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Reportaje:VUELTA 2006 | Séptima etapa

El embrujo de Valverde

Gran victoria del murciano en el alto del Morredero, donde el esloveno Brajkovic asume el liderato

Carlos Arribas

Una pequeña, sencilla de cumplir, petición: olviden por un momento que ayer fue 1 de septiembre, que esto es la Vuelta y que la Vuelta es una carrera de tres semanas en la que lo importante no es tanto ganar las etapas diarias como terminar el primero en la general. Si quieren, aunque no es fundamental, olviden también que la Vuelta se corre en España y que el Morredero es un puerto, falso -qué tramposo: en medio de brutales repechos en ascenso propone suaves descensos y traicioneros falsos llanos-, extraño, en las afueras de Ponferrada, en el corazón del Bierzo, y tampoco tengan en cuenta que hacía un calor de pies hervidos, de humo entre las zapatillas. Y, una vez cumplido con el ejercicio de desmemoria solicitado, por favor, busquen algún canal en el que repitan la etapa de ayer de la Vuelta y contémplenla como lo que fue, una pequeña joya aislada en el espacio, en el tiempo, analizable, disfrutable, como un todo único, no como parte, como eslabón de una larga cadena de 21 días. Como si fuera una clásica de un día, eso es, la Lieja-Bastoña-Lieja, por ejemplo, o la Flecha Valona o, mejor, el Mundial.

Fue una pequeña joya aislada, una etapa analizable como la Flecha Valona, como una clásica

"Eso", dice José Miguel Echávarri, director del Caisse d'Épargne, director de Alejandro Valverde, el fascinante corredor murciano que ayer envolvió la etapa con su embrujo y la transformó con su espectacular manera de conseguir la victoria. "Para mí fue como un Mundial, pero un Mundial muy especial, como el Mundial de 1982 en Goodwood, aquél en el que parecía que Greg LeMond lo tenía hecho, aquél en el que surgió a 200 metros Saronni y lo pasó como una flecha, como un obús". Como ayer pasó Valverde a Vinokúrov.

Eso, eso. "Es que Valverde, con sus virtudes y sus defectos, es de lo que no hay", ratifica Eusebio Unzue, también director del murciano, también rendido a su fascinación. "Es, sobre todo, por su manera de rematar las faenas, una manera única". Y con sus directores, lógicamente encarecedores, aduladores, de su producto, el resto del pelotón, rivales, amigos, enemigos irreconciliables. "Es que Valverde..."

Es que el grupo de los favoritos, Valverde, Sastre, Marchante, Brajkovic, Kashechkin..., la misma cuadrilla que conquistó La Covatilla el miércoles -con algunas bajas, como la del exuberante Di Luca o el regular Danielson, y algunas altas, como los recuperados Mayo, inquieto, y Vinokúrov, tremendo- decidió mediada la ascensión interminable del Morredero que ayer tocaba paréntesis, que el premio gordo no consistía tanto en sacarse segundos y minutos entre ellos, asuntos de clasificación general, sino en ganar la etapa, que quien cruzara primero la línea de meta obtendría por unas horas respeto y veneración de todos, que no dudarían siquiera en hacerle la ola si menester fuera. Y a tal conclusión llegaron, curiosamente, después de un error, inquietud incontrolable, del propio Valverde.

Ocurrió a nueve kilómetros del final, poco después de pasar el tejo milenario de San Cristóbal, en uno de los repechos más duros del puerto. Y, allí, Valverde se sintió de repente Pantani, o Chava, o Heras, o Bahamontes, o vaya a saber usted qué alado escalador, y atacó, atacó con tal fuerza que nadie le pudo aguantar la rueda, que todos, salvo el valiente Kashechkin, prefirieron mirar para otro lado. El ataque no llevó a ninguna parte: por delante estaba para neutralizar el movimiento Vinokúrov con un grupo seleccionado previamente por Luis Pérez, arquitecto de fugas de las que saca escasos réditos. El grupo se rehizo. Y fue por eso por lo que todos concluyeron que, dado que nadie era tan superior a nadie, dado que las diferencias serían tan escasas, que no valía la pena sino intentar ganar la etapa y llevarse los 20s de bonificación. Y a ello se aplicaron todos con mayor o menor dedicación y acierto mientras rodaban en los kilómetros finales al ritmo marcado por los radios rotos de la bici de Karpets rozando la horquilla delantera. Clac, clac, clac... Y contrapunto: zas, zas, zas, ataque de Mayo, maillot abierto hasta el ombligo, Valverde a rueda; zas, ataque de Valverde, el hombre que estaba a todas, vigilado, vigilante, defensa y ataque, servidumbres del cargo de máximo favorito; zas, zas, ataque conjunto de Vinokúrov y Brajkovic, el kazajo de las poderosas ancas, el esloveno de las patas de alambre; zas, ataque del Pimiento Marchante, zas, Valverde a por él. Sobrado. Con Purito Rodríguez a su lado marcándole el ritmo. Calculador. Midiendo las distancias. Controlando. En el último kilómetro, zumba, ataque definitivo de Vinokúrov. Calma, calma, detrás. Frialdad. El kazajo echa el resto, Valverde fija el objetivo. 400, 300 metros. Nada. 250. Zummmmm, un misil. Vinokúrov, clavo en la bicicleta, mira al suelo. Valverde vuela.

Alejandro Valverde responde al cariño de los aficionados al llegar a la meta.
Alejandro Valverde responde al cariño de los aficionados al llegar a la meta.EFE

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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