Frente de Gandesa-Cota 705
He llevado a mi padre al escenario de la guerra, 68 años después de la terrible batalla del Ebro. Conforme se hace mayor, más revive los recuerdos, y llega a ser una necesidad vital para él hablar de ello. Allí fuimos, disfrutó reviviendo en el museo escenas, objetos, vídeos e información. Subimos a la sierra de Pàndols, al monolito a la Paz dedicado a los fallecidos. Se emocionó al pasar por Corbera de Ebro y recordar que después de tres días vagando sin comida, descubrieron entre las ruinas del pueblo bombardeado un trujal de vino donde llenaron sus cantimploras y pudieron comer almendras. Contó que en septiembre de 1938 con 18 años recién cumplidos entró por primera vez en combate, subieron a los cerros de Gandesa 130 hombres (niños diría yo), una compañía entera de la 1ª División y, día y medio después, sólo bajaron 26 soldados, horrorizados, agotados, exhaustos. En esa batalla, que duró varios meses, murieron 90.000 jóvenes en lo mejor de la vida, hermanos contra hermanos, de uno u otro bando. A la salida del museo (con un nudo en la garganta, y las lágrimas a punto) el guía invitó a mi padre a escribir algo en el libro de firmas; mi padre ya está muy mayor y dijo: "No quiero escribir nada, bueno, que escriba mi hija, escribe: 'La guerra es una mentira, todo fue una masacre sin sentido". No pude escribir nada, se nublaba la vista leyendo frases: me mataron a mi padre, aquí murió mi hermano, etcétera. Es un libro escrito con lágrimas de sangre. Mi padre es una buena y pacífica persona, tenía una herida abierta, un capítulo muy doloroso de su vida, espero haber ayudado a cerrarlo. Nunca más.