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Los secundarios son protagonistas

Hay personajes que están oscurecidos por la tradición y el brillo de estrellas como Papá Noel. Éste es un homenaje a ellos. Los olvidados de la Navidad

Empecemos por hablar de Santa Claus. Muy bien, aceptemos que el viejo Sinter Klaas se lleve todos los honores tras el reparto de regalos en la madrugada del 25… pero sería de justicia recordar a quienes colaboran con él en tan generosa tarea.

Hay que comenzar el repaso por los bendegums, unos duendes que viven en la casa lapona de Santa Claus y le ayudan durante todo el año a fabricar los juguetes que luego recibirán los niños. Cabe preguntarse si estos laboriosos personajes reciben algún tipo de compensación económica o si estamos ante un flagrante ejemplo de explotación laboral. Vale que es por una buena causa, pero no estaría de más que un sindicato se interesase por la situación. Además, aunque hay bendegums de todas las edades, la mayoría de ellos suelen ser viejecitos, así que se ve que en el Polo Norte tampoco está muy bien definida la edad de jubilación. En cuanto a los uniformes -todos visten ropa de colores chillones-, ¿se los compra el propio Santa Claus o tienen que ocuparse ellos del asunto?

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Y luego están los ocho renos que tiran del trineo, si bien es cierto que en principio se decía que Mr. Claus viajaba en un vagón volador. Fue el doctor Clement Clarke Moore quien en 1822 escribió para sus hijos un poema navideño donde hacía un preciso retrato del personaje que fue mencionado por primera vez por Washington Irving en su cuento Historias de Nueva York, allá por 1809. El caso es que Clarke cambió el vagón clásico por un trineo del que tiraban ocho renos, cada uno con su nombre: Dasher, Dancer, Francer, Vixen, Comet, Cupid, Doner y Blitzen. La imaginación popular añadió a la terna otro personaje: Rudolph, un reno de nariz roja y reluciente que solía ser menospreciado por sus compañeros de trabajo a causa de tan singular defecto físico.

Es difícil entender por qué Santa Claus no tomó cartas en el asunto y abroncó a los abusones, pues allí se estaba produciendo un claro caso de acoso psicológico. Quizá nunca llegó a enterarse de que el desdichado Rudolph estaba pasándolas canutas en la cuadra. El caso es que, según la historia, una Navidad se desató una tormenta de nieve tan feroz que los renos fueron incapaces de orientarse, haciendo peligrar el tradicional reparto de regalos. Entonces, Santa Claus decidió colocar a Rudolph al frente del trineo, pues la luz que despedía su nariz resultaba tan útil como el mejor de los faros antiniebla. El cuento se hizo tan conocido que alguien compuso un villancico con él, de forma que el reno sometido a bullying por sus compañeros acabó convirtiéndose en la más popular de las mascotas de Santa Claus. Como dice la canción, "y desde aquel momento / toda burla se acabó".

Aunque a principios del siglo XIX Santa Claus era ya una figura bien conocida, su primera gran recreación pictórica se la debemos a Thomas Nast, quien en 1863 hizo un magistral dibujo del personaje en la revista Harper's Weekly. La vestimenta de Santa es otro de sus rasgos distintivos: un traje rojo ceñido por un cinturón y rematado en piel blanca. Esa imagen del buen Claus es tan popular que muchos no saben que en principio se le representaba vestido de verde. Fue Abdon Sunblom, un dibujante de la casa Coca-Cola, quien, pensando en un anuncio navideño, vistió a Santa con los colores corporativos de la marca. Y hasta hoy…

Tampoco es demasiado reconocida la figura de la señora Claus, aunque a estas alturas nadie duda de que Santa está felizmente casado. De todas formas, y si, como asegura la leyenda, el personaje tiene montado un taller de juguetes en su propio domicilio, es fácil asegurar que la buena mujer debe de tener una paciencia franciscana, o las broncas conyugales deben de ser el pan nuestro de cada día allá en Rovaniemi.

En cuanto a nuestros tres Reyes Magos, tienen en su equipo de trabajo una serie de personajes imprescindibles, empezando por el Cartero Real, que desde los primeros días del adviento recoge las cartas enviadas a los Reyes y se las hace llegar a su morada, allá en Oriente. Cabe preguntarse qué hace el distinguido cartero durante el resto del año, y si en verdad sólo trabaja un mes de cada doce, en Correos debe de haber muchos voluntarios para ocupar su puesto.

