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El conflicto de Irak
Columna
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La maldición de Bush

Lluís Bassets

Ni los mismos demócratas se lo creen. Bush cumple a la perfección la regla de oro del comportamiento catastrófico (también conocida como ley de Murphy): cuando algo puede salirle mal, le sale mal; si algo es empeorable, él lo empeora; cuando tiene una idea o solución genial, ésta se convierte en causa de las mayores desgracias. El inesperado varapalo que ha recibido de las dos cámaras del Congreso, que han fijado fecha para la salida de las tropas de Irak, obligará ahora al presidente a utilizar su derecho de veto, aun a riesgo de poner en peligro los presupuestos militares que necesita para el redespliegue de tropas en Irak. Y con el efecto inevitable de que la cuestión de la fecha o calendario para la retirada quedará ya perfectamente anotada en la agenda de debate de los dos años de pato cojo presidencial que le quedan hasta la elección del próximo inquilino de la Casa Blanca.

Todo vale con tal de no tener que irse de Irak antes de 2009, que es como confesar la derrota

Bush ha venido rechazando obstinadamente la fijación de límite temporal alguno a la presencia militar norteamericana en Irak, pues considera que significaría reconocer la derrota. Son prodigiosos los ejercicios de obstinación a que puede conducir la ceguera política. Hay que mantener el rumbo en Irak, dijo prácticamente hasta las elecciones de mitad de mandato que le dejaron sin mayoría en las dos cámaras: a final de año ya hablaba de que hay que tomar un nuevo rumbo. No hay guerra civil, se empeñaban en desmentir sus asesores: la Evaluación Nacional de Inteligencia, que hacen todas las agencias de espionaje norteamericanas, ya la reconocía abiertamente este pasado febrero. Estamos ganando, oé oé, no han cejado de repetir durante casi cuatro años de desastre bélico: ahora ni ganamos ni perdemos, se dice como eufemismo de una derrota que nunca se reconocerá.

Lo mismo ha sucedido con la fecha o calendario de la retirada. Ya es evidente que la presencia militar norteamericana en Irak no es la solución a nada, sino parte muy importante e inextricable del problema, y la salida de las tropas condición previa también para cualquier solución. Nadie en sus cabales puede propugnar una salida súbita y desordenada, claro está, pero sí parece imprescindible un mensaje claro y fechado de que la seguridad de Irak debe pasar a manos de los iraquíes y que su Gobierno, ayudado por la comunidad internacional, deberá dialogar con los países de la zona para terminar con el actual estado de caos, de guerra civil y de libre acción de todos los terrorismos.

Bush lo sabe, aunque finja que no va con él. Tras el glorioso balance con que llega al final de su carrera política, está intentando jugar una última carta para ver si la suerte le sonríe de nuevo y puede inscribir su nombre en los libros de historia todavía con un poco de lustre. Alcanzaría el objetivo si mejorara la situación en Irak en los 21 meses de presidencia que le quedan sin haber retirado sus soldados. El informe bipartidista que elaboraron James Baker y Lee Hamilton descartó la idea de un incremento sustancial de tropas, porque significaba un aumento del riesgo y también de la imagen de ocupación. Imaginó en cambio "un redespliegue u oleada a corto plazo" (short term redeployment or surge) para estabilizar Bagdad y mejorar el entrenamiento de los iraquíes, todo como paso previo a la propuesta de retirada escalonada, que debía iniciarse ya en 2007.

Bush rechazó el plan Baker-Hamilton, sobre todo en sus trazos más visibles, pero se ha apoderado de muchas de sus propuestas e incluso de uno de sus autores, el actual secretario de Defensa, Robert Gates, que sustituyó a Donald Rumsfeld. El reparto equitativo de las rentas del petróleo entre todas las regiones iraquíes, la conferencia regional con participación de Siria e Irán o la propia idea de la oleada o surge, están en el informe bipartidista y Bush las ha ido aplicando silenciosamente. Todo con tal de no tener que irse de Irak antes del 20 de enero de 2009, que es como confesar la derrota. Pero tal como están las cosas sobre el terreno, ni siquiera puede descartarse que tenga que apurar las heces de este cáliz.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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