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Reportaje:CERCO AL EX DICTADOR

La desaparición del cura Llidó acosa a Pinochet

La familia de un sacerdote valenciano logra , 32 años después, que el ex dictador chileno pierda su inmunidad

Ferran Bono

En su última carta, Antoni Llidó confesaba a su hermana que le interesaba mucho lo que "los niños", en referencia a sus sobrinos, iban a pensar de él y lo que estaba pasando en Chile. "Traten de explicarles todo, sin deformar ni deformarme", pedía el cura en septiembre de 1974. Llevaba un año viviendo en la clandestinidad. A los pocos días, fue detenido por los "gorilas", como llamaba a los policías y los militares de Pinochet. Nunca más se supo de él. Ahora, con 32 años de retraso, comienza a hacerse justicia y la Corte Suprema de Chile ha desaforado por este caso al ex dictador Augusto Pinochet.

Llidó tenía 38 años cuando desapareció. "Aquella carta la escribió prácticamente como si fuese su testamento. Muchos compañeros suyos ya habían desaparecido", recuerda Pepa Llidó. Hasta el último aliento, cuando ya presentía un desenlace fatídico e inminente, el sacerdote alicantino siguió fiel a lo que había sido toda su vida: un educador.

Un testigo cuenta que Pinochet, al oír el nombre de Llidó, dijo: "No es un cura; es un marxista. A los marxistas hay que torturarlos porque de otra manera no cantan"

Antoni estudió magisterio antes de entrar en el seminario en Valencia. Nadie en su luminoso pueblo natal, Xàbia, podía sospecharlo. Su familia era religiosa, pero no más que otras. Era, además, un tipo muy abierto, festivo, comunicativo, "muy xarrador", apunta sonriendo la hermana en su domicilio de Valencia. Huérfano de padre desde los 11 años, se hacía querer. Era aficionado al baile, al teatro y a la música, y participaba en todas las actividades que se celebraban en la población costera, emplazada bajo el perfil del cabo San Antonio y el imponente macizo del Montgó. "¿Y quién bailará conmigo ahora?", le decía una vecina cada vez que lo veía ya de cura", rememora Pepa.

Su familia no ha cesado de exigir justicia durante más de 30 años. El pasado miércoles ganaron una batalla de una larga contienda. Antoni Llidó no regresará; se lucha para que sus asesinos no queden impunes y se descubra dónde se hallan sus restos. "Entonces ya podremos ir a Chile y dirigirnos a un sitio determinado", comenta Ferran Zurriaga, el marido de Pepa Llidó. Los dos, con sus tres hijos, familiares y amigos, han combatido el olvido y han logrado que Pinochet pierda su inmunidad. La Corte de Apelaciones lo ha desaforado por su presunta responsabilidad en la desaparición de Antoni.

Según el juez, el religioso fue torturado y estuvo detenido sin garantías. Nueve agentes de la temida DINA también están procesados. La acusación estima que Pinochet conocía el caso, como demuestra el testimonio directo presentado por el obispo luterano Helmut Frez. En una reunión, el general golpista, al oír el nombre de Llidó, contestó: "No es un cura; es un marxista. A los marxistas hay que torturarlos porque de otra manera no cantan".

Antoni tenía mucha facilidad para comunicarse y para implicarse en todo lo que hacía. Todavía se le recuerda en los pequeños pueblos del interior alicantino, Quatretondeta y Balones, sus primeros destinos cuando le ordenaron cura. Corrían los años sesenta. Los jóvenes se iban a Benidorm para buscarse la vida de camareros. Y los que se quedaban pasaban el día trabajando en los campos de secano. La educación era la única salida. En connivencia con el maestro, Antoni logró que de los 600 habitantes que sumaban las dos localidades surgieran 48 universitarios. Combinaban el campo y los libros en unas sesiones agotadoras. Aprovechó el denominado Bachillerato Radiofónico, organizó cursos y convenció a un grupo de universitarios para que se acercaran los fines de semana a impartir clases y conferencias.

La curia valenciana tuvo que reconocer el gran mérito pedagógico de Llidó antes de enviarlo forzosamente a hacer de capellán castrense a El Ferrol. A los caciques de Quatretondeta y Balones y a la Guardia Civil no les hizo gracia el contenido de alguna lección universitaria que explicaba, por ejemplo, el origen de la Benemérita. Eran los tiempos del movimiento universitario antifranquista.