Hacen mal los niños en convencerse de que los Reyes no tienen tiempo de vigilar su comportamiento para actuar en consecuencia a la hora de adjudicar los presentes. En efecto, los monarcas están muy ocupados leyendo cartas, empaquetando regalos y consultando los pronósticos del tiempo para elegir la mejor ruta antes de viajar, pero alguien les echa una mano a la hora de tomar nota de las buenas y malas acciones de los niños. Es un hada chiquitita llamada Carbonilla, capaz de hacer a Melchor, Gaspar y Baltasar un completo informe de las actitudes de los chavales, sobre todo en los días previos a las fiestas. Es lógico pensar que el trabajo de Carbonilla puede no estar muy bien visto por los más pequeños: en el fondo, el hada vigía es lo que comúnmente se conoce como "chivata" o "acusica".

En todas las cabalgatas del 5 de enero se puede ver a los pajes que viajan con los magos y portan los regalos que los niños recibirán al día siguiente. Parece natural que sus majestades de Oriente se hagan acompañar por miembros del servicio: es muy difícil llevar regalos para tanto crío, aun cuando en el País Vasco cuentan con la ayuda impagable del Olentzero, un viejo carbonero que sustituye a los Reyes en la tarea del reparto de paquetes. En Italia es una bruja buena, la señora Befana, quien a lomos de su escoba hace el mismo trabajo en la madrugada del 6 de enero.

En realidad, la tradición de los Reyes se ha deformado mucho con el paso del tiempo: parece que no eran monarcas, sino hombres de ciencia dedicados a la astronomía. Y según la tradición alemana no eran tres, sino cuatro: Melchor, Gaspar, Baltasar y Artabán, que se perdió en el camino a Belén. Cuando se dio cuenta de que no iba a llegar a tiempo para visitar al Niño, repartió entre los más necesitados los obsequios que le iba a entregar. Y eso que, si hacemos caso a la historia sagrada, en aquellos días la población infantil de la zona había sido convenientemente diezmada por el sanguinario Herodes: tras escuchar la profecía de que en Belén había nacido un niño que estaba llamado a convertirse en rey, se tomó la amenaza tan al pie de la letra que mandó degollar a todos los bebés varones de los alrededores. La tradición cristiana conmemora la matanza de los inocentes el día 28 de diciembre, en la que es habitual gastar pequeñas bromas a vecinos y amigos. Aunque, para qué engañarse, es difícil encontrar la relación entre los pitorreos amistosos y los muñecos de papel enganchados en los abrigos de los incautos con varios centenares de niños pasados a cuchillo por culpa de los delirios de un tiranuelo chiflado.

Los nuevos tiempos han hecho palidecer muchas tradiciones navideñas que son sustituidas por otras más sofisticadas o más rentables. Si en nuestro país la figura de los Reyes ha perdido fuste en favor de Papá Noel, y en muchos hogares el secular nacimiento ha sido arrinconado por el abeto tan común en Centroeuropa, los villancicos populares españoles han ido soltando lastre para convertirse en protagonistas casi olvidados de nuestras fiestas en detrimento de otros sones más poéticos. Bien es verdad que letras como "ande, ande, ande, la marimorena" o "hacia Belén va una burra, rin, rin, cargada de chocolate" poco tienen que hacer ante los tintes melodiosos del Noche de paz o el Navidades blancas interpretado por Bing Crosby y Tony Bennet. Por cierto, que la canción compuesta en su día por Irving Berlin para la película Holiday Inn es el tema musical más vendido de la historia, con más de cuarenta millones de copias. En cualquier caso, es una pena que el mercado musical americano haya arrasado con nuestras canciones tradicionales. Por otro lado, la desconfianza y las malas pulgas del personal hace tiempo que dieron al traste con la costumbre de pedir el aguinaldo a ritmo de zambomba, pandereta y botella vacía de Anís del Mono, pero ésa es otra historia.

Y vamos con otros 'must' pascuales. Estas navidades, alguna cadena de televisión programará Mujercitas. A estas alturas no hay nadie que no conozca a las cuatro hermanas, de la indómita Jo a la enfermiza Beth, la coqueta Amy o la más anodina Meg. Pero ¿qué sabemos de su madre? Y no hablamos de la abnegada Marmie, que visitaba enfermos y cosía calcetines para los desheredados, sino de Louise May Alcott, autora de la novela que dio origen a la película, cuya figura ha quedado eclipsada por la de los dos grandes directores que llevaron Mujercitas a la pantalla: Mervin LeRoy y George Cukor. Muchos de los que han disfrutado con el filme no saben que la autora de la historia escribió el libro coaccionada por su severo padre, Branson Alcott, y por un editor que quería publicar una historia "para chicas jóvenes" que retratase a una ejemplar familia norteamericana. Louise May se inspiró en sí misma para crear el personaje de Jo. Por cierto, la crudeza de la narración original obligó a los editores a pulirla para alumbrar así la almibarada y políticamente correcta Mujercitas.

