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LITERATURA

Estimado señor Adamowicz

Le agradezco su carta y la confianza que sigue demostrándome en la situación actual. Antes de que se pudiera conocer públicamente mi último libro, Pelando la cebolla, la información sobre un episodio ocurrido en mis años de juventud, sin duda, de peso, pero no predominante en el libro, ha provocado una controversia que ha desconcertado, entre otros, a los ciudadanos de Gdansk y que, al mismo tiempo, ha adquirido una dimensión existencialmente amenazadora.

En mi libro, que narra mi vida desde 1939, en que cumplí los 12 años, cuento cómo a los 15 años, con obcecación juvenil, quise ingresar en el Arma Submarina, pero no fui admitido. En cambio, en septiembre de 1944, sin intervención alguna por mi parte, fui alistado en las Waffen-SS cuando estaba a punto de cumplir los 17. Lo mismo ocurrió en aquella época a no pocos de mi quinta. Sólo por casualidad sobreviví yo a mis dos semanas de movilización militar, de principios a finales de abril de 1945.

Ese silencio puede calificarse y -como ha ocurrido ahora- condenarse como un error
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Ciudadano de honor

En los años y decenios que siguieron a la guerra, cuando conocí las espantosas proporciones de los crímenes de guerra de las Waffen-SS, guardé para mí, por vergüenza, ese breve pero gravoso episodio de mis años jóvenes, aunque no lo reprimí. Sólo ahora, con la edad, he encontrado la forma de contarlo en un contexto más amplio. Ese silencio puede calificarse y -como ha ocurrido ahora- condenarse como un error. También tengo que aceptar que, por razón de mi comportamiento, muchos ciudadanos de Gdansk hayan cuestionado mi ciudadanía de honor. Dada la situación, no me corresponde señalar lo que durante cinco decenios ha constituido la labor de mi vida como escritor y ciudadano socialmente comprometido de la República Federal de Alemania, pero quisiera reivindicar que he aprendido las duras lecciones que recibí en mis años jóvenes: mis libros y mi actuación política son testimonio.

Lamento haber impuesto a usted y a los ciudadanos de Gdansk, ciudad a la que, por nacimiento, me siento profundamente unido, una decisión que, sin duda, hubiera sido posible adoptar más fácilmente y con mayor justicia si mi libro existiera ya en traducción polaca.

Para acabar esta carta, quiero agradecer a los ciudadanos de su ciudad, que es la mía, que sigan confiando en mí. Cuando en un momento temprano, al comienzo de los años cincuenta, hube de comprender que, por culpa alemana, tendría que padecer como definitiva la pérdida de mi ciudad natal de Danzig, expuse también públicamente mi dolorosa aceptación, sobre todo cuando en diciembre de 1970 acompañé a Varsovia al entonces canciller Federal Willy Brandt.

Desde entonces, esa pérdida ha sido aliviada con creces por la historia de la ciudad de Gdansk después de la guerra, porque de su ciudad, que es la mía, surgieron impulsos políticos que señalaron caminos, en forma de un movimiento obrero que luchó repetidas veces por la libertad y que, finalmente unido con el nombre de Solidaridad, y con Lech Walesa, pasó a la historia. En mis libros, ese proceso adoptó una forma narrativa, y en mis textos políticos califiqué de ejemplar el método de la "mesa redonda", utilizado en Gdansk por primera vez y capaz de impedir la violencia. Encontré muchos motivos para sentirme orgulloso de mi antigua patria, porque de ella surgió una actitud moral que tuvo repercusiones en toda Europa, cuando se trataba de poner fin sin violencia al poder dictatorial, contribuyendo así a la caída del Muro de Berlín y a las posibilidades de apertura de una auténtica democracia. Todo ello me animó a continuar el diálogo, una y otra vez interrumpido, entre polacos y alemanes, y alemanes y polacos, a fin de que todos saquemos de la Historia una lección, por dolorosa que sea, que permita nuestra mutua comprensión.

Saludos cordiales.

Traducción de Miguel Sáenz.

Günter Grass, en su ciudad natal, Gdansk, durante un homenaje recibido en junio de 2000.
Günter Grass, en su ciudad natal, Gdansk, durante un homenaje recibido en junio de 2000.AFP

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