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Reportaje:La caridad de los ricos de EE UU

Filantropía, SA

Los millonarios compiten en Estados Unidos por dar dinero, pero la nueva caridad se hace con criterios empresariales. En 2005 las donaciones ascendieron a unos 200.000 millones de euros

La filantropía es una señal distintiva de Estados Unidos. Los norteamericanos, para compensar con responsabilidad personal la menor asistencia del Estado, por razones religiosas o fiscales o por buen corazón, dedicaron en 2005 a causas nobles en general 250.000 millones de dólares (195.000 millones de euros), el 2% del producto interior bruto. La filantropía -que algunos llamaban antes caridad privada y ahora inversión social- tiene la edad del país; la filantropía de los ricos tiene un siglo, desde los tiempos de John Rockefeller y Andrew Carnegie.

Hace 10 años, uno de esos ricos -Ted Turner, el inventor de la CNN- llamó tacaños a sus compañeros de fortuna: para no perder su puesto en la lista de los 400 de Forbes, los grandes multimillonarios no dedicaban sumas importantes a la caridad, no estaban a la altura de la tradición filantrópica. ¿Cómo corregir la situación? Con una nueva lista que distinguiera a los ricos más generosos. La revista Slate recogió la iniciativa y empezó a publicar la lista de los 60.

La Fundación Gates contaba hasta este verano con 27.300 millones de euros
Warren Buffet, el segundo hombre más rico del mundo, dona 24.000 millones
Gates y Buffet opinan que "dejar a los hijos un montón de dinero no es nada inteligente"
"La Fundación sabrá gastar mi dinero mejor que yo", dijo el millonario Buffet
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La semana pasada, bajo el amparo de Bill Clinton, Slate organizó en Little Rock (Arkansas) la primera conferencia de los 60 principales de la generosidad. En estos 10 años, los 60 han triplicado sus aportaciones (4.300 millones de dólares en 2005). Eso tiene dos explicaciones. La primera es que los ricos son cada vez más ricos: según los economistas Thomas Piketty y Emmanuel Saez, entre 2003 y 2004 los ingresos medios del 99% de los hogares de EE UU crecieron un 3%, mientras que los del 1% en la cúspide de la pirámide crecieron el 18%.

Pero la segunda es más interesante: estar en la lista de los 60 da prestigio, usar las técnicas del capital riesgo en filantropía puede ser fascinante, la responsabilidad social empresarial se pone de moda. Es atractivo estar entre "los que mezclan el dinero con la creatividad y el riesgo (...) y aprecian el poder moral que procede del acto de dar", como dijo el periodista Sebastian Mallaby en Little Rock.

Una minoría creciente de esos hipermillonarios no ven sentido a esperar a morirse para ejercer la filantropía, y creen que la vieja caridad no sirve para los problemas de hoy. "Si hay un gran crecimiento de la comunidad filantrópica", dice el padre de Bill Gates, que codirige la Fundación del mismo nombre lanzada hace 12 años por el creador de Microsoft y su mujer, Melinda, "es porque cada vez hay más gente como mi hijo: gente que se hace rica a través de actividades económicas y empresariales muy innovadoras y que llevan esa misma mentalidad a sus esfuerzos filantrópicos".

Una mentalidad que va más allá entre los que ejercitan la filantropía lucrativa, como los fundadores de Google -Sergey Brin y Larry Page-, o del inventor de eBay -Pierre Omidyar-, tras los pasos de la revolución del microcrédito de Mohamed Yunus, el último Nobel de la Paz.

La Fundación Gates ocupaba ya una posición dominante en el sector cuando, este verano, casi duplicó sus recursos de 35.000 millones de dólares (27.300 millones de euros) con la aportación de otros 24.000 millones de euros de Warren Buffet, el segundo hombre más rico de EE UU (después de Gates). "Mi hijo y Warren comparten la opinión de que dejar a los hijos un montón de dinero no es nada inteligente", cuenta Bill Gates senior. "¿Por qué? Muy sencillo: porque creen que eso les quita a los chicos toda la energía y la ambición".

