un dirigente del PP en Madrid. "Imaginemos que pierde Rajoy y que Rodrigo Rato se retira, que es posible porque a lo mejor no le apetece estar cuatro años en la oposición para jugársela en 2012. Entonces, sin Rato, habrá un congreso a cara de perro entre los dos enemigos, entre los dos únicos candidatos capaces de liderar el PP y convertirse en la cabeza visible de cara a las elecciones de 2012: Esperanza Aguirre y Ruiz-Gallardón. Y para eso es casi indispensable ser diputado. Y de ahí el paso de Ruiz-Gallardón", añade otro dirigente regional del PP, partidario de Esperanza Aguirre.

Por lo pronto, las declaraciones de Ruiz-Gallardón (y sus interpretaciones) arrastraron al PP a un estado de convulsión interno considerable. Para liquidarlo, Rajoy se proclamó el pasado lunes candidato a las elecciones en un acto algo esquizofrénico e impensable meses atrás. El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, resumió así el episodio en una entrevista a este periódico: "El PP es el primer partido en el que hay más codazos por ir de número dos que de uno. Es insólito".

Rajoy cerró la crisis en falso, sin revelar los nombres de sus acompañantes en las listas. Desde entonces, Ruiz-Gallardón se ha limitado a acudir a sus actos casi protocolarios de alcalde. Pero en el PP siguen mirando de reojo a este político educado y culto, aparentemente contradictorio, amante de la fórmula 1 y los aparatos electrónicos, proclive a ponerse colorado, de riza forzada y movimientos algo artificiales, que asegura amar tanto la música como para abandonar su práctica cuando se dio cuenta de que le gustaba más escucharla que interpretarla. No es simpático a la primera, como Aguirre, ni se desenvuelve en la calle con su soltura en el trato directo con la gente. Algunos lo achacan a una suerte de soberbia. Sus colaboradores lo atribuyen a una timidez innata imposible de extirpar.

¿TÍMIDO O SOBERBIO?. No es simpático a la primera, como Aguirre, ni se desenvuelve en la calle con su soltura en el trato con la gente. Algunos lo achacan a una suerte de soberbia. Sus colaboradores lo atribuyen a una timidez innata imposible de extirpar.

Lloró de alegría al inaugurar el último túnel del enterramiento de la M-30. Y en medio de la campaña electoral, fue capaz de despedirse, con una frialdad absoluta y una sangre fría apabullante, de Miguel Sebastián, candidato del PSOE al Ayuntamiento, después de que éste mostrara en un debate televisado en directo la fotografía de la abogada Monserrat Corulla, presuntamente relacionada con la Operación Malaya marbellí, y le preguntara si mantenía con ella alguna relación.

Nació en Madrid, en 1958. Pertenece a una familia acomodada y culta. Su tío abuelo fue Isaac Albéniz. Su abuelo, un periodista que cantó las excelencias guerreras en África del general Franco; su padre, José María Ruiz-Gallardón, un abogado y político monárquico inteligentísimo que fue encarcelado por oponerse a la dictadura y que acompañó a su amigo Manuel Fraga en la formación de AP.

Estudió el Bachillerato en el colegio de los padres jesuitas de Nuestra Señora del Recuerdo, en Madrid. Allí coincidió con Nacho Cano, uno de los integrantes del grupo musical Mecano. "Era algo mayor que yo; se vio más con mi hermano José María. Por lo que recuerdo, no era muy empollón, sí muy inteligente. Aunque cuando más lo he tratado es ahora. Le considero amigo. Y en este país, que es una pesadez, es alguien que intenta equilibrar posturas. Y su amor por la música me consta".

En 1977, con 19 años, ingresó en AP de la mano de su padre y de Manuel Fraga. Para entonces cursaba derecho en el CEU. Hace el servicio militar, donde se aficiona al paracaidismo. Se casa con Mar Utrera, hija de un ministro falangista de Franco. Terminada la carrera, saca el número dos de las oposiciones para fiscal. Ejerció poco: en 1983 es elegido concejal de la oposición del Ayuntamiento de Madrid. Allí conoce y comparte bancada con su actual rival en el partido, Esperanza Aguirre, también edil en la oposición. José María Álvarez del Manzano, ex alcalde de Madrid y por entonces líder de AP en el Ayuntamiento, recuerda sobre todo "sus enormes ganas y su disposición para trabajar". Un compañero de filas le recuerda "incisivo y ya muy ambicioso".

¿Y AZNAR? "Aznar siempre ha visto a Esperanza como su niña bonita", dice un dirigente afín a Aguirre. Pero ahora, Ana Botella, su mujer, es concejal de Madrid y se encarga del proyecto más atractivo. "Y eso puede influir".

