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EL LIBRO DE LA SEMANA

Distopías y derrotas

SI HACE tiempo los profetas mediáticos se apoderaron de la ficción científico-política, el Apocalipsis afortunadamente ha conseguido permanecer como prerrogativa clandestina de los escritores. A Burroughs le gustaba ejercer el papel de Sumo Augur y acertó en algunas de sus visiones menos complacientes, como ha sido el caso del estallido de violencia urbana en París por parte de los muchachos iracundos, la evidencia de la fractura en el elefantiásico estado de las cosas y la carne joven como punta de lanza en la instauración de los cambios sociales. Los postulados del movimiento beat (derrotados) y el alucinado misticismo de Burroughs nunca acabaron por congeniar. Las beatas provocaciones de los beat buscaban una salida al conformismo materialista; la vida y obra de Burroughs estuvo marcada por su magnánima relación con el mundo de los estupefacientes, en parte generado por ese mismo sistema represivo, corrompido y plutócrata al cual desafiaban. Luego tenemos la compulsiva erotomanía de Burroughs y su fundamentada relación paranoica con el mundo, viviendo en un semiestado de manía persecutoria, sintiéndose vigilado por organizaciones gubernamentales e intimado por la presión del progreso y la amenaza de la aniquilación, factores que intentó mitigar mediante una incansable búsqueda del placer y la entrecortada dislocación del lenguaje. Burroughs entendía el Apocalipsis como un acto de renovación y emancipación de la coerción del establishment, sin malditismos sectarios. Sus libros son como entes tentaculares que lo intentan captar y contaminar todo en busca del crudo maná revulsivo. Su perversidad se alimentó del yugo del yonqui, del experimento de la anarquía interzona del levantamiento bárbaro como automatismo para desactivar las caducas estratagemas de la banalización, de la alienación del individuo atrapado por la constatación de la finitud, a la que no quiso rendirse jamás.

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