"Cuando Bill Gates y Warren Buffet se conocieron, en 1991", dice Craig Mundie, jefe de Investigación y Estrategia de Microsoft, "Warren le contó sus ideas contrarias a que los hijos heredaran fortunas. Después, Bill y Melinda lo pensaron más a fondo, sobre todo cuando fueron naciendo sus hijos [que ahora tienen 10, 7 y 4 años], y eso fue muy importante en la evolución de la Fundación. Además, Buffet le convenció de que lo que se hace con el dinero hay que hacerlo cuando uno está vivo".

La nueva filantropía recibe críticas: a alguna izquierda clásica le parece el último invento para maquillar la obscenidad de la riqueza; a alguna derecha tradicional le revuelven las tripas los empresarios de buen corazón que juegan con los beneficios de los accionistas. Ciertos expertos se inquietan por la extraordinaria dimensión de fundaciones como la de los Gates y su influencia a la hora de definir las líneas del campo de la ayuda.

"Mi única preocupación es que estas fundaciones marquen la agenda, que establezcan con sus intervenciones lo que es importante y lo que no", dice Marcy Kelley, vicepresidenta de la Fundación InterAmericana (financiada por el Gobierno de EE UU), que, en todo caso, no duda: "Tiene todo el sentido del mundo que se desarrolle este tipo de filantropía; la dimensión de los organismos privados es algo muy positivo. Los que trabajamos en este campo sabemos que buena parte de los esfuerzos gubernamentales con dinero público han fracasado en los últimos 50 años, por unas razones o por otras".

Rick Cohen, del Centro para la Filantropía Responsable, se queja en su revista de la falta de control y, aunque reconoce los méritos de los Gates y los Buffet, lamenta que "la imagen de la filantropía se reduzca a la de un pequeño grupo de plutócratas que, debido a que tienen unos bolsillos sin fondo, parece como si supieran más de la vida que el resto de la gente". El Centro cree que se puede fabricar la imagen de que la filantropía privada hace innecesario al sector público en la ayuda social.

"Es una preocupación que compartimos, porque no creemos que la filantropía sea la respuesta", responde Jacqueline Fuller, directora adjunta del Programa de Salud Global de la Fundación Gates. "Los problemas que abordamos -cómo mejorar la salud de los más pobres- no los puede resolver la filantropía. Las alternativas y soluciones corresponden fundamentalmente a los Gobiernos. Nuestro papel es ser catalizadores, mirar al horizonte y ver dónde están los agujeros estratégicos que la filantropía está mejor preparada para abordar".

¿Por qué está mejor preparada? "Porque incorpora elementos de la visión empresarial", cree el alto ejecutivo de Microsoft Craig Mundie. Es algo que también reconoce un gigante como el Banco Mundial, que da anualmente 20.000 millones de dólares (20 veces más que la Fundación Gates) en ayudas, casi tanto como EE UU. "Las fundaciones privadas son una silla más a la mesa, y por tanto son bienvenidas. ¿Serán útiles? Si consiguen mantener la atención, sin duda", dice Richard Seifman, consejero de la campaña contra el sida en África del Banco Mundial. "Y si traen con ellas la eficacia de la empresa privada, me quito el sombrero".

La eficacia, y algo más: el riesgo. "La filantropía privada puede experimentar con fórmulas, y la otra no, porque no puede correr riesgos. Nosotros, sí; si sale bien, estupendo, y si no, pues bueno... Pero la financiación pública es necesaria para cosas que ya están determinadas y establecidas, y eso excluye los experimentos. La privada tiene más capacidad para abrir nuevos senderos, sentar ejemplos que luego pueden ser aprovechados", dice el padre de Gates.

Además de eficacia y riesgo, hay otra ventaja para Fuller: la independencia. "No tenemos electorado; Bill Gates no es un dirigente político, no necesita preocuparse de si va a ser elegido o no el año que viene. No tiene que estar pendiente del viento político dominante".