Llidó ya contaba con un bagaje intelectual importante más allá de los límites constreñidos del franquismo. Se había abierto al mundo gracias a sus lecturas en el seminario, donde tuvo algunos buenos profesores, y a sus estancias en París, en los cursos de verano de la Universidad Católica. Allí entró en contacto con movimientos de curas obreros y con el humanismo cristiano de Le Monnier.

"Mi hermano siempre fue seguidor de la liturgia. Le gustaba el gregoriano... No hace mucho, mi marido y yo fuimos a un entierro en Quatretondeta y nos impresionó, porque los hombres cantaban gregoriano. Fue bonito y nos acordamos de Antoni. Como cura no creo que quisiera salvar ánimas, sino ayudar a las personas. Era también un educador y un concienciador de la dignidad de la gente".

Antoni llegó al hospital de la base naval de El Ferrol en 1967. Siguió con su labor de ayuda a la formación. Denunció también algunas prácticas abusivas con los soldados rasos, como, por ejemplo, la utilización de las milicias durante las procesiones del Corpus a modo de vallas protectoras. La conducta de Antoni fue declarada "desedificante" y fue enviado a casa.

Viaje a Valparaíso

De nuevo en Xàbia, concluye que debe salir de España. A través de un convenio de la Archidiócesis de Valencia, se traslada a la pintoresca ciudad portuaria de Valparaíso. Hay mucha hambre y pobreza, pero Chile vive en democracia. Su politización aumenta. Toma contacto con amplios sectores juveniles y campesinos. Forma parte de Cristianos para el Socialismo. Comulga en un principio con la Administración de Salvador Allende, pero se va apartando porque considera que las anunciadas reformas van demasiado despacio. Desde 1971 milita en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). Tras el golpe de Estado, dos años después, se pasa a la clandestinidad. Su hermana sigue recibiendo cartas de él, pero ya no van firmadas. La última, en septiembre de 1974. Según algunos testigos, el 25 de octubre le sacaron de una cárcel de Cuatro Álamos con destino desconocido. Desde entonces está desaparecido.

Su nombre perdura. No sólo en el expediente judicial, en la asociación creada por su familia o en el recuerdo de sus seres queridos; también en el instituto de su pueblo. Ahora se llama Antoni Llidó.

La espera más larga

LA DEFENSA de Augusto Pinochet ya ha anunciado que apelará ante la Corte Suprema la decisión de desaforar al ex dictador para que sea juzgado por la desaparición

de Antoni Llidó. El litigio, por tanto, continúa. "A ver qué pasa, porque hay tantos casos en que al final

no son juzgados...", apunta Pepa Llidó. La familia ha recibido con satisfacción el fallo, pero no es dada a exteriorizar ninguna alegría excesiva. Son más de 30 años esperando esclarecer los hechos.

En el proceso ha recibido ayuda de mucha gente; también de religiosos, pero no de la curia. Adolfo

Suárez se interesó en 1978. Nadie sabía nada, se replicó desde Chile. En aquellos años, el Comité Pro Alliberament d'Antoni Llidó sumaba muchos apoyos. Luego el caso cayó en el ostracismo. La prensa y los políticos se dedicaban a otra cosa. La familia seguía. Tras sortear todo tipo de obstáculos legales, primero en la dictadura y luego en la democracia, presentaron otra querella en Chile que ha desembocado en el fallo reciente. Muy probablemente no hubiera llegado a buen puerto sin la detención de Pinochet en Londres, en 1998, a petición del juez

Baltasar Garzón, que instruía varias causas en España. A partir de Londres, todo se precipitó.

La familia destaca también el papel del abogado Joan Garcés en todo el proceso.

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Sobre la firma

Ferran Bono
Redactor de EL PAÍS en la Comunidad Valenciana. Con anterioridad, ha ejercido como jefe de sección de Cultura. Licenciado en Lengua Española y Filología Catalana por la Universitat de València y máster UAM-EL PAÍS, ha desarrollado la mayor parte de su trayectoria periodística en el campo de la cultura.

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