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El KGB de la cultura

Los aniversarios de Lukács y de Brecht nos dan la posibilidad no sólo de analizar la obra y la personalidad de dos grandes intelectuales del convulso siglo pasado, sino también de reflexionar sobre sus vínculos con el comunismo estalinista. Quienes piensen que el bloque totalitario del Este era monolítico se equivocan. ¿Por qué si no dos convencidos como el ensayista húngaro y el autor teatral alemán se odiaron y nunca se llegaron a entender?

En la Belgrád Rakpart de Budapest que bordea el Danubio, en el número dos, en el quinto piso, vivió y murió György Lukács. Es un amplio piso que hoy está dedicado a museo y a centro de estudio sobre el autor de Teoría de la novela. La vista del río es extraordinaria. Sin embargo, el inquilino apreciaba poco estas panorámicas. Lukács era insensible a la naturaleza que, en su opinión, había cometido el error de no haber leído a Kant o a Hegel. El escritorio es de madera oscura, maciza. En este ámbito de reflexión y trabajo, únicamente hay fotos suyas y de Gertrud Borststrieber, la mujer junto a la cual pasó más de cuatro décadas. El filósofo tuvo otros dos grandes amores anteriores: Irma Seidler, la muchacha para quien escribió sus ensayos juveniles, que acabó suicidándose; y Ljena Grabenko, una anarquista con la que se casó en 1914 y que lo abandonó para irse a Rusia.

El ensayista húngaro identificaba el realismo con dos únicas manifestaciones históricas: la novela francesa y rusa del XIX. Brecht le echó en cara este inmovilismo, pues la novela realista decimonónica combatió a su manera la opresión, pero cada momento debía poner en marcha su realismo revolucionario. Brecht hablaba de un realismo más inteligente, productivo y permanente. El dramaturgo insistía en la superación y vivificación de la concepción realista del arte en una continua dialéctica de sus procedimientos expresivos, dado que el canonizado realismo clásico llevaba el estigma burgués de la sociedad que lo plasmó y motivó.

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Personalmente, entre Lukács y Brecht, prefiero a este último. El húngaro se vengó del alemán en el libro Breve historia de la literatura alemana, donde explicó el poco interés y entusiasmo que le producía el escritor germano. Brecht va más allá del realismo; su expresionismo dramático era un movimiento de la vanguardia del siglo XX. Por su parte, Lukács fue un apasionado del teatro desde la juventud. Hizo crítica teatral y fue pieza fundamental en la fundación del teatro Talía en el año 1904. Tras su graduación en el Gymnasium, en 1902, su padre le pagó el viaje a Noruega para que fuera a visitar a Ibsen, uno de sus escritores favoritos. Leer las obras de este gran dramaturgo fue para él como leer a Marx. En su Historia del desarrollo del drama moderno escribió que Ibsen planteaba todas aquellas cuestiones sobre los ideales humanos y los problemas de la vida que eran verdaderamente importantes.

Aunque Lukács y Brecht compartían la misma ideología, tenían caracteres diferentes y sus obras estaban imbuidas de valores opuestos. El dramaturgo era más científico y objetivo, mientras que el ensayista estaba más preocupado por la ética y la moral. El autor de Galileo Galilei pensaba que la ciencia y la cultura debían servir a las causas sociales de los más desfavorecidos sin intermediarios; mientras que el autor de El joven Hegel interponía un control por parte de personas especializadas.

Brecht no soportaba el papel de comisario cultural de Lukács, dando órdenes y aprobando o desaprobando la labor creativa. Tolstói o Balzac, los maestros y guías espirituales a seguir, según el húngaro, no eran los escritores más admirados para la modernidad que le gustaba al alemán. Brecht defendió siempre a Kafka y a Joyce, mientras el único autor contemporáneo que salvaba Lukács era Thomas Mann, despreciado por el dramaturgo. El autor de Doctor Fausto representaba para Georg Lukács el notario del fracaso y ruina de la burguesía.

