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Crónica:MIS PERSONAJES DE FICCIÓN | MULA FRANCIS
Crónica
Texto informativo con interpretación

Una burra parlante

"Caperucita Roja fue mi primer amor. Siempre he tenido la seguridad de que, si me hubiera sido posible casarme con ella, mi vida hubiera sido absolutamente feliz", aseguró Charles Dickens en repetidas ocasiones.

No sé qué opinaría al respecto mi primer amor, pero seguro que algo tendría que decir, ya que no existe cuestión acerca de lo humano y lo divino que no le diera pie a opinar, a dictar sentencia, en fin, a hablar. Porque el don de la palabra era la característica esencial de mi primer amor: una mula. Pero no era una mula cualquiera, sino una mula parlante, una mula birmana llamada Francis, protagonista, junto a Donald O' Connor, de un par de películas (Mi mula Francis y Francis en las carreras) que ojalá volvieran a comercializar para el bien del público infantil de hoy en día.

Irónica, antimilitarista y guasona, Francis era una especie de Mary Poppins pero sin paraguas

Francis era, en su primera aventura, una "anónima mula regimental" -como ella misma se definía-, perteneciente al ejército norteamericano en tierras birmanas; una mula de ojos melancólicos y voz bronca, que movía la oreja derecha al hablar y juraba "¡Por el rabo de mi tía abuela Tiburcia que ganó el Derby!" cada vez que se irritaba con la ineptitud del joven alférez al que había salvado la vida y tenía bajo su protección. Aunque en el libro (Mi mula Francis, de David Stern, editado por Molino) se la describe "flacucha, desmedrada, la más triste bestia que llevó carga en sus lomos; su cabeza pendía baja y sus cuartos traseros más bajos aún", y el autor asegura que "salpicaba y pringaba su pellejo toda la gama de porquería existente en Birmania", la mula Francis, en cuanto abría la boca, se convertía en el animal vivo más bello que haya aparecido nunca en las pantallas cinematográficas. Y es que, cuando abría su enorme y tremendamente dentada boca, la mula Francis hablaba. El impacto que produjo en el público la primera vez que la Gran Mula abrió su monumental boca en la pantalla para decir "Me llamo Francis", fue memorable. Fue un impacto sólo comparable, en la memoria de los mitómanos del séptimo arte, por la aparición de Greta Garbo en Ana Christie, pidiendo un whisky, con las manos en los bolsillos de una gabardina. Para los niños -y los no tan niños- de hace casi medio siglo, Francis era un ser extraordinario, la compañía ideal, lo más humano que había al alcance de la realidad y de la imaginación. ¡Y qué mirada! Los ojos de Francis lo sabían, lo decían todo. Y, si hace casi medio siglo, la Gran Mula era un sueño, ahora, al cabo de los años, Francis se revela al entendimiento maduro -bueno, más o menos maduro- como una personalidad plenamente sólida y digna. Irónica, crítica con la ignorancia de los altos mandos del ejército, antimilitarista y guasona, en fin, una especie de Mary Poppins, pero sin paraguas, que sólo perdía la compostura cuando vaciaba un bar de botellas de whisky, Francis era un prodigio de inteligencia y sensatez. Tanto que, al final de su primera aventura, cuando la trasladaban a Washington para convertirla en estrella nacional y recibir honores de las fuerzas armadas, fingía desaparecer en un accidente aéreo y regresaba a Birmania para seguir siendo una "anónima mula regimental". Todo antes que convertirse en un fantoche en manos de los fantoches que rigen los destinos de las fuerzas armadas. Así era Francis.

Hace unos veinte años hubo una serie titulada Míster Ed protagonizada por un caballo parlante. No era lo mismo. Tampoco la en España famosa Burrita Non. Fueron réplicas que sólo sirvieron para demostrar que no todas las criaturas -ni siquiera las equinas- son iguales.

Ella, Francis, era una mula inimitable. No sé si le concedieron algún Oscar. La estatuilla de oro sí les fue otorgada a otras criaturas inolvidables del reino animal, como al perro Rintintín, a la perra Lassie, y al gato -regio gato- de Kim Novak en Me enamoré de una bruja. No recuerdo a Francis con el Oscar. Quizá no lo aceptó. Ella sólo quería ser "una anónima mula regimental". Todos los animales que me han acompañado a lo largo de los años han tenido la mirada sabia y húmeda de la gran mula. En el fondo, siempre he esperado que hablaran. Quizá lo hayan hecho. Y quizá haya yo perdido el don de oírles.

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