En septiembre de 1986, Fraga le nombra secretario general del PP. Dos meses después muere su padre, por entonces diputado de AP. Al velatorio acuden políticos de todas las tendencias, atendidos por un Alberto Ruiz-Gallardón hoy casi irreconocible, muy enflaquecido, dentro de un traje que parecía quedarle enorme. Desde entonces lleva una cadenita de plata prendida al cinturón, que muere en el bolsillo izquierdo del pantalón y que le sirve de llavero: la misma cadena que utilizaba su padre para lo mismo llevada de la misma forma.

Con 28 años se presentó a las elecciones autonómicas en Madrid. Perdió. Con 32 volvió a presentarse. Volvió a perder. Con 36 gano, convirtiéndose en el presidente de la Comunidad de Madrid. Centró su legislatura en construir kilómetros de metro. Hizo 31. Prometió más para su segundo mandato. Sobre todo en el sur de la región de Madrid, el cinturón rojo, el caladero habitual de los votos socialistas. Vuelve a ganar.

Ya no queda nada del concejal delgaducho que se liaba y enrollaba en los plenos hasta hacer perder la paciencia incluso a sus propios correligionarios. Se ha convertido en un parlamentario peligroso y hábil, que no perdona; en un enemigo difícil capaz de rematar con frialdad al que noquea. En junio de 2000, en un sonado debate en la Asamblea de Madrid, machacó a la portavoz socialista, Cristina Almeida. Eran los tiempos de Tómbola, y Almeida, que había salido en varios programas de televisión, preguntó por "la degradación que se está produciendo en Telemadrid". Ruiz-Gallardón recurrió a la ironía y no soltó una presa fácil hasta que la deshizo: "Cuando usted, señora Almeida, sale en televisión cantando Si yo tuviera una escoba, ¿es eso televisión de calidad? ¿Son señas de identidad de una televisión de calidad que vaya usted a Crónicas marcianas con el padre Apeles? Y cuando va el padre Apeles, ¿es telebasura?". Luego citó uno por uno los programas a los que había acudido Almeida: "Los comunes, Locos de atar, Humor cinco estrellas, Me lo dijo Pérez, La sonrisa del pelícano...".

Las tuneladoras roen la tierra excavando los túneles por donde circulará el Metrosur a la misma velocidad que aumenta la deuda de la Comunidad de Madrid. Esto se convertirá en una de las características de su gestión: grandes obras en un plazo meteórico, grandes deudas, institución exhausta. Esto le criticará el equipo de Esperanza Aguirre, que le sucederá en el Gobierno de la Comunidad de Madrid, y que se quejó de encontrar la hucha vacía.

A DERECHA E IZQUIERDA. "En las encuestas no es el político más valorado entre los simpatizantes del PP; pero es el más valorado, de entre los líderes del PP, por el conjunto de los ciudadanos. Y se trata de sumar votos para Rajoy", afirma un colaborador.

"Le viene de un problema de ideología. No tiene ideología", asegura un alto dirigente regional del PP en Madrid, partidario de Aguirre. "Yo soy liberal. Soy partidario de no incrementar el gasto público. De no subir los impuestos. Él es todo lo contrario. Su ideología es según le da, tiene ocurrencias, ideas sobre esto y lo otro. Su verdadera capacidad de gestión se tendría que ver en momentos de crisis, con el viento de proa, con estrecheces presupuestarias".

Ángel Pérez, de IU, es portavoz de IU en el Ayuntamiento. Conoce bien a Ruiz-Gallardón porque compitió con él en la Asamblea de Madrid durante ocho años. "Sí que tiene ideología. Claro. Es de derechas. Y es capaz de traducir esa ideología a política efectiva. Pertenece a una derecha peligrosa porque no se le ve venir. Ha asumido ciertos valores sociales que son valores sociales asumidos ya por la derecha europea. Pero no cree en lo público porque es muy amigo de privatizar empresas públicas, organismos públicos. En una palabra: no cree en el Estado. Y cuando digo que es peligroso es porque es listo y ha asumido que sin el centro no puede ganar. No conviene menospreciarle".

Manolo Cobo, primer teniente de alcalde y mano derecha de Ruiz-Gallardón desde hace una década, asegura que el actual alcalde de Madrid tiene en política unas cuantas ideas inamovibles "como la idea de España, por ejemplo". "Pero en el resto no es sectario ni dogmático. Él sostiene que la izquierda se ha apropiado de unas banderas, como el reequilibrio territorial, por ejemplo, que no le pertenecen. Por eso nosotros, cuando gobernamos la región de Madrid, intentamos dotar de inversiones determinadas zonas que lo necesitaban. Y romper estereotipos siempre acarrea críticas de personas que no tienen costumbre de mover nunca sus posiciones. A principios de los noventa, Ruiz-Gallardón, que entonces era senador, se opuso al servicio militar obligatorio. Le dijeron de todo desde el PP. Años después, un presidente del PP, José María Aznar, abolía el servicio militar obligatorio".

