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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Corea y sus misiles

El régimen norcoreano es maestro en el arte de la manipulación y el engaño, de mantener en ascuas a sus interlocutores sobre sus realidades o intenciones. Esta inveterada estrategia ha permitido al sistema estalinista, pese a su absoluto desplome económico y social, mantenerse a flote en el escenario internacional. El largo tira y afloja sobre su programa de armamento nuclear es un ejemplo típico de estos procedimientos. El último son sus intenciones no desmentidas de ensayar un proyectil balístico intercontinental que, según el espionaje estadounidense, estaría listo en su rampa de lanzamiento. Washington y Tokio han advertido a Pyongyang que considerarían gravísimo el despegue del Taepodong 2, sobre cuya inminencia Seúl alberga serias dudas.

La última prueba norcoreana de misiles se remonta a 1998, cuando lanzó un cohete que acabó en el Pacífico tras sobrevolar Japón. Su consecuencia inmediata más destacada fue la reconsideración por Tokio de su pasivo papel castrense y un resurgimiento del nacionalismo militarista nipón. Indagar sobre las razones de Kim Jong Il para dar ahora el salto cualitativo que supone experimentar con un misil que supuestamente puede alcanzar Alaska, cuando permanecen estancadas las conversaciones a seis sobre el programa armamentista nuclear norcoreano, es un ejercicio puramente especulativo. Más aún por tratarse del sistema político más impenetrable del mundo.

Pero de lo que no cabe duda es de las consecuencias que semejante desafío acarrearía en un panorama ya suficientemente caldeado por el pulso entre Occidente e Irán a propósito de las ambiciones atómicas de Teherán. De momento, el régimen norcoreano no sólo ha conseguido llamar con letra gruesa la atención internacional sobre sus reivindicaciones -el secretario general de la ONU exigía ayer cordura a Pyongyang-, sino que en este suspense, camino del clímax, Washington anuncia que ha pasado al nivel operativo su sistema terrestre de intercepción de misiles, ensayado con resultados dispares durante los últimos años, pero nunca activado. Excepto una prueba nuclear, no hay mayor envite posible para la aislada dictadura comunista que el lanzamiento de un cohete capaz de alcanzar EE UU y transportar una cabeza atómica. Si lo hace, no sólo liquidará sus posibilidades de entendimiento con sus interlocutores internacionales -básicamente Bush- para obtener ayuda económica y garantías de seguridad a cambio de abandonar su programa nuclear militar. Tensará también hasta lo indecible sus relaciones con Japón y las vitales con Corea del Sur.

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