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Pensar en español

La proximidad del bicentenario de la independencia de las naciones iberoamericanas empieza a mandar señales para que su celebración no se agote en frases retóricas. El Gobierno encarga a Felipe González que estreche lazos con Iberoamérica y desde el mundo empresarial se plantea con fuerza la necesidad de estrategias comunes, sobre todo en el campo de la comunicación, que saque a nuestros países del rincón de la historia al que nos tiene condenada una globalización con sello anglosajón.

Esa preocupación política y empresarial tiene, desde luego, justificación en sí misma, pero tendría más recorrido si estuviera inscrita en un proyecto de comunidad cultural iberoamericana, es decir, si estuviera soportada por el convencimiento de que no es sólo cuestión de poder y dinero sino de desarrollarnos como comunidad del conocimiento y del sentimiento. Desde luego no lo somos aún y no está claro que podamos serlo, por eso sería deseable que una parte de los esfuerzos que se solicitan estuvieran encaminados a superar las dificultades teóricas y prácticas que tal proyecto plantea.

Desde un punto de vista teórico el obstáculo mayor es la respuesta a la pregunta si es posible pensar en español, es decir, si la lengua castellana o española es capaz de librar contenidos universales. Heidegger, en la célebre entrevista póstuma, publicada por Der Spiegel en 1976, decía que sólo se podía pensar en griego o en alemán. No era un calentón chovinista sino la confirmación de un hecho: las mayores aportaciones de Europa al pensamiento mundial están en la filosofía y ésta se ha expresado sobre todo en griego y en alemán. Un repaso a los treinta volúmenes de la Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía -proyecto con veinte años de existencia en el que han colaborado más de quinientos autores- pone bien a las claras que el nuestro es un pensamiento dependiente. No hay más que ver el escaso aprecio que tenemos nosotros mismos por lo escrito en español, convencidos como estamos de que cualquier libro en alemán o inglés es mejor. Unamuno, que ya vio el problema, daba una razón. Decía que países sin heresiarcas son incapaces de pensar por sí mismos y esa especie de seres no han abundado precisamente entre nosotros. De ahí la pregunta: ¿es posible pensar en español?

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La respuesta la insinúa el propio Heidegger cuando aclara que el pensamiento europeo, ese que se dice en griego o alemán, es un pensamiento que se expresa en conceptos, pero que es mucho lo que queda fuera del abstracto concepto, sea porque es demasiado concreto o particular, sea porque le desborda. Del exceso se ha hecho cargo la mística y de lo particular, la literatura. En el fondo, el filósofo germano estaba invitando a que la literatura y la mística se tomaran en serio, reivindicando el lenguaje como forma nueva de conocimiento universal.

El español es una Weltsprache no sea más que porque la hablamos más de 400 millones de personas. Es una experiencia colosal esta de poder cabalgar miles de kilómetros, transitando por docenas de países, sin desmontar el habla. Pero el español, como lengua universal, tiene trampa y es esa trampa precisamente la que, si la sorteamos, permite responder afirmativamente a la pregunta de si es posible pensar en español. La trampa consiste en que la lengua común alberga experiencias no sólo distintas sino opuestas. Esa lengua, el español, se ha hecho camino imponiéndose violentamente. Ya Nebrija decía en el prólogo a su Gramática castellana que "siempre la lengua fue compañera del imperio", por eso vale aquí lo que decía Churchill: "A los americanos y a nosotros sólo nos separa la misma lengua". Lengua pues de los dominadores y de los dominados.

Si eso es así, "pensar en español" es explicitar el conflicto latente en la lengua común. Una comunidad cultural cimentada en una lengua que alberga experiencias históricas opuestas está abocada a pensarse desde el conflicto y eso es lo que debería dar singularidad a nuestro pensamiento.

¿En qué se concreta? En pensar teniendo en cuenta las experiencias vividas, es decir, en incorporar la memoria al pensamiento. A nosotros no nos está permitido pensar la política y la ética haciendo abstracción de nuestra historia o mirándonos al ombligo, sino teniendo en cuenta lo que nos hemos hecho. En griego y en alemán -para volver a Heidegger- "yo" y "lo mismo" tienen la misma palabra (Selbst y autos) con lo que se da a entender que la identidad está en uno mismo. En castellano son palabras distintas con lo que cabe pensar la identidad como alteridad, una alteridad en la que el otro no es un extraño sino alguien que tiene la cara marcada por cicatrices de nuestra conflictiva relación. La posible comunidad cultural iberoamericana sólo puede, por tanto, fundarse sobre la responsabilidad histórica. Un logos con memoria desemboca en una relación interpelante que arranca del pasado para responder en el presente.

En el palacio Bellas Artes de México está el mural de Rufino Tamayo titulado Nacimiento de nuestra Nacionalidad. La presencia opresora del conquistador está representada por una columna jónica (la cultura) que aplasta a la sociedad prehispánica, simbolizada en una serpiente. En la parte inferior del mural una indígena da a luz un niño mestizo, mitad blanco, mitad moreno. Pensar en español es responder al desafío de un presente plural que tiene un pasado común conflictivo que no podemos dar por cancelado. Esto debería valer al pensar en inglés o en francés, pero no se ha hecho porque han preferido pensar en griego y en alemán.

Reyes Mate es profesor en el Instituto de Filosofía del CSIC.

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