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La fragancia prohibida se hace mayor

Huele a mandarina, jazmín, vainilla, clavel, pachuli y mirra. Su aroma es tan intenso que hace girar la cabeza a quienes lo huelen. Se trata de Opium, el revolucionario perfume que creó Yves Saint Laurent hace treinta años. Un aroma exclusivo para no pasar inadvertido

Dos décadas después de debutar con 21 años como diseñador tras la muerte de Christian Dior, Yves Saint Laurent ultimaba los detalles de un nuevo reto en su carrera desde su propia firma, convertida en multinacional en 1974. Se trataba de la creación de su revolucionaria fragancia Opium, que este año cumple tres décadas y ostenta el récord de ser la que más beneficios ha proporcionado a la empresa que la creó. Además ha sido la única galardonada como mejor perfume del año por la Fundación Internacional del Perfume durante dos años consecutivos (1978 y 1979). "Opium le dio a Yves Saint Laurent la universalidad; a partir de esta fragancia, la firma fue internacionalmente conocida", afirma David Mugler, director de relaciones públicas de la división de belleza de la firma. Lo corrobora Eloísa Bercero, una de las clientas más fieles del maestro. Bercero le conoció al comienzo de su carrera y han mantenido una relación estrecha durante estos años; posee más de mil vestidos suyos, y consume fielmente, al igual que Catherine Deneuve, el perfume desde su lanzamiento. "Tras Opium, Yves Saint Laurent fue conocido en todo el mundo no sólo en el sector de la moda".

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Para saber lo que se fraguaba esos días en los cuarteles generales de la firma -un palacete decimonónico de estilo II Imperio en la Avenue Marceau- habría que remontarse a 1975, cuando Saint Laurent y Pierre Bergé -compañero inseparable y mago de las finanzas, con quien formó uno de los dúos de negocios más exitosos- regresaban de China invitados por el Ministro de Cultura. Fue entonces cuando el modista deseó crear una fragancia que evocase esa cultura milenaria y que al mismo tiempo fuese capaz de arrebatar a las mujeres occidentales. Un perfume de familia olfativa oriental -sus notas predominantes son mandarina, jazmín, clavel, vainilla, mirra, pachuli y opopónaco- que se adentrase en lo prohibido y reprodujese la intensa experiencia emocional que supuso ese viaje. Saint Laurent rechazó por primera vez en la historia ciertos cánones exigidos por la perfumería de lujo: él buscaba la provocación total. Un sueño arriesgado con el que se atrevió Jean Louis Sieuzac, un prestigioso perfumista.

Saint Laurent tenía entonces otras fragancias en el mercado: Y (1964), el perfume de la alta costura; Rive Gauche (1971), que evocaba el ambiente libre del barrio parisiense asociado a su prêt-à-porter, y Pour Homme (1972), para cuya campaña pidió a Jean Loup Stieff que le fotografiase desnudo, una imagen que daría la vuelta al mundo. Pierre Dinand fue escogido para desarrollar el diseño del frasco: había trabajado con éxito para madame Rochas y Paco Rabanne, y llevó un paso más allá el deseo inicial del maestro de inspirarse en un inro -caja lacada en la que las antiguas familias nobles chinas guardaban valiosas insignias o reliquias-. Dinand abrió un círculo, simbolizando un sol naciente, en el lateral del frasco para conseguir que el perfume fuera visible, y lo completó con un cierre transparente ornamentado con pasamanería que desembocaba en una borla de flecos, lo nunca visto hasta entonces en un perfume. Los colores fueron el rojo, presente en la arquitectura de la Ciudad Prohibida, y el azul tinta, invento chino, que junto con la estampación dorada del nombre y los motivos decorativos le dieron un aspecto suntuoso y de misterio.

Pero Saint Laurent guardaba un as en su manga, el nombre. Para él no había nada más prohibido ni embriagador que el opio, y decidió que su declinación en latín serviría para bautizar la nueva fragancia. Inesperadamente, el equipo que le rodeaba se rebeló. Creían que las conservadoras clientas que gastaban fortunas en sus vestidos de alta costura no aprobarían, ni mucho menos comprarían, un perfume que sublimaba una droga que incluso había provocado guerras. Además estaba el hecho conocido de que Saint Laurent pasaba temporadas en centros especiales de reposo para limpiarse de sus adicciones, y, pese a que sus recuperaciones iban acompañadas de creaciones extraordinarias que conmocionaban a la crítica, corría la sensación de que ese controvertido nombre traería el descrédito a la compañía. Fue Bergé quien zanjó la polémica dando un puñetazo en la mesa en defensa del artista y responsabilizándose de las posibles consecuencias de sus actos. Y para sorpresa de todos los biempensantes, fue éste el detalle que encumbró la fragancia al nivel de mito. "El nombre no me pareció escandaloso; al contrario, me dio morbo. Todos los perfumes hasta entonces tenían unos nombres muy cursis. Me pareció sensacional", afirma Eloísa Bercero.

Antes del lanzamiento, Saint Laurent realizó una colección inspirada en China con el mismo nombre que el perfume, y para finalizar el desfile eligió una modelo oriental embarazada, aludiendo a la fertilidad de la mujer china, con un traje nupcial inspirado en las túnicas de las damas de la antigua corte imperial. Fue el precalentamiento antes del lanzamiento de Opium en noviembre de 1977, en la isla de Curaçao, con una fiesta fastuosa e inolvidable.

Jamás un perfume tuvo un éxito tan fulgurante ni dio tanto dinero. Una vez más, Saint Laurent supo entender los deseos de la sociedad de su tiempo. Con Opium supo presentir el deseo de millones de mujeres que anhelaban nuevas e intensas sensaciones.

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