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Reportaje:TOUR 2006 | Decimoctava etapa

La oportunidad de su vida

Óscar Pereiro y Carlos Sastre se juegan en la contrarreloj de hoy el triunfo final ante Floyd Landis

Carlos Arribas

Carlos Sastre era hasta el jueves un maillot abierto hasta el ombligo, un pecho blanco sobre el que rebotaba rítmicamente un crucifijo, la viva imagen de la fe que mueve montañas, unos grandes dientes en proa, abriendo camino, comiendo el aire, mordiendo el tiempo. Un cuerpo de escalador desaforado, miedo en los descensos, un hombre con una misión que cumplir fiel a su cita.

Óscar Pereiro era en los Alpes la elegancia, la compostura, Hugo Koblet más o menos, ni un pelo fuera de lugar, sonrisa blanca sobre un rostro negro, casco amarillo, maillot amarillo, guantes rojos, polar amarillo, calcetines rojos, mirada tranquila dirigida al manillar, a la pantalla que le marca las pulsaciones de su corazón, un funámbulo cuesta abajo. Un hombre a la altura de su disfraz.

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Floyd Landis ha sido, a su lado, una máscara. Una postura fijada con molde sobre la bicicleta. Una cadera rígida, codos a escuadra, mirada fija en la nada, oculta. Cuesta arriba, cuesta abajo, en el sufrimiento, en mitad de la pájara, y en el gozo, camino de la hazaña. Inmutable.

Los dos españoles que quieren ganar el Tour querrían ser hoy Landis, el Landis de todos los días, querrían tener su peso, su pose sobre la bicicleta, su postura aerodinámica cientos de veces ensayada en el túnel del viento. Querrían tener un rostro inescrutable, que nadie supiera si están bien o mal, protegida la nuca por la cola del casco aerodinámico. Mientras a Landis, el norteamericano que antes de la contrarreloj de 57 kilómetros está a 30s de Pereiro, a 18s de Sastre, le valdrá con ser el de siempre para derrotarlos, ellos necesitarán transformarse. Ser como Landis. Contrarrelojistas innatos. Hombres solitarios de largas rectas sin horizonte. Olvidarse de sus dientes, de su casco a juego, de su pecho y de su crucifijo. De ahí la dificultad de su empresa.

No serán dos contra uno, sino uno contra uno y contra uno. Tres individualidades en busca de la gloria. Rivales sin más. No enemigos. Ayer, en la etapa de transición de los Alpes a la llanura, a la caldera del valle del Ródano, que los ciclistas corrieron con un ojo en el día anterior y el otro en hoy, en el día en que comenzó su transformación, Sastre, cuyo lema, grabado a fuego en su cabeza, es "ilusión, respeto, sacrificio, sufrimiento", se acercó a Pereiro, que se estaba bebiendo una coca cola, para preguntarle si estaba enfadado porque el día anterior, el de la exhibición de Landis, su equipo, el CSC de Riis, no había colaborado. "Qué va", le dijo el gallego. "La verdad es que no me gustó lo que hicisteis, pero allá vosotros. De todas maneras el que pudo haber perdido el Tour con ello eres tú, no yo". Después, en la meta, un periodista de la televisión francesa le preguntó a Pereiro, cuya ambición es un apéndice imprescindible de su personalidad, cuya cabeza es tan dura como el granito de su Porriño, si en la contrarreloj lucharía para lograr un puesto en el podio, para evitar ser cuarto, a lo que Pereiro, sorprendido, respondió: "No, yo voy a luchar para ganar el Tour".

Una respuesta a lo Anquetil, mismamente, el ciclista normando que en 1964, después de que Poulidor le dejara en la ascensión del Puy de Dôme, nada más llegar a la meta, acalorado, sin aire, como Pereiro el jueves en Morzine, se sentó en el capó del coche de su director. Una pregunta se le formó en la boca. ¿Cuánto? "Conservas el maillot amarillo por 14 segundos" -12, le habrían dicho a Pereiro-. "Me sobran 13", respondió el normando, a quien Pereiro podría haber imitado diciendo me sobran 11. El último día, en la contrarreloj, Anquetil, el gran especialista del siglo XX, aumentó su ventaja en 41 segundos más. Fue aquella una de las dos ocasiones en que el maillot amarillo llegó hasta París en un Tour ganado por menos de un minuto de diferencia, y mediando una contrarreloj final. La otra ocasión fue en 1977, cuando Thévenet superó finalmente a Kuiper por 48s.

En otras tres ocasiones el ganador del Tour se decidió por menos de un minuto en una contrarreloj y en las tres salió derrotado quien partió con el maillot amarillo, lo que no es buena noticia para Pereiro. En 1989, Fignon, que salía con 50s de ventaja, perdió por 8s ante LeMond en la contrarreloj de 24,5 de Versalles. En 1968, Janssen ganó el Tour por 38s, pese a partir con una desventaja de 16s ante el belga Van Springel en la contrarreloj de La Cipale, de 55,2 kilómetros. Y en 1987, el español Perico Delgado no pudo conservar ante el irlandés Roche la ventaja de 21s con que partió, maillot amarillo en sus espaldas, en la contrarreloj de 38 kilómetros de Dijon. Perdió el Tour por 40s.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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