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Columna
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El arte de la variación

Glenn Gould fue un artista singular por muchos motivos. Entre ellos, por el apego que profesó por una forma musical específica: el tema con variaciones. Es significativo que sus cerca de 60 registros se enmarquen entre las dos célebres versiones de las Variaciones Goldberg, abordadas a distancia de 26 años. El artista canadiense no volvía nunca a una pieza, una vez grabada. Para él, el disco era obra acabada. Precisamente, las ventajas creativas que ofrece el estudio sobre la sala de cocierto es la posibilidad del "recorta y pega", de editar la versión, de modificarla cuantas veces convenga hasta dar con el resultado más satisfactorio. Gould fue muy criticado por su temprana retirada de escena y su dedicación exclusiva a la industria discográfica: es más, se entendió esto como una estrategia publicitaria y para nada se reparó en el calado artístico de su decisión, por más que el pianista lo argumentara una y otra vez en sus escritos. Simplemente, le parecía más serio y riguroso el trabajo recogido en el estudio que la exhibición acrobática sobre la escena. El éxito no le interesaba, le interesaba el legado que podía dejar a las generaciones siguientes. Gran parte de su público no se lo perdonó.

Pero, ¿por qué esa predilección por el tema con variaciones y por qué en el caso de las Goldberg hizo la excepción? Bueno, el tema con variaciones es la forma primigenia de la música, la más sencilla, la que remite más directamente a su estructura intrínseca basada en la repetición, el mecanismo que la convierte en comprensible y reconocible al oído humano. Si la forma sonata, que se impone en el clasicismo, es narrativa y parece prestada de la literatura (finalmente es la traslación al papel pautado de la secuencia planteamiento-nudo-desenlace, convertida en exposición-desarrollo-reexposición), el tema con variaciones remite a la propia estructura musical, pues se trata de alterar ora uno ora otro de los componentes de una secuencia dada: la tonalidad, el modo, el tiempo, la armonización, el timbre, la melodía, etcétera. Por supuesto, a veces el reconocimiento del tema es prácticamente imposible, pero siempre está ahí. Es finalmente minimalismo: modificaciones sucesivas de un tema que queda diseccionado en todos sus recursos.

Este proceso a Gould le fascinaba. Y si abordó las Goldberg, una de las cumbres absolutas del género, cuando tenía poco más de 20 años y luego ya cerca de la cincuentena, fue porque sin duda consideró que el factor edad constituía otra posible variación de la obra. En cierto modo, era introducir el tiempo (la relatividad) en la obra: no el de la ejecución, sino el de la perspectiva que dan los años. Y en la última versión se permitió una significativa inversión de todo el proceso: grabó el tema inicial después de haber pasado por las 30 variaciones. El tema pues no como generador, sino como agujero negro que contiene todas las variaciones posibles, toda la energía desprendida. Una lección fascinante.

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