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Reportaje:Fútbol | Internacional

Guerra mafiosa en River Plate

El asesinato a tiros de un líder de la hinchada radical del club argentino revela las luchas internas entre los 'ultras' por hacerse con su control

Jorge Marirrodriga

La muerte por dos disparos en la cabeza de un seguidor radical del River Plate de Buenos Aires, el pasado jueves, ha revelado toda la violencia del enfrentamiento mafioso en el interior de su principal grupo ultra, llamado Los Borrachos del Tablón. Una lucha que ha sumido al histórico club argentino en un clima de inseguridad tal que incluso está en el aire la celebración del partido que hoy debe disputar en su campo frente al Newell's Old Boys en la segunda jornada del Torneo Apertura.

Gonzalo Acro, de 29 años, era el lugarteniente de Adrián Rousseau, de 30, el líder de una de las dos facciones que desde hace meses se disputan el control de la barra brava del River. Una pugna que ya en febrero pasó de las pedradas y las puñaladas a los tiroteos en los alrededores del estadio Monumental durante un partido, lo que provocó el pánico del público. Pero, a pesar de la gravedad de los hechos, las autoridades políticas y las deportivas, tras las declaraciones de condena de rigor, dejaron pasar el incidente esperando que se calmaran las cosas con la finalización del campeonato.

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Pero no fue así porque aquí el fútbol es lo de menos. En juego está un puesto, el de jefe de la barra, que supone un modo de vida calcado al de un padrino de la Cosa Nostra. El de Los Borrachos maneja un presupuesto de 300.000 pesos mensuales (unos 73.000 euros) en un país en el que el sueldo mínimo apenas llega a los 800 (195). El dinero sale de la reventa de las entradas que son cedidas gratis por el club y de contribuciones, algunas voluntarias y otras no tanto, de personas relacionadas con el club, entre ellas directivos y jugadores.

Con este dinero, aparte del material deportivo que también cede el club, el capo establece un sistema de fidelidades perfectamente jerarquizado mediante el reparto de regalos y privilegios, la amenaza a los disidentes y la intimidación de los ajenos al grupo. Todo, bajo la mirada complaciente de los directivos. Y todo funcionó hasta que el número uno de Los Borrachos, Luis Pereyra, acabó en prisión en 2000 después del asesinato de un seguidor del Independiente.

Tras un periodo de paz caracterizado por el reparto de beneficios, los lugartenientes de Pereyra, el citado Rousseau y Alan Schlenker, hasta entonces buenos amigos, compañeros de gimnasio y correrías, decidieron que cada uno tenía más méritos que el otro para controlar el grupo. A Alan le apoya su hermano William, también figura de la barra. Y la guerra ha ido in crescendo, alternándose las batallas campales con las amenazas personales, hasta una cumbre secreta la semana pasada entre los antiguos amigos y ahora rivales para tratar de arreglar por las buenas la situación.

El encuentro fracasó, a la vista de lo que ocurrió el miércoles, cuando Acro, acompañado de su novia y de otro oficial de Rousseau, Osvaldo Matera, alias Negro Juan, salían de un gimnasio en el barrio porteño de Villa Urquiza. Cuando se disponía a subir a un coche, una camioneta se cruzó y de ella se bajaron tres personas que dispararon sólo contra los hombres. Acro recibió tres disparos, dos en la cabeza y uno en un muslo, que le provocaron la muerte 24 horas después. Matera fue herido en la espalda.

Las facciones enfrentadas han anunciado su presencia hoy en el Monumental y son numerosas las voces en Argentina que advierten sobre el descontrol total de la situación. El River no disputó la primera jornada del torneo liguero la semana pasada y el partido de hoy es su debut. El Gobierno argentino ha dejado en manos de la justicia la celebración del encuentro mientras la directiva del propio River se declara ajena a los hechos.

<i>Ultras</i> del River Plate despiden los restos mortales de su líder asesinado.
Ultras del River Plate despiden los restos mortales de su líder asesinado.EFE

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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