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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El reverso de Michael Moore

Que las sólidas barreras que han separado, desde los orígenes, al cine de ficción del documental están saltando por los aires desde hace algún tiempo, está fuera de duda. No fue el primero, pero cabe asignar a Michael Moore y sus a menudo irritantes documentales con un Yo aseverante pegajosamente presente, el haber popularizado en el cine fórmulas que la televisión ya había recorrido antes.

Lo de Sacha Baron Cohen, cómico inglés y judío, casi tan omnipresente como Moore, parece la misma operación. Está claro que Baron, trastocado aquí en un falso periodista televisivo... ¡kazajo!, que recorre el país para aprender en "beneficio de la Gloriosa nación de Kazajistán" las formas de vida americanas, utiliza las fórmulas del documental, la aparente neutralidad de la cámara, el abordaje directo a los entrevistados, como si de un Moore de ficción se tratase. Y lo que logra no es muy diferente, aunque tras ver la desopilante, a menudo excesiva pero casi siempre desternillante Borat, lo que queda claro es que lo que verdaderamente importa no es cómo se ha fabricado la superchería, si responde a un planteamiento de puesta en escena, si hay preparación o no de los rodajes y si los que salen por ahí, entre ellos, Pamela Anderson, han sido previamente contratados para lucir como lucen.

BORAT

Dirección: Larry Charles. Intérpretes: Sacha Baron Cohen, Ken Davitian, Luenell, Pamela Anderson. Género: falso documental, EE UU, 2006. Duración: 84 minutos.

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Poco importa. Porque lo que hace de Borat una de las películas más chocantes y graciosas de los últimos años es su efectividad: uno se ríe no sólo con el personaje, sino, sobre todo, de los otros, un ejercicio de sadismo posmoderno al servicio de una ideología que podría definirse como el discurso contra lo políticamente correcto.

Aquí sale todo el mundo malparado. Feministas, racistas, damas sureñas, hospitalarios judíos, cristianos fundamentalistas, estudiantes de vacaciones, prostitutas: todos son abordados e interrogados con (falso) candor por un (falso) periodista para un (falso) documental. Y lo que logra Baron es tan apabullante como lo que suele encontrar Moore: un brutal retrato, que en ocasiones borda la caricatura, de todo un país a partir de sus ceremonias más íntimas (el sentido del humor, el rodeo), de las que emerge lo que podríamos llamar la cotidianidad del horror, las confesiones machistas, el racismo de quien ni siquiera es consciente de serlo.

Tiene algunas (leves) caídas del interés, se repite en todo lo que tiene que ver con el sexo (aunque por ahí asoman algunos de los mejores gags), pero sobresale por la brillantez del personaje, por su astuta estrategia de discurso, por la rotundidad de su humor. Y no extraña nada que en Kazajistán estén pidiendo la cabeza del humorista. Porque si los estadounidenses quedan retratados como unos perfectos estúpidos, lo de los kazajos es infinitamente peor. Ya no estamos en los tiempos en los que el cine respetaba las banderas y costumbres de naciones amigas y conocidas. Ahora ya no se salva ni el apuntador.

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