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Columna
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Los encantos del hada

Antonio Elorza

Siempre es útil revisar a Billy Wilder. En una de sus películas menores, aquella en que un empresario norteamericano y una manicura gordita se encuentran en Capri por la muerte de sus respectivos padres, el personaje interpretado por Jack Lemmon exhibe una y otra vez la seguridad propia del hombre de negocios yanqui. Mediado el filme, se ve obligado a tratar con unos lugareños que acaban de secuestrar el cadáver de su padre. Ante su amigo el hotelero italiano, proclama entonces con firmeza: "¡Piden veinte millones de liras! Ya verán lo que es tratar conmigo". Pocas horas después regresa triunfante: "¡Les he convencido! ¡He pagado veinte millones de liras!". Su interlocutor le felicita calurosamente.

El episodio se ajusta muy bien a la forma de elaborar los grandes acuerdos políticos, que entre nosotros viene poniendo en práctica el presidente José Luis Rodríguez Zapatero. Una vez reconocido un problema y expuestas las demandas políticas relativas al mismo, nuestro hombre pone por delante dos cosas: su voluntad de "diálogo" y al mismo tiempo la seguridad de que los intereses del Estado, o en su caso la Constitución, serán respetados en su integridad. Entra aquí en escena su capacidad mediática. Cataluña se sentirá más cómoda, mientras de cara a la Constitución de "la España plural" todo queda limpio como una patena. Con ETA contra las cuerdas por la acción de la policía y de la ley, su reingreso en la escena política, vía Batasuna, no representará precio político alguno, a pesar de que el Gobierno asume nada menos que el dispositivo de dos mesas que planteara ETA en su llamada "alternativa democrática". La segunda partida está en el aire. De la primera ya conocemos el resultado: al igual que Jack Lemmon, Zapatero sale triunfante, eso sí, a costa de aceptar en lo esencial el esquema de bilateralidad en las relaciones Generalitat-Estado, el monopolio lingüístico y el cambio de financiación reclamados desde el nacionalismo. No hay duda: les ha convencido. El peligro es que acabe convenciendo del mismo modo a Otegi y a Josu Ternera, quienes en la mesa política, apoyados en plan de puja por el Gobierno vasco y el PNV, no van a conformarse con una simple ampliación del autogobierno. Lo que cuenta, para Zapatero, no es el contenido del acuerdo, sino la imagen pública de que ese acuerdo se ha conseguido y que se debe esencialmente a su gestión. Es una vía cargada de riesgos, aun cuando muy rentable en términos de márketing político, aplicable a la política exterior. Tomemos la cuestión de Gibraltar. Hace unos días, Geoff Hoon, ministro británico para Europa, celebraba en una entrevista el giro copernicano que ZP ha dado a la visión de España sobre el Peñón: gracias a su realismo "hemos enterrado el pasado". Ese pasado eran las reivindicaciones seculares de España, reemplazadas por un reconocimiento de facto del Gobierno de Gibraltar, como no, en el marco de una relación tripartita dominada por Reino Unido. Hacia la autodeterminación. No somos China, claro, pero resulta dudoso ver las ventajas de una renuncia que rompe el que si era un muy rentable equilibrio de frustraciones, dada la presencia española en Ceuta y Melilla. También aquí les hemos convencido: Zapatero ha mostrado "mucha valentía, mucho coraje", elogia Hoon. El efecto sobre la opinión, a favor de corriente, marca la dirección de la política en la tragedia del momento: la guerra de Oriente Próximo. Zapatero se ha lanzado a fondo en el alineamiento con la causa palestina, pañoleta incluida. Ahora bien, una aproximación tan visible a la óptica militante musulmana, cuyo mejor ejemplo son los reportajes de la cadena Al-Yazira, puede paradójicamente limitar la eficacia de una buscada presión sobre Israel. Al frente de Palestina está hoy Hamás, quien activó el detonador de la crisis y busca la destrucción del Estado de Israel. Jugar como ha hecho aquí ZP con los símbolos es jugar con fuego, atizándolo. Es un mal camino para la confusa, por lo menos en sus palabras, Alianza de Civilizaciones.

Pero es que Zapatero es un hada, como nos dice un excelente cineasta. A veces lo prueba: ejemplo, el salvamento de los náufragos de Malta. Y sus adversarios son trasgos, según muestra la fusión infame de la serpiente y de la rosa, cuando tantos socialistas fueron víctimas, al igual que Miguel Ángel Blanco, de los crímenes políticos de ETA.

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