Siguiendo con clásicos navideños, no podemos olvidar Cuento de Navidad, que fue llevado al cine en más de un centenar de ocasiones (se filmó incluso una versión pornográfica). Todos conocemos hasta la saciedad la historia del avaro Ebenezer Scrooge, que tras la visita de los espíritus de las navidades pasadas, presentes y futuras se compromete a vivir una nueva vida. Lo que pocos saben es que este clásico navideño que salió de la pluma de Charles Dickens fue escrito por su autor en cuestión de un par de semanas y a raíz de un encargo. En noviembre de 1843, acosado por las deudas y la falta de ingresos y atascado en la redacción de la novela Martin Chulewitz, su editor pidió a Dickens que escribiese una novela corta con todos los ingredientes de la Navidad: nieve, redención, esperanza y buenos augurios. Así nació Un villancico en prosa, título original de la narración. Lo que nadie, ni siquiera el propio Dickens, podía esperar es que lo que él consideraba un trabajillo alimenticio pudiera convertirse en un éxito editorial sin precedentes: se vendieron seis mil ejemplares en la primera semana de publicación, y el libro se reeditó hasta doce veces antes de Año Nuevo. Aquella historia fue la más rentable de todas cuantas concibió el autor inglés.

Todo lo contrario le ocurrió al recordado Frank Capra cuando dirigió -y produjo- el clásico navideño por excelencia: el filme ¡Qué bello es vivir! Estrenada hace ahora sesenta años, en una temporada en que el cine americano sacó a la luz varios filmes que pasaron a la historia, el sólo discreto taquillaje obtenido por la película hizo quebrar a la productora Liberty Films, fundada por el propio Capra y por William Wyler para realizar cine al margen de los grandes estudios.

Pero esa película mil y una veces emitida en Navidad oscurece hasta borrarla la figura de un secundario: el escritor Philip van Doren, autor del cuento El mejor regalo, en el que Capra se basó para componer el guión de la película y cuyos derechos compró en 1945 por 50.000 dólares con la renuncia expresa del escritor a reclamar otra compensación en el futuro. No tenemos constancia de qué dicen los herederos de Van Doren cada vez que alguna televisión emite en Navidad Qué bello es vivir y piensan en los royalties que podrían estar ingresando de haber tenido su antepasado una mayor visión de futuro. Claro que ¿quién iba a suponer que, sesenta años después, el bueno de George Bailey iba a seguir emocionando a familias enteras tras ganarse la categoría de uno de los personajes principales de las navidades?

Los otros secundarios

El resto de los cratchit. Después del protagonista de la novela, el antipático, roñica e indeseable Señor Scrooge, el más popular de los personajes de Cuento de Navidad es Tiny Tim, el hijo inválido del escribiente Bob Cratchit, de cuya educación promete ocuparse Scrooge después de redimirse. Pero Cratchit tenía más hijos. Otros seis, si las cuentas no fallan, y lógicamente también eran pobres y desgraciados, y dignos por tanto de la generosidad ajena. Es de esperar que el millonario extendiese a ellos su cariñosa protección, pero lo cierto es que el resto de la prole de Cratchit queda anulada por el personaje del pequeño Tim.

Relegados en la mesa. Angulas, percebes, jamón de pata negra, foie, solomillo, turrón de tiramisú, de nata con kiwi, de yogur con arándanos… las delicatessen han convertido en personajes secundarios de la Navidad la lombarda, el pollo asado y el turrón duro y blando de toda la vida. Las peladillas y los piñones glaseados son harina de otro costal porque ¿hay alguien a quien de verdad les gusten?

'Mujercitas', un rodaje infernal. La versión del clásico navideño dirigido por George Cukor tuvo un rodaje de pesadilla. El director y Katharine Hepburn -que interpretaba a Jo March- tuvieron más de un enfrentamiento, y Cukor llegó a abofetear a la actriz en presencia de todo el equipo. La guapa Joan Bennet, que hacía de Amy, se quedó embarazada, y los responsables de vestuario se las vieron y se las desearon para disimular sus curvas. Por si fuera poco, la actriz que interpretaba a la tía March, Louise Closser, murió repentinamente cuando ya había rodado buena parte de sus escenas, y hubo que sustituirla por Edna May Oliver.

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