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Columna
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Kohlhaas

En un reciente artículo, lo citaba Joseba Arregi. Lo ponía como ejemplo de las consecuencias nefastas que pueden derivar de lo que él denominaba fundamentalismo político o de la fijación intransigente a un determinado principio. Michael Kohlhaas, el protagonista del relato homónimo de Kleist, es un mercader de caballos. En el transcurso de una de sus operaciones, mientras se dirigía a vender unos caballos a otra localidad, se encontró con un obstáculo en el camino. Ante el castillo del barón Tronka le impidieron el paso y, además de cobrarle peaje, le pidieron la contraseña, una novedad que él desconocía y que luego resultará ser falsa. A cambio de dejarle pasar, le exigen como retén dos de sus mejores caballos, con la garantía de que podrá recogerlos a su regreso. Es a su vuelta cuando comenzará el drama, pues se encuentra con que sus dos hermosos caballos han sido reducidos a una condición miserable tras ser utilizados como animales de tiro, y con que el servidor que dejó a su cargo ha desaparecido. Pide que le restituyan sus dos caballos, pero los quiere en la misma condición en que los dejó al partir, exigencia que los habitantes del castillo no están dispuestos a satisfacer. A partir de ese momento comienza la sorprendente aventura de Kohlhaas con la justicia.

Ya al comienzo del relato se nos dice del protagonista que el mundo habría bendecido su memoria si no se hubiese excedido en una virtud, que no era otra que el sentido de la justicia. Sin embargo, creo que el relato de Kleist plantea asuntos que van más allá que el de un simple caso de hybris. De regreso a su casa en Kohlhaasenbrück, naturalmente sin sus dos caballos, se encuentra con que su servidor había sido malherido e indaga lo ocurrido en el castillo del barón Tronca. Convencido de que se ha cometido un abuso, decide recurrir a la justicia con la demanda de que le sean restituidos sus dos caballos tal como él los había dejado y de que se indemnice a su servidor por los daños sufridos. Su querella es rechazada sin ser admitida a trámite y Kohlhaas decide vender casa y posesiones ante la angustia de su mujer, a la que le ofrece la siguiente explicación: "No quiero quedarme en un país en el que no se quieren defender mis derechos". Su mujer lo convence de que, si se presenta humildemente ante el soberano con su demanda, seguramente lo atenderán, y se presta ella misma a realizar esa gestión. No podrá cumplirla, y además perderá la vida en el intento.

Kohlhaas se levanta en armas con un pequeño grupo de servidores y exige al barón Tronca que le devuelva sus caballos en las condiciones requeridas. Al no ser atendido, ataca e incendia el castillo del barón, aunque éste consigue huir. Proclamándose "libre, no sujeto al Imperio ni a nadie, excepto a Dios", Kohlhaas dicta un bando en el que amenaza a todo aquél que acoja o ampare al barón. Incendia Wittemberg y Leipzig, se enfrenta y vence a las tropas del príncipe von Meissen y se apodera del castillo de Lützen, que convierte en cuartel de su cada vez más numeroso ejército y "sede provisional de nuestro gobierno universal". El mismísimo Lutero llegará a tomar cartas en el asunto, condenándolo por una rebelión derivada de una nadería, de una causa que ni siquiera llegó a conocimiento de las autoridades del Estado contra el que arremete. Kohlhaas se entrevistará con Lutero y le expondrá la verdadera razón de su actitud. La guerra que ha emprendido contra la comunidad de los hombres sería un delito si no hubiera sido excluido de ella. Al habérsele negado la protección de la ley, ha sido expulsado entre los salvajes del desierto y obligado a protegerse a sí mismo. Lutero lo convencerá de que no ha ocurrido tal cosa, ya que su querella fue interceptada y jamás llegó a conocimiento del soberano. Kohlhaas se aviene a integrarse de nuevo en la comunidad si el soberano no lo rechaza tras presentar de nuevo la querella. Así ocurrirá, con la intervención de Lutero, si bien la querella nunca llegará a puerto, dado que los acontecimientos puestos en marcha por el caso personal de Kohlhaas proseguirán su propio camino azaroso, camino que se volverá contra él, conduciéndolo al cadalso.

La pretensión desaforada de Kohlhaas nos sitúa ante los fundamentos de los derechos democráticos y ante la importancia de la ley como garante de los derechos igualitarios en los nuevos tiempos. Kohlhaas llega a ser considerado un poder extranjero, al haber sido expulsado del Estado por negársele el amparo de la justicia. Pero el relato de Kleist, escrito en 1808, nos alerta también sobre el peligro de que la razón democrática pueda degenerar en tiranía. Un problema que preocupaba ya a Schiller y a otros grandes pensadores de la época. Quizá le preocupe también a usted, querido lector, y esta mi pequeña historia le pueda servir para meditarlo en sus ratos de ocio veraniego. Y que usted los disfrute.

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