Brecht nunca tuvo demasiado entusiasmo por Stalin a diferencia de Lukács. El primero veía muy poca distancia entre el estalinismo y el fascismo. En sus diarios así lo dejó escrito, aunque no lo manifestó públicamente en su momento, como hubiera sido necesario. Lukács que vivió exiliado en Moscú parte de esos años terribles de las purgas, las justificó y defendió. Para él el mal era no sólo, como para Maquiavelo, un instrumento de poder político, sino también un instrumento de liberación humana. Como comenta su biógrafo Arpad Kadarkay, las grandes purgas afectaron también al 80% de los emigrados políticos húngaros. Anna Seghers en su novela Los viajeros, contó la huida de Lukács a Viena, tras la caída en 1919 del Gobierno comunista en Hungría. Este fracaso él lo atribuyó a que se había derramado "demasiada poca sangre burguesa". Los crímenes de Stalin,Lukács los calificó de "necesidad moral e histórica". El propio escritor y sus compañeros del Instituto Marx-Engels eran seguidos por la policía secreta. Él mismo fue detenido en 1941. Tan en peligro se vio que arrojó al río Moscova parte de su biblioteca. Pero a pesar de todo esto, Lukács idolatró a Stalin y al Partido Comunista. En Ginebra, al inicio de la guerra fría, se encontraron Stephen Spender y Lukács. El poeta inglés representaba a la UNESCO en ese congreso internacional. Lukács -en realidad fue su mujer Gertrud- le preguntó por qué ya no era comunista. Spender contestó lacónicamente: "Porque estoy en contra de los campos de concentración".

No sólo Brecht no participaba de las ideas intervencionistas en la cultura de Lukács, sino que hasta el mismo Gorki se escandalizó de esa pretensión de organizar a los escritores profesionales en gremios controlados por el Estado o el Partido Comunista. A Lukács no le gustaba mucho la Unión Soviética, pero menos a Brecht, cuyo modelo de revolución le estremecía. Yo siempre pensé que el autor del poema Yo, el superviviente, dio como seguro que nunca hubiera sobrevivido a Stalin de haberse refugiado allí y no en Estados Unidos. Brecht era un hombre con piedad, Lukács nunca la tuvo -excepto en sus últimos años-. Fue cruel con su familia, especialmente con su padre; con sus mujeres anteriores a Gertrud, con sus amigos y compañeros de ideas y con autores -como Nietzsche- a quien primero amó y luego se dedicó a perseguir intelectualmente.

Lukács despreciaba a Brecht por su didactismo y porque éste no hablaba sólo del desplome burgués, sino también de los defectos y dificultades del proletariado. Brecht había implicado al actor con su personaje y al espectador lo había hecho partícipe no sólo de las emociones sino también del intelecto de la obra. Brecht había compuesto dramas de ideas y pensamientos que dejaba en manos del espectador, algo que Lukács veía como peligroso. Brecht no aduló al marxismo ni fue un autor realista, propagandístico con sus ideas políticas. Fue un dramaturgo de origen intelectual que utilizó la materia aparentemente menos intelectual. Brecht mostraba poca simpatía hacia la tentativa de Lukács de traducir la desesperación cultural y el antimodernismo de Dostoievski y Nietzsche al lenguaje del marxismo.

Los clásicos debían ser una enseñanza revolucionaria para los autores contemporáneos; aunque bien es verdad que Brecht se sentía él mismo un clásico del que había que aprender. Lukács no pensaba lo mismo. Para Brecht el realismo no era el único camino estético de la revolución y distaba mucho de las ideas del autor de El joven Hegel con respecto a la literatura proletaria hecha sobre temas proletarios, escrita por proletarios y con fines difusores del marxismo. A Brecht tampoco le sedujo el "realismo social" que Gorki -con la aprobación de Stalin- se inventó. Brecht estuvo en contra de regir, controlar y juzgar políticamente a los intelectuales y siempre acusó a Lukács de autoritario, tanto en sus ideas como en su praxis política. Lukács vio en Brecht a un personaje que no estaba dispuesto a hacer tabla rasa con el pasado y era un templado marxista al lado de su inflexible fanatismo.

¿Las ideas de Lukács qué artistas dieron? ¿Las ideas de Lukács en qué ayudaron a Ajmátova-Tsvetáieva-Mandelstam y tantos otros? Balázs, el amigo íntimo con quien también rompió, decía que el arte no tenía que expresar únicamente asuntos sociales o políticos, y calificó a Lukács de tirano, dogmático y sectario. El ex amigo le contestó de esta manera tan significativa: "Nunca perdí mi odio por toda la cultura burguesa, y creo que el odio es la mejor herencia de mi pasado". En El asalto a la razón, Lukács llegó a comparar a la democracia americana con Hitler y calificó a la obra de Wittgenstein de peligro irracionalista. Lukács de quien Ernst Bloch comentó que, como hombre, no era digno de su genio, aprobaba el intervencionismo político en todos los estratos de la vida. Jaspers lo rechazó de esta manera: "La política se refiere, por así decir, al plano más inmediato de la humanidad, a la existencia; por esta razón, aunque todo lo demás dependa de ella -de aquí la pasión y la responsabilidad de su interven-ción- no tiene ningún contacto directo con los bienes elevados de la libertad interior y el espíritu. Para éstos, únicamente puede crear las condiciones previas".

César Antonio Molina es director del Instituto Cervantes.

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