LA CADENA DEL PADRE. Desde la muerte de su padre, en 1986, lleva una cadenita de plata prendida al cinturón, que muere en el bolsillo izquierdo del pantalón y que le sirve de llavero: la misma cadena que utilizaba su padre para lo mismo llevada de la misma forma.

En julio de 2002, el destino de Ruiz-Gallardón da un vuelco por orden, precisamente, de José María Aznar, que le designa como candidato a la alcaldía. No le apetece mucho, pero acepta. A su vez, Esperanza Aguirre será la candidata a sucederle en el gobierno regional. Le apetece y acepta. Una vez en el Ayuntamiento, Ruiz-Gallardón aplica la receta de gasto público y fuerte endeudamiento que ya había empleado en la Comunidad. Se compromete, en cuatro años, a soterrar más de 10 kilómetros de la autovía que parte en dos la ciudad y la separa del río: la M-30. Durante cuatro años, los madrileños soportan un estado permanente de obras, el hecho de circular por la M-30 se convierte en un martirio zigzagueante y cambiante cada semana; se suceden los atascos, los mares de polvo, la sensación perenne de vivir en una ciudad que parece siempre provisional...

Pero los túneles se terminan a tiempo. Con la lengua fuera y la hucha vacía, pero se terminan.

Mientras tanto se ha ido larvando una lucha sorda entre las dos cabezas visibles del PP en Madrid: Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz-Gallardón, que cada día se detestan con más argumentos.

"Ruiz-Gallardón menospreció a Esperanza. La veía como una mujer frívola que desembarcaba en Madrid sin mucho futuro y no le dio importancia. Él estaba muy cómodo sin hacer mucho caso al partido, porque el presidente del PP en Madrid, Pío García Escudero, le dejaba hacer. Pero a Esperanza no hay que despreciarla", asegura un antiguo colaborador de Ruiz-Gallardón, ahora en el bando de Aguirre.

20 AÑOS DE EVOLUCIÓN. En estos 20 años, Alberto Ruiz-Gallardón ha ganado peso, ha perdido volumen de gafas, ha abandonado por el camino el aspecto de empollón de libro y se ha convertido en un político original y elaboradamente atípico, pero clave de la derecha en España.

A principios de octubre de 2004, Aguirre mueve ficha. Se postula como aspirante a presidir el PP en Madrid. Ruiz-Gallardón reacciona y ordena a Manolo Cobo que se presente a su vez. García Escudero, para evitar un congreso suicida entre las filas del PP, fuerza una reunión de la junta directiva regional de Madrid, compuesta por 300 vocales. "Empezaron a hablar vocales, concejales y diputados, la inmensa mayoría contra Gallardón, y fue como si se abriera el tapón y la gente se desahogara", recuerda un dirigente del PP asistente a la reunión. "Le dijeron de todo: que era desleal al partido, un arrogante; le recordaron casi uno por uno los feos que había ido haciendo en sus años de presidente regional o de alcalde... Fue un poco una venganza, pero él se lo había buscado. Un ejemplo: él iba a un pueblo y sonreía al alcalde, aunque fuera socialista, y le alababa la gestión, y al portavoz del PP, que estaba en la oposición, pues ni le dirigía la palabra, y así en un pueblo, y en otro, y en otro. Y esos portavoces estaban ahí esa noche y le devolvieron todos los desplantes juntos esa noche. Ruiz-Gallardón se dio cuenta de que en un congreso no tenía nada que hacer con Aguirre y ordenó a Cobo retirarse", añade un líder regional del PP afín a la presidenta regional. Aguirre había dado un paso adelante y había ganado. Ya no había ningún motivo para menospreciarla.

Las elecciones municipales de mayo dejan su partida particular en tablas. Los dos arrasan.

Y ahora, el que ha dado un paso adelante ha sido el alcalde. Siete meses antes de las elecciones generales. "El momento no ha resultado oportuno. Debió haber pactado con Rajoy, con el que Ruiz-Gallardón tiene buena relación, lo de ir en las listas de número dos o tres o cuatro antes de hablar", sostiene un miembro del PP que se considera neutral.

"Lo único que quiere es ayudar", replica Cobo. "En las encuestas no es el político más valorado entre los simpatizantes del PP, pero es el más valorado, de entre los líderes del PP, por el conjunto de los ciudadanos. Y se trata de ganar unas elecciones. De sumar votos. Para Rajoy. Lo inexplicable es que haya gente en contra de que se presente", añade.

