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Reportaje:Atletismo | Campeonatos de Europa en Gotemburgo

La audacia le da a Blanco la plata

El catalán, el que más arriesgó, único español que llegó al podio de los 3.000 obstáculos

Carlos Arribas

Simon Vroemen, el ausente, es un holandés licenciado en Ciencias Moleculares cuya tesina versó sobre el estrés fisiológico que sufren los saltamontes. Aparte de eso, Vroemen también es un atleta de alto nivel apropiadamente especializado en la prueba de los 3.000 obstáculos -la del salto de la ría, la del salto de las vallas-, de la que es el actual récordman europeo. De hecho, Vroemen era uno de los favoritos para la final europea, pero desgraciadamente para sus deseos, una diarrea -excusa oficial que se compadece poco con el cóctel de mariscos, salsa rosa y todo, que se zampó en una terraza de Gotemburgo ayer mismo- sobrevenida hace 48 horas le dejó en la banda. Así que el gran Vroemen después del café se sentó en un banco enfrente del hotel de los atletas y desde allí vio salir a José Luis Blanco. "Ven aquí", le dijo. Y, desde su gran experiencia de atleta, desde su gran conocimiento de las reacciones moleculares de las palancas de los saltamontes -no tan distintas a las piernas largas y flacas de todo obstaculista que se precie-, así le habló, oráculo: "Para ganar, José Luis, deberás atacar a la salida de la penúltima ría. Cambia y no mires para atrás". "Pues justamente me lo has quitado de la boca", le respondió Blanco, catalán que no necesita tesis doctorales para elaborar teorías de todo tipo sobre la ciencia del 3.000 obstáculos. "Eso lo que pensaba hacer. Pero, chitón, esto es mi top secret. No se lo digas a nadie".

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Más les habría valido a Penti y a César Pérez que la tesis de Vroemen hubiera versado sobre el síndrome de las patas hinchadas que le sobreviene al atleta 48 horas después de un esfuerzo intenso, en ambiente húmedo y temperatura fresca, que tal fue el padecimiento que ellos contaron que les atacó y les impidió estar donde debían, en el podio que tan fácil tenían, pues las palabras de Vroemen, corroboradas por los hechos de Blanco, fueron proféticas.

Aceleró Blanco, un Blanco sin medias rojas hasta la rodilla, camino de la penúltima ría y con el impulso adelantó en el aire al sueco Mohamed Mustafá, que guiaba la manada, en fila tras acelerar el cansino ritmo de tres minutos el kilómetro con que se salió, y sin volver la vista atrás se lanzó hacia la victoria. Controlaba por la pantalla. Veía que abría hueco, cinco, diez metros. Veía que ni Penti, el líder de la especialidad, el campeón saliente, el favorito, piernas hinchadas, apenas podía aguantar el ritmo, ni César Pérez, el rápido, piernas hinchadas también, tampoco. Tampoco veía cerca a Tahri, el otro de los favoritos. "Y me veía ya de oro, como mi pelo", dijo el atleta que se había olvidado una media mágica pero que, para compensar, durante el masaje había obligado a su fisio a calentarle por dentro cantándole el himno de la Champions y por fuera con una crema ardiente. "Y luego me calenté, encontré la tensión que necesitaba provocando a la grada, con el dedo diciendo que su sueco no iba a ganar, que ganaría yo. Y luego me puse a correr e intenté distraerme mirando la pantalla, pensando en el público, dejando pasar las vueltas. Pero por poco la pifio, para variar, y ataco a cuatro vueltas, 'párate, párate', me dije, y sin darme cuenta ya habían pasado dos vueltas. Y ya llegó mi ataque. Y me vi delante, y me decía 'no pares, 'no pares', 'que gano, que gano'..."

Y entonces, se despertó.

Le despertó un expreso finlandés que le adelantó en la última ría, tan rápido que por poco le arranca las pegatinas, un atleta de 25 años llamado Jukka Keskisalo, con el que nadie contaba, como tampoco nadie contaba con el alemán que ganó los 10.000 a Chema Martínez y a De la Ossa. "Los últimos metros se me hicieron eternos", continuó Blanco, que temía que el sueño frustrado se convirtiera en pesadilla. Y no. Ni Tahri, sobrado, que se movió demasiado tarde, ni Penti, ni Pérez, pólvora mojada, cambio de ritmo imposible. Sólo le superó un finlandés en estado de gracia. "Y es curioso", reflexionó el subcampeón de Europa, el hombre sobre cuyos hombros cae el peso del 3.000 obstáculos, la continuidad de la tradición de Berlanas, Eliseo y Penti. "Nunca antes había ganado a Penti y a Tahri en un gran campeonato. Y lo he conseguido. Pero siempre había ganado a Keskisalo".

No sólo un par de atletas en estado de gracia en el momento necesario, como Keskisalo, como Blanco, se llevaron su premio sorpresa. También lo consiguieron otros, como Quesada, quizás el menos brillante de los españoles del 800, pero el único que pasó a la final, o como la belga Tia Hellebaut, que derrotó en una gran final de altura, y con 2.03 metros, a la favorita sueca, Kajsa Bergqvist.

Quizás no se tratara tanto de estado de gracia, como de voluntad de llegar más allá. Quizás se tratara sólo de la materia de que está hecho el atletismo.

José Luis Blanco, a la derecha, en el momento de ser superado por el finlandés Jukka Keskisalo, el vencedor de la prueba.
José Luis Blanco, a la derecha, en el momento de ser superado por el finlandés Jukka Keskisalo, el vencedor de la prueba.ASSOCIATED PRESS

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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