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Columna
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'Coucher sans rien faire'

El adanismo se convierte en un artículo de fe. Quien aduzca la experiencia será tachado de adicto a la hueste insufrible que boicotea los horizontes que se abren. Lo mismo da que se hable del término nación, incorporado al frontispicio de los Estatutos de autonomía, que del final dialogado del terrorismo, que de la Ley de la Memoria Histórica, que de la reforma de la Constitución, que de implantar husos horarios propios en cada una de las comunidades. Vivimos tiempos nuevos protagonizados por nuevas generaciones que vuelven con la cantinela de siempre para proclamar la ley de la invalidez universal y aplicársela a sus mayores, afortunados candidatos en el mejor de los casos a unos ERE como el diseñado para los trabajadores de RTVE. Es como si toda la memoria y todos los saberes acumulados dejaran de ser un valor añadido, quedaran inscritos en el capítulo de la nostalgia y pasaran a considerarse un penoso lastre que incapacita.

Se abre desde ahora un gran futuro para la semántica porque la idea predominante es que todo puede hacerse sin consecuencias y las reclamaciones al maestro armero. Nos acercamos al fin de la lógica aristotélica. En cualquier momento puede declararse abolida la ley de la gravitación universal, de manera que quedemos todos en un insólito estado de ingravidez que hasta ahora sólo han vivido los astronautas. Es lo que, en otro plano, recordaba un buen amigo en la sobremesa de una cena reciente, a propósito de los veraneos de su juventud en el Santander de los años cincuenta. Como las aves migratorias, llegaban las francesas, que podían ser también de cualquier otro país, y entre sus propuestas más innovadoras, frente a los estrictos usos de las nativas, estaba la de coucher sans rien faire. Aparecía así todo un mundo de posibilidades lúdicas de gran interés a desarrollar sobre las playas nocturnas pero sin el arrastre de consecuencias irreversibles y más en una época en la que los anticonceptivos apenas eran accesibles al público de a pie.

Se trata de una fórmula que en nuestros días merece ser también analizada dentro del ámbito de la política. Veamos, por ejemplo, el caso del término nación. Primero, fue el compromiso anunciado antes de las elecciones autonómicas de aceptar la redacción del nuevo Estatuto tal como viniera de Cataluña. Luego, el intento de restar fuerza al concepto haciendo notar su carácter polisémico. Después, la declaración de barra libre, para que cada comunidad optara por definirse como mejor le pareciera. Por último, la reclusión de la palabra conflictiva en el preámbulo para eliminar sus efectos indeseados, tras asegurar que en ese lugar, donde anidan las solemnidades que cargan de sentido a la norma, todo puede ser dicho sin consecuencias.

Así, la ilegalidad de la piscina probática queda bajo la protección de 12 guardias civiles; la siembra de odios y antagonismos de la Cope en nada afecta a sus propietarios de la Conferencia Episcopal, con su casilla en la declaración del IRPF y su asignatura de religión; los políticos corruptos del urbanismo preparan su candidatura a las próximas elecciones; los policías que trafican con explosivos y encadenan sus mentiras con el 11-M quieren zafarse del juez que les corresponde y cambiarlo por el de su conveniencia; el presidente de Esquerra Republicana de Catalunya vuelve a la Generalitat en calidad de vicepresidente, como si nada hubiera tenido que ver con la llamada anticipada a las urnas; y seguimos sin saber dónde fue a parar el 3% que gravó el coste de la obra pública bajo los Gobiernos de Pujol.

Al mismo tiempo, se intensifica la kale borroka y los batasunos se quedan en Belén con los pastores; el presidente del PP descalifica por inmoral la sentencia del Supremo donde se aceptan los diálogos con la llamada izquierda abertzale; el Gobierno acepta la revisión de los juicios franquistas si sólo entraña consecuencias morales; y por ahí adelante. Tampoco consuela asomarse al exterior, donde el informe Baker sobre la guerra de Irak es recibido en la Casa Blanca a beneficio de inventario; las torturas quedan sin sanción; y llega a Bruselas de comandante supremo de la OTAN un general que estuvo al frente de la prisión de Guantánamo. La actualidad vuelve a tergiversar la realidad. Cuidado.

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