No es la primera vez que el alcalde se ve en el ojo del huracán político, vapuleado por determinados miembros de su partido; acusado de saltarse las reglas, de ir a lo suyo y de puentear al líder en beneficio propio. La diferencia es que ahora hay una fecha, una hipótesis concreta y un enemigo con rostro y nombre. La fecha es marzo, la condición es si Rajoy pierde y el enemigo es Esperanza Aguirre, con la que deberá coincidir en infinidad de actos protocolarios en Madrid y disimular su enfrentamiento en sordina con sonrisitas de medio lado y abrazos fugaces. En una futura batalla cara a cara, Ruiz-Gallardón cuenta con el apoyo del andaluz Javier Arenas y el gallego Alberto Núñez Feijoo, según fuentes del partido. Aguirre, además de Madrid, domina el PP en Castilla-La Mancha, Murcia, La Rioja y el País Vasco.

¿Y Aznar? "Aznar siempre ha visto a Esperanza como su niña bonita", asegura un dirigente del PP afín a la presidenta. Pero ahora, Ana Botella, su mujer, es concejal en el Ayuntamiento de Madrid, desempeña la lucida cartera de Medio Ambiente y se encarga del proyecto más atractivo de la legislatura: vestir y adornar los kilómetros ganados a la M-30 a base de túneles al lado del río. "Y eso puede influir, claro que sí", añade este mismo dirigente.

En marzo del año que viene, Alberto Ruiz-Gallardón tendrá 49 años. Faltan siete meses. Entonces se sabrá si el paso adelante dado ahora descubre por completo a este eterno candidato en la sombra.

Esperanza Aguirre, ante el retrato del ex presidente de la Comunidad Ruiz-Gallardón, obra de Hernán Cortés.
Esperanza Aguirre, ante el retrato del ex presidente de la Comunidad Ruiz-Gallardón, obra de Hernán Cortés.ULY MARTÍN
El alcalde, Alberto Ruiz-Gallardón
El alcalde, Alberto Ruiz-GallardónRICARDO GUTIÉRREZ

Vigilar las obras en moto

ALBERTO RUIZ-GALLARDÓN es aficionado a las motos.

Y muchos fines de semana se relaja montando en moto. Lo de relajarse tal vez suene exagerado. "Iba en moto a visitar las obras de la M-30 y luego nos recordaba a cada concejal correspondiente los fallos, las imperfecciones, lo que había descubierto mientras iba él solo por ahí", asegura el primer teniente de alcalde y mano derecha del alcalde, Manuel Cobo. "Es exigente, detallista; es de ese tipo de personas a las que no les da igual una cosa que otra en nada", añade.

"Marca las prioridades, y con ésas trabaja. En la legislatura pasada, de lo que se trataba era enterrar la M-30 a tiempo. Y a eso estuvo dirigido el equipo. A veces puede llegar a descuidar otros campos, pero creo que marcar esas prioridades, a la larga resulta beneficioso para la ciudad", explica un concejal que trabajó con él durante la pasada legislatura.

"Además", prosigue Cobo, "en el Ayuntamiento hay mucha más presión que en la Comunidad de Madrid. Siempre se acerca un vecino cuando entras en la cafetería, o uno que te reconoce por la calle, y se dirige al alcalde y le explica que tal semáforo no funciona o que tal calle está estropeada. Puedo asegurar que Alberto Ruiz-Gallardón toma nota de todo, y luego, de vuelta al despacho, llama al director general de turno y le cuenta lo que le ha denunciado el vecino", añade Cobo.

Otra persona que trabajó con él en la Comunidad de Madrid asegura que es muy exigente, pero que deja obrar. "Pide resultados, pero no te marca constantemente", sostiene.

Eso sí: madruga mucho, y se conecta a Internet para ver de madrugada las ediciones digitales de los periódicos antes incluso de que lleguen a los quioscos.

A diferencia de su predecesor, José María Álvarez del Manzano, aficionado a la zarzuela y al madrileñismo, Ruiz-Gallardón huye como de la peste del casticismo. En la última campaña electoral, por ejemplo, Rafael Simancas y Miguel Sebastián, candidatos socialistas a la Comunidad y al Ayuntamiento, respectivamente, se pasearon por la Pradera de San Isidro con gorrilla de chulapo dejándose ver.

Esperanza Aguirre, candidata del PP a la Comunidad de Madrid, fue más lejos todavía: se plantó un traje de chulapa y con él recorrió toda la feria con los brazos en jarras y una sonrisa de oreja a oreja. En cambio, Alberto Ruiz-Gallardón acudió muy temprano y casi de tapadillo.

Otro ejemplo del cambio operado en el Ayuntamiento: el anterior alcalde se hacía acompañar en las inauguraciones de la banda municipal y cada Navidad cantaba un villancico desde un balcón de la plaza Mayor acompañado de una cupletista.

Alberto Ruiz-Gallardón no ha cantado jamás. Y en la

inauguración del túnel que cerraba el soterramiento de la M-30, el 9 de mayo de este año, sonó La primavera, de Antonio Vivaldi.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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