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OCEANOGRAFÍA | Biología marina

Un barco rastrea los sonidos del fondo del mar en Canarias para estudiar los cetáceos

Una sucesión de chasquidos en un rango entre los dos y los 10 kilohercios de frecuencia de casi 60 minutos de duración es lo más llamativo hasta ahora de la campaña científica realizada durante más de dos meses en Canarias por el barco Vell Marí para estudiar los sonidos de las profundidades marinas.

Estos ruidos, denominados pulsos o clicks, fueron grabados de noche entre Tenerife y Fuerteventura y, como cuenta Jordi Sánchez, investigador responsable de este proyecto de la Fundación para la Conservación y Recuperación de Animales Marinos (CRAM), corresponden a una asombrosa secuencia en la que un grupo de cuatro grandes cachalotes se alimenta.

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"Estos clicks son como el sónar de un submarino, los cetáceos lo utilizan como sistema de ecolocali-zación para detectar obstáculos o buscar comida", detalla Sánchez, biólogo marino, que explica que en el caso de especies de odontocetos como los cachalotes o los delfines mulares algunos científicos han defendido que este ruido emitido con mayor intensidad también podría servir como ráfaga sonora para aturdir a las presas antes de comérselas. "Se han sacado del estómago de los cachalotes calamares gigantes que parecen no haber mostrado ninguna resistencia", detalla, "aun así esta teoría no está contrastada por la comunidad científica y existe un gran interés por estudiar estos clicks de los cetáceos".

Con los cascos colocados en los oídos en turnos de guardia cada dos horas, tanto de día como de noche, los biólogos marinos han escuchado otros muchos sonidos relevantes del fondo del mar, como el bello silbido del calderón negro. Esta segunda modalidad de señal de los cetáceos captada por el hidrófono arrastrado por el Vell Marí está relacionada con una comunicación más social, de la que se sabe aún muy poco, empleada para reconocerse o mantener los grupos unidos, y en este caso concreto debería pertenecer a algún ejemplar de la población fija de calderón descubierta en su día en Tenerife por el célebre oceanógrafo Jacques Cousteau. Y es que con los pulsos y silbidos de delfines, cachalotes o calderones recogidos por lo equipos del barco durante más de dos meses, los biólogos del CRAM buscan justamente elaborar mapas de distribución de los diferentes cetáceos en las islas.

Otra especie cuya audición está todavía por confirmar es un rorcual, un animal que utiliza un rango de frecuencia muy bajo, entre 15 y 20 hercios, imperceptible con los cascos. Para detectarlo, la persona de guardia debe estar también pendiente de la pantalla del ordenador, en la que un software especial va mostrando en tiempo real el espectro de frecuencias captadas. Como incide Sánchez, uno de sus sueños en Canarias sería conseguir escuchar los cantos de la ballena vasca (o franca). "Para nosotros es un animal tótem por quedar muy pocos ejemplares en el mundo y los avistamientos aquí han sido contados", comenta el biólogo, "se habla de dos poblaciones en el Atlántico Norte, una en Canadá de sólo unos 200 o 300 individuos y otra en Europa, pero de ésta se sabe tan poco que algunos autores la dan por extinguida". Después del archipiélago canario, está previsto que el Vell Marí vaya a rastrear también los sonidos del mar Cantábrico y entonces el desafío será captar alguna señal de la gigantesca ballena azul, el animal más grande del planeta.

En cualquier caso, se necesitará cerca de un año de trabajo en tierra firme para analizar todo el material grabado en Canarias; pues además de los registros del hidrófono del barco, los investigadores tienen 370 horas de sonidos aún por escuchar registrados bajo el mar por otros sensores estáticos denominados Environmental Acoustic Recording System (EARS), una tecnología muy innovadora cedida por el Oceanwide Science Institute de la Universidad de Hawai. Ésta constituye la mayor novedad del proyecto de investigación de la Fundación CRAM, financiado por La Caixa. "En el mundo existen 23 de estos sistemas, 20 están en Estados Unidos y nosotros tenemos los otros tres", recalca Sánchez, y asegura: "Pocas veces se había escuchado estas profundidades marinas con tanta calidad, el ruido de fondo es cero".

Estos hidrófonos estáticos fueron instalados en dos boyas de la Red de Aguas Profundas del organismo Puertos de Estado, en Punta de la Rasca (Tenerife) y Punta Sardina (Gran Canaria), entre los 25 y los 35 metros de profundidad. Y, en esta ocasión, mucho del material registrado no corresponde a pulsos ni silbidos de cetáceos, sino a contaminación acústica submarina. "Tenemos grabados ruidos de barcos que pasan muy lejos, se pueden escuchar barcos mercantes que navegan a más de 30 kilómetros de allí", detalla el investigador, que asegura que el grado de intensidad de esta contaminación puede oscilar entre los 30 y los 130 decibelios.

De hecho, el segundo objetivo de este trabajo consiste en trazar canales de ruidos sobre las cartas marinas para determinar cómo afecta esta contaminación a las poblaciones de cetáceos. Son muchas horas de grabaciones por analizar y estudiar todavía, pero los biólogos han constatado cómo en periodos de ocho de la mañana a seis de la tarde, la contaminación acústica en las rutas de los ferrys hace desaparecer cualquier señal de los cetáceos.

Los biólogos marinos quieren verificar hasta qué punto puede afectar estos ruidos a los animales o a sus comunicaciones. "El ruido que se oye es de una frecuencia de 50.000 hercios, por lo que puede interferir en la comunicación de los delfines, el ruido de hélices de un barco se sitúa en el mismo rango de frecuencias que las señales emitidas por estos cetáceos", comenta Sánchez.

Comunicarse y reconocerse

Los cetáceos emiten distintos tipos de sonidos bajos el agua, sonidos característicos de cada especie que permite a los individuos comunicarse, reconocerse y mantener a los grupos unidos. Algunos, como los delfines, las marsopas y los calderones, son capaces de interpretar los ecos (ecolocalización) y detectar y capturar los bancos de peces de los que se alimentan, explica la Fundación Cram. Por ello, la contaminación acústica submarina que producen los baros mercantes o los de recreo, la actividad pesquera, las prospecciones mineras y demás actividades humanas, tienen un efecto negativo en las poblaciones de cetáceos. Las aguas de Canarias son especialmente interesantes para este tipo de estudios ya que soportan un intenso tráfico marítimo a la vez que sus aguas son frecuentadas por importantes poblaciones de cetáceos, destacando las de rorcuales y las de ballena azul y ballena franca.

Los cetáceos comenzaron a adentrarse en el mar hace unos 50 millones de años y entre los cambios evolutivos que sufrieron en el proceso de adaptación está la transformación de sus patas iniciales en aletas.

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