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Reportaje:Operación inmobiliaria en el Manzanares

De la ribera del Manzanares al barrio de Canillejas

El Atlético cumple su objetivo pese a las críticas de muchos aficionados

"Si nos vamos a Canillejas, yo me pongo una peineta", decía hace unas semanas Rubén Villalba. La ironía cobró forma. La chanza se hizo castigo. Hijo y nieto de atléticos, el colchonero afrontó con una noticia "horrible" su treinta cumpleaños. "Es que el Calderón es nuestra casa, es donde hemos vivido buenos y malos momentos... ¿Por qué no nos consultan si querernos irnos hasta allí?".

Pese a quien pese, guste o no guste, el Vicente Calderón no cumplirá los 45 años. Dejará de funcionar en 2010, cuando sea oficial el traslado a La Peineta (estadio que será propiedad del club colchonero en 2016). La directiva del Atlético dice que está "anticuado". Que "no tiene las infraestructuras necesarias". "Sí, hombre, sí, sólo faltan que hablen de los problemas de aluminosis que tuvo el estadio", se indigna un aficionado que prefiere mantener el anonimato. "La nostalgia será fuerte, pero es por el bien de la entidad. Ya verán lo contentos que se quedan", insiste Enrique Cerezo.

"La nostalgia será fuerte, pero es por el bien de la entidad. Ya verán", insiste Enrique Cerezo
La venta "ha sido con nocturnidad y alevosía", denuncian desde Salvemos al Calderón
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Mientras cientos de seguidores "maldecían" ayer el traslado desde la ribera del Manzanares al barrio de Canillejas (distrito de San Blas), el presidente calificaba la jornada "como un gran día".

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"El traslado a La Peineta es lo mejor para todos", insistían en los despachos del Manzanares. Inaugurado el 2 de octubre, el Calderón de 1966, fue el primer estadio de Europa que contó con asientos para todo el aforo. "Vale, vale, pero el que levantaremos será espectacular", prosiguen desde el Atlético. "Además, no habrá los problemas del tráfico de la M-30..., ¡y tendremos cerca dos estaciones de metro y otra de cercanías! ¡Y un aparcamiento con 3.000 plazas!".

"Que digan lo que les dé la gana. Seré un sentimental, pero no me vale que vayan a darle a La Peineta tal lavado de cara que no la reconocería ni la madre que la parió. A mí eso no me vale", porfiaba Rubén Villalba. Otros hinchas, como José Luis Sánchez, de la Asociación Señales de Humo, agradecieron a Alberto Ruiz-Gallardón su "transparente hermetismo". También insistió en una idea: "El Atleti somos nosotros".

Sánchez metía el dedo en una herida que no ha cicatrizado. A la que pueden, las plataformas contrarias a la gestión del club hablan de su "apropiación indebida". Para los no entendidos, el 8 de julio de 2004 el Tribunal Supremo resolvió que "al acceder a la presidencia [en 1987], Jesús Gil estaba decidido a hacer suyo el club, que entonces era una entidad deportiva. Para ello se dispuso a confundir el patrimonio del club con el suyo".

La "mala situación económica" del club determinó que "fueran desarrolladas, hasta la intervención judicial, tareas de maquillaje de la contabilidad...", proseguía la sentencia. "El desembolso de dinero para la compra de las acciones fue ficticio pues efectuado el ingreso del dinero en la c/c correspondientes, fue seguidamente transferido a otra cuenta... Estos ingresos no tenían otra finalidad que aparentar el desembolso... Y que como consecuencia se hizo con el 95% del accionariado sin abonar nada...".

Aun así, el juez declaró prescrito el delito de apropiación indebida cometido por Gil y Cerezo. Anulaba la devolución al club rojiblanco de las 236.056 acciones en manos de los imputados, según recogía el fallo de la Sección Primera de la Audiencia Nacional del 14 de febrero de 2003. Dado que la querella de la fiscalía se interpuso el 19 de julio de 1999, habían transcurrido más de los cinco años de prescripción. Pese a la absolución, el Supremo "Después de pasar una auditoría interna durante dos temporadas, de pasar una intervención fiscal... Te queda la satisfacción de haber hecho las cosas relativamente bien", declaraba Gil Marín a este diario a finales de 2004.

La mudanza está en marcha. "Se ha hecho con nocturnidad y alevosía", proclamó indignado José Manuel González, de la asociación Salvemos al Calderón.

Representación del futuro estadio de La Peineta.
Representación del futuro estadio de La Peineta.

Lo más moderno de Europa

"Ya estamos en nuestra casa y nadie nos ha humillado. Mientras ellos van de pie, nosotros todos sentados". Así rezaba una pancarta el día de la inauguración del Calderón, el 2 de octubre de 1966. "Fue un hecho inaudito", recuerdan en la familia de Javier Barroso, el arquitecto que, hace 40 años, ideó un campo "revolucionario". En ningún rincón de Europa todos los espectadores reposaban sobre las posaderas.

Las innovaciones que presentó el campo tuvieron su miga. Y eso que el Calderón no se iba a construir. La idea era ampliar el Metropolitano. Para eso se sacaron 100 millones de pesetas en obligaciones hipotecarias. Al final, la negativa del Ayuntamiento, que no accedió a que el estadio se comiese una calle adyacente, obligó al traslado al Manzanares. Barroso, que también era el presidente del equipo, compró los terrenos por 10 millones. "Se trasladó la hipoteca y se puso la primera piedra en diciembre de 1958", recuerda Ildefonso Martínez, sobrino de Barroso. "Pero de repente se tuvo que paralizar la obra durante casi un año. ¡Los cimientos no eran consistentes!".

El presupuesto se disparó. Los 100 millones se quedaron cortos. Nadie quería arriesgar sus ganancias en la obra. "Y eso que la directiva rojiblanca manejaba dinero de sobra; estaban Fernando Fuertes de Villavicencio, jefe de la casa civil de Franco; Juan Sánchez Cortés, presidente de la Seat; Francisco Urquijo de Federico, vicepresidente del Banco Urquijo...", prosigue Martínez. El Marqués de la Florida trajo el efectivo. Trajo a Vicente Calderón, por entonces en el Madrid. "Se había hecho rico con los temas inmobiliarios... Era el Florentino Pérez de la época", ríen en el clan Barroso.

Barroso logró la proeza. Una parte del Calderón reposa sobre pilotes de más de 20 metros de profundidad. El Estadio del Manzanares era realidad. "Por aclamación popular lo querían llamar Estadio Javier Barroso, pero él no quiso. Era muy modesto. Era un campo para todos".

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