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Crónica:Fútbol | Octava jornada de Liga
Crónica
Texto informativo con interpretación

El Madrid saca petróleo de Tarragona

El equipo de Capello remonta un partido que el Nàstic gobierna con facilidad durante toda la primera mitad

Àngels Piñol

El Madrid más italiano sacó anoche petróleo de Tarragona. Dio una lección en el Nou Estadi al más puro estilo del calcio, y ya se sabe que en el país del campeón del mundo los partidos se ganan con los pequeños detalles y las jugadas episódicas. Marcó justo antes y después del descanso en dos acciones a balón parado de dos defensas, Roberto Carlos y Helguera, y Robinho puso al final, con un remate precioso, un poco de arte entre tanto tostón. El juego blanco fue escaso, por no decir pírrico, pero tuvo una virtud: su eficacia fue demoledora y no se dejó enredar por el Nàstic, que le dominó durante tres cuartas partes de partido. El equipo grana, penúltimo en la tabla, encajonó al Madrid pero dio la impresión de que podría jugar una eternidad sin ver puerta. Todo su esfuerzo sólo se vio recompensado con el gol de penalti de Abel Buades, señalado a instancias del linier y cometido por Cannavaro sobre Makukula, muy castigado por el partido. Tras pasarlas canutas en la primera mitad, el Madrid se dedicó a que pasara el reloj y a confiar en Casillas, que paró todo lo que le llegó y a aguardar la guinda de Robinho.

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Fue casi una broma comparar al Madrid que amordazó al Barça con el que se asomó por Tarragona. Parecía que Capello había conseguido dar en el clásico con un punto de inflexión al juego blanco, pero anoche volvió de bruces a la tierra. Rubén, el portero grana que tenía un delicado debut al sustituir al ex madridista Bizarri, fue casi un espectador más, salvo en los tres goles y en una mano final. No hubo ni rastro de Raúl o Van Nistelrroy. Obtuvo el Madrid un premio inmenso ante su escasa productividad. Apenas pisó el área grana. El Nàstic, que sólo había ganado en Montjuic este año, lo descosió de arriba abajo antes de alcanzar el descanso. Capello ya intuía que el partido tendría la pinta del del fiasco de Getafe y que los tarraconenses irían al 110%. Pero el presagio sirvió de bien poco. El Nàstic lleva 56 años sin ganar un partido de Primera División en casa -los mismos años que tardó en recuperar la categoría- y sabía, intuía, que tenía una importante cita con la historia. Todo lo contrario que para el Madrid. El partido, entre el Barça y la Liga de Campeones, tenía sabor a encerrona.

Cuéllar, un veloz interior, se encargó rápido de recordar el guión. No tardó ni un minuto en irse de Roberto Carlos y de empezar a colgar centros al área de Casillas, el mejor de su equipo. Con un centro del campo correoso y sin dar un balón por perdido, el Nàstic se engulló a la medular blanca y Cuéllar y Gil hicieron sendos sietes por los costados blancos. Makukula, el gigante delantero congoleño, desesperó a Cannavaro y se hinchó a reclamar faltas reclamadas por la grada y que el árbitro no pitó. Casillas estuvo impecable: despejó todos los centros y los remates del brasileño Gil y de Buades. El Nàstic empezaba ya a pagar cara su inocencia ante puerta.

Con todo el Madrid encerrado en su área, defendiendo con cinco defensas, el Nàstic encontró el premio que buscaba con tanto anhelo. A la enésima falta reclamada por el congoleño, el árbitro pitó penalti después de ser alertado por el linier. Buades, el capitán, no erró la pena máxima y en Tarragona se abrió el cielo. Pero el éxtasis duró apenas unos minutos. Obligado por el marcador en contra, el Madrid se hizo entonces con el balón y empezó a merodear el área de Rubén. Robinho se lanzó a hacer una bicicleta justo en la frontal del área, hasta que fue derribado, y Roberto Carlos lanzó un tiro cruzado, raso y en picado que hizo inútil la estirada de Rubén después que la pelota diera en la suela de la zaga blanca.

Casi sin despeinarse, el Madrid se encontró tras el descanso con el segundo gol del hasta hace pocas fechas marginado Iván Helguera, libre de marcaje, tras un córner botado por Guti. Le quedaba al Nàstic intentar la proeza de remontar. Su dominio fue en vano porque Casillas desbarató las acciones de Pinilla y Campano. Robinho, para desesperación grana, marcó el tercero y el Nàstic se despidió con un desolador disparo de Llera al palo. El Madrid mató el partido a la que el Nàstic quiso darle vida.

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