La Fundación Gates -que tiene una plantilla muy reducida, unas 300 personas- trabaja en tres campos: el 70% de sus ayudas (que después de la inyección Buffet van a ser de unos 3.000 millones de dólares anuales) se destinan a los países en desarrollo, con programas de salud y de reducción de la pobreza, y el 30% a EE UU, con programas de acceso a la educación y refuerzo tecnológico de las bibliotecas públicas. "Bill y Melinda Gates han decidido que no sólo se trata de dar una cantidad relativamente alta de dinero, sino de concentrarse en conseguir el impacto de lo que se quiere. Es una opción estratégica sobre pocos objetivos", señala Fuller, para quien el perfil de la pareja es determinante: "El hecho de que los dos vengan del mundo de la empresa influye mucho. Todo el mundo conoce la historia de Bill Gates, pero es menos sabido que Melinda Gates fue durante muchos años una ejecutiva de Microsoft. Los dos observan los problemas a través de una lente empresarial que les hace preguntarse: ¿cómo podemos conseguir un impacto que se pueda medir? Cuando el objetivo es salvar vidas y reducir enfermedades, saben lo que es el desarrollo de un producto, conocen la capacidad de la tecnología y tratan de lograr esos objetivos preguntándose: ¿cómo podemos mejorar y distribuir los instrumentos que ya hay, como las vacunas? ¿Cómo se pueden crear nuevas vacunas para el sida, para la malaria, o mejorar las que hay contra la tuberculosis?".

Todo esto -además de un astuto cálculo sobre costes e impuestos- fue lo que llevó al sabio de Omaha, a Warren Buffet, que ha ganado 44.000 millones de dólares con la vieja economía, a poner en manos de su amigo Bill Gates -al que su visión e iniciativas en la nueva economía le han proporcionado una fortuna de 50.000 millones (39.000 millones de euros)- la mayor parte de su dinero. "La Fundación sabrá gastarlo mejor que yo", dijo al anunciar la donación del 5% anual de un paquete de 12 millones de acciones de su conglomerado inversor Berkshire. Y añadió: "Una de las ventajas de la filantropía privada es que reacciona mejor a los errores que comete. Cuando los Gobiernos se equivocan en términos de asistencia y no reaccionan, esos errores acaban incorporándose a su política social".

¿Cómo minimiza errores el estilo empresarial en la filantropía? La formación empresarial y científica de Bill y Melinda Gates, reitera Fuller, se aplica a cada proyecto, a cada solicitud de dinero. "Son brutalmente sinceros al revisar qué enfoques funcionan y cuáles no, y tienen en cuenta los datos para corregir rumbos y conseguir resultados". En las decisiones sobre gastos, añade, "hay un análisis de problemas; se detectan los obstáculos para lograr soluciones; se abordan las barreras para ver cuál hay que eliminar y que el dinero tenga un efecto catalizador". Una vez dado el dinero, "la salud es un área de desarrollo que se puede medir de forma relativamente fácil: con una nueva vacuna se puede saber al cabo de unos años qué es lo que ha cambiado. Es fácil ver si hay éxito o no".

William Easterly, profesor de Economía de la Universidad de Nueva York, se convirtió en el gran azote de la ayuda internacional tradicional después de haber trabajado 16 años en el Banco Mundial. En su libro La carga del hombre blanco: por qué los esfuerzos de Occidente para ayudar a los demás han hecho tanto daño y tan poco beneficio, Easterly -que mantiene una dura polémica con Jeffrey Sachs, autor de El fin de la pobreza y defensor del aumento de las ayudas- se escandaliza de que los problemas de los pobres no han cambiado casi tras 25 años y 2,3 billones de dólares gastados (casi tres veces el PIB de España), y lo atribuye a "la impunidad de la ayuda exterior". Cuando Buffet anunció la donación que duplicó los fondos de la Fundación Gates, Easterly recomendó al eje del altruismo -Bill y Melinda Gates y Warren Buffet- que no subestimara "la burocracia y la disfuncionalidad del sector de la ayuda al desarrollo" y que su desafío es "averiguar si los clientes están satisfechos", si los enfermos notan la diferencia.

"Bueno, estoy de acuerdo, creo que es la pregunta que hay que hacerse", dice Jacqueline Fuller. "Hay que preguntarse si estamos logrando resultados, si hay un impacto. Y yo creo que hay datos suficientes como para decir: sí, estamos teniendo impacto en los clientes".

Bill Gates y su esposa, Melinda, posan en Manhiça (Mozambique), en la clínica del investigador español Pedro Alonso.
Bill Gates y su esposa, Melinda, posan en Manhiça (Mozambique), en la clínica del investigador español Pedro Alonso.B. KINNEY / FUNDACIÓN GATES

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