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Columna
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Peras y manzanas

Los resultados del referéndum del nuevo Estatuto catalán fueron enviados a la sastrería la misma noche del domingo por los dirigentes políticos a fin de confeccionar con sus retales los trajes apropiados para realzar la figura propia y perjudicar la imagen ajena. La participación (49,4%), la abstención (50,6%), las papeletas en blanco (5,3%), el voto nulo (0,9%), el (73,9%) y el no (20,8%) eran las variables a disposición de los confeccionadores. La manipulación poselectoral no sólo resaltó las luces y omitió las sombras a mayor gloria de cada partido; los dirigentes del PP -aliados con ERC en el derrotado frente del rechazo- se consolaron igualmente del fracaso proyectando los votos del victorioso bloque del , no sobre las papeletas depositadas en las urnas, sino sobre el censo de todos los electores potenciales. Ese cómputo, útil para bajar los humos de los ganadores de cualquier cita electoral, ejerce sus efectos más deletéreos cuando la abstención es muy elevada.

Aunque la baja participación había aguado la fiesta a los triunfantes prescriptores del , la torpeza del PP acudió presurosa en su socorro. Desbrozando el camino a la glosa canónica de los publicistas afines, Rajoy no se limitó a enfriar el entusiasmo de los adversarios; también deslegitimó el nuevo Estatuto con el argumento de que había sido aprobado sólo por uno de cada tres catalanes y exigió su paralización. Pero la suma de peras y manzanas no arroja resultados homogéneos: el truco de agregar el no, la abstención, el voto en blanco y la papeleta nula para enfrentar al 64% del censo -como supuesta realidad unitaria- contra el 36% restante es una burda operación publicitaria. Es cierto que la escasa participación en las urnas -no llegó al 50% del censo- frustró las expectativas de los tres partidos -PSC, CiU e ICV- comprometidos con el y ridiculizó el engolado tono épico del presidente de la Generalitat al anunciar la victoria histórica del nuevo Estatuto; sin embargo, la grotesca impugnación por Rajoy de la validez del referéndum conculca el principio democrático, el Estado de derecho y el orden constitucional.

En cambio, los republicanos no utilizaron la cortina de humo de los populares para ocultar el fracaso de su apuesta compartida y reconocieron su derrota. Los dos socios del frente de rechazo sumaron 1.250.000 papeletas (el 31% de las emitidos) en las legislativas de 2004 y 930.000 (el 28%) en las autonómicas de 2003. Pero la alianza entre PP y ERC ha cosechado sólo 528.000 votos en el referéndum: el 20,7% sobre los emitidos y el 10% sobre el censo. Los 136.000 votantes en blanco ocupan una posición formalmente equidistante del apoyo y de la oposición: es absurdo tratar de sumarlos a los combativos partidarios del no. Y la descabellada pretensión de conquistar para el no el vastísimo territorio poblado por 2.630.000 abstencionistas realiza una interpretación simplista y abusiva de un bien mostrenco -complejo, multicausal y ambiguo- difícil de analizar. Tal vez algunos estrategas políticos opuestos al nuevo Estatuto se tiren ahora de los pelos por no haber capitaneado el fantasmal partido de la abstención en lugar del comprometedor frente del rechazo.

La sociología electoral estudia el comportamiento ante las urnas de los ciudadanos en función del ámbito territorial (europeo, estatal, autonómico o municipal) y el objetivo (nombrar representantes o pronunciarse en referéndum) de cada consulta. Sobre la convocatoria del domingo confluían dos factores disuasorios de la participación ciudadana de eficacia comprobada. De un lado, Cataluña es un escenario típico del voto dual: la abstención crece en las autonómicas respecto a las generales. De otro, los referendos poseen una capacidad movilizadora electoral inferior al resto de los llamamientos a las urnas: Rajoy hizo un alarde de cinismo la noche del domingo cuando simuló haber olvidado que la consulta popular del Estatuto gallego de 1980 fue aprobada con una abstención del 72% (lo que no impidió al PP gobernar sus instituciones autonómicas durante más de veinte años). En cualquier caso, la incapacidad de los partidos catalanes para elevar el grado de participación el pasado domingo deberá ser achacada por igual a los que defendieron el y a los que preconizaron el no: la abstención también fue alimentada por los desconcertados votantes potenciales del PP.

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