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Asia Central y la Unión Europea

Europa tiene varios retos: consolidar la integración de los nuevos Estados miembros, qué hacer con la volcanización de los Balcanes (ahora especialmente Kosovo), el Tratado Constitucional pendiente y muy necesario, decidir la incorporación a la Unión -o no- de Turquía, la situación de los territorios con conflictos congelados tras la guerra fría, etcétera. Pero hay otro asunto al que hasta ahora apenas ha prestado atención y que es muy relevante: las relaciones con los que, tras las ampliaciones varias, son casi vecinos, esto es Asia Central, integrada por cinco países que forman parte precisamente de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE), entidad que agrupa a 56 países, entre ellos Estados Unidos y Canadá.

Cuando aquí hablamos de Asia, nuestro pensamiento se dirige sólo a China, India o Japón, olvidando que entre ellos y Europa hay una zona tan desconocida como extensa constituida por Asia Central. La extensión de los cinco países de esa región (3,9 millones km2) es casi la que ocupan los 27 de la Unión Europea (4,6 millones km2) y ocho veces el tamaño de España.

Estos Estados adquirieron su independencia tras la desintegración de la URSS en 1991. En general, en ellos han continuado gobernando los antiguos jerarcas comunistas, salvo en Kirguizistán (cuyo dirigente tuvo que huir a Moscú tras el fraude electoral y la revolución popular de marzo de 2005, siguiendo los precedentes georgiano y ucraniano) y Turkmenistán (cuyo excéntrico sátrapa murió en diciembre de un infarto).

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La importancia de la zona es muy relevante. Lo es por situación geoestratégica, pues, junto al hecho (Kazajstán) de ser un gran colchón entre dos potencias como Rusia y China, es frontera con países tan conflictivos como Irán, Afganistán y Pakistán. De hecho, su colaboración fue importante en la lucha contra los talibanes afganos, en cuyas simientes había germinado el terrorismo de Al Qaeda, facilitando bases militares en algunos casos y permitiendo, en todos ellos, que las tropas internacionales utilizasen su espacio aéreo.

No obstante, esos países de Asia Central procuran mantener políticas de neutralidad y equidistancia respecto de EE UU y Rusia, aunque con esta última algunos comparten algo fundamental: la riqueza de unos recursos naturales. Esto es muy relevante en los ribereños del mar Caspio: Kazajstán (cuyo nivel de crecimiento económico sostenido es similar al chino) y Turkmenistán (con el 30% de reservas mundiales de gas). La potencialidad de relaciones comerciales es inmensa y muy atractiva, aunque se precisa gran paciencia frente a la burocracia ex soviética y, a veces, la corrupción.

Son países predominantemente musulmanes, pero muy lights tras el ateísmo comunista. Afortunadamente, allí no han prendido los planteamientos fundamentalistas de los regímenes teocráticos próximos. Además, es una zona en la que la ruta de la seda ha pasado a ser la ruta de la droga afgana, precisando reforzar su seguridad y controles fronterizos.

Europa debe prestar más atención hacia esos Estados todavía autárquicos, y las conveniencias y expectativas de abrir mercados (la UE tiene una dependencia energética excesiva respecto de Rusia) no deben impedir que exijamos más respeto a los derechos humanos. En general, la actitud hacia estos países es parecida a la mantenida con la Rusia actual, respecto de la cual los dirigentes europeos son silenciosos y escasamente firmes: por ejemplo, ante la regresión democrática interna y el intervencionismo ruso en lo que son Estados ahora soberanos y no meras colonias (Georgia y Estonia son ejemplos recientes).

Tras la decepción del cambio en Kirguizistán (ahora en crisis, con constantes movilizaciones populares decepcionadas tras la revolución de 2005) y ante los casos más dictatoriales, como Turkmenistán (cuya evolución será mínima tras el fallecimiento en diciembre del surrealista Turmenbashi o Padre de los turmkenos que adoctrinaba el alma de sus ciudadanos) y Uzbekistán (recuérdese la matanza de un millar de personas hace casi dos años), Europa debe cuidar mucho más esa zona y España tendría una oportunidad, como presidente este año de la OSCE, de volcarse hacia una zona siempre olvidada. Pero, en nuestro caso, esto viene dificultado por un servicio diplomático tan voluntarioso e insuficiente en general como inexistente en la zona (salvo Kazajstán), siendo uno de nuestros retos pendientes una verdadera reforma y modernización del servicio exterior que potencie la presencia española. Sin embargo, ello no será posible hasta que los presidentes de Gobierno se impliquen directamente en ello, imponiéndose a Hacienda. Los anteriores sólo prestaron atención a la agenda internacional al final de su mandato, aunque levitaron y se olvidaron de una tarea interna tan esencial. Y el actual puede seguir idéntico camino si fuese reelegido.

Asia Central es una zona que por su posición geoestratégica requiere estabilidad. Sin embargo, este valor no puede ser una justificación para mantener el inmovilismo que caracteriza la región. Es perfectamente compatible la aspiración de la estabilidad con el impulso de una transición democrática. Pero la historia tan prolongada de comunismo, combinada con un componente oriental exótico, unida a la lejanía de Europa y de sistemas democráticos, no facilita que esos procesos sean lo rápido que debieran.

Sin embargo, en ese contexto, Kazajstán es el país que no sólo más ha crecido económicamente sino que también más ha progresado hacia la democracia. Para plasmar el interés europeo y procurar no sólo estabilidad sino también avance democrático en la zona, sería muy importante que la presidencia de la OSCE para 2009 fuese adjudicada a Kazajstán. Debe acelerar más sus cambios en esta dirección y será así un buen referente para los demás países de un área tan importante en el mundo.

Jesús López-Medel es relator de la Asamblea Parlamentaria de la OSCE, diputado del PP y vocal de la Comisión de Asuntos Exteriores del Congreso.

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