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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La crónica del fin del mundo

Javier Rodríguez Marcos

Afirma Enric González (Barcelona, 1959) al comienzo de estas Historias de Nueva York que los libros sobre ciudades "suelen ser de dos tipos: embelesadas historias de amor o crónicas tristes de una decepción". Si Venecias, de Paul Morand, es un buen ejemplo de lo primero y París era una fiesta, de Hemingway, lo es de lo segundo, la verdad es que González ha escrito una historia de amor sin embeleso ni decepción, pero sí triste. En 1999, con Historias de Londres (Península), el periodista barcelonés se inventó un género en el que su peripecia como corresponsal de este periódico -actualmente ejerce en Roma- convivía con apuntes sobre el carácter local y notas de una rara erudición sobre la ciudad y sus personajes. Desde el mismo título, Historias de Nueva York sigue aquella línea de contarlo todo quitándose importancia. Pero con brillantez. Las mejores palabras en el mejor orden. De eso dicen los clásicos que están hechos los grandes libros y de eso está hecho éste.

HISTORIAS DE NUEVA YORK

Enric González

RBA. Barcelona, 2006

146 páginas. 15 euros

"Dicen que cuando en Nueva York son las tres de la tarde, en Europa son las nueve de diez años antes". Lo que sigue a esta primera línea es centenar y medio de páginas escritas en estado de gracia por alguien que, sin pretensiones, termina entregándonos un volumen que tiene algo de libro de geografía e historia, algo más de tratado de psicología y mucho de autobiografía. Sin olvidar unas gotas de teología mundana y, por supuesto, de periodismo. De la lectura de estas historias se deduce que Nueva York es una ciudad apasionada por el béisbol (un deporte que, en la antológica definición de Lawrence Peter Yogi Berra que se recoge aquí, es "cuestión de cerebro en un 90%, la otra mitad es esfuerzo físico") y poblada de faltones y lenguaraces pero, contra el tópico, ni por cínicos ni por descreídos. Tampoco en la escritura de Enric González hay rastro de cinismo. Lo que hay es capacidad de observación por toneladas. A veces un párrafo vale por una enciclopedia: "El urbanismo de Nueva York se forjó con un patrón medieval: millonarios y mendigos convivían en un palmo cuadrado. Eso creó una civilización interesante. Las urbanizaciones de casas iguales para gente igual que piensa igual, generan ignorancia y paranoia, los dos males contemporáneos de Estados Unidos". En este libro, ya lo hemos dicho, hay un poco de todo: historias de rascacielos y apuntes sobre las presencias holandesa, judía e italiana en la capital del mundo. Sin olvidar la presencia de los "dioses" de la banca, el acero, los ferrocarriles, la especulación inmobiliaria, el petróleo y el carbón. Es decir, Morgan, Carnegie, Astor, Rockefeller y compañía. Y junto a ellos, un dios menor, el alcalde Giuliani, alguien que en circunstancias normales "constituye un peligro público", pero que da la talla en los momentos críticos. Ni que decir tiene que el gran momento crítico de este relato, que transcurre entre 2000 y 2003, es el 11 de septiembre de 2001. Esa fecha ensombrece el vitalismo de la crónica y obliga al cronista a preguntarse por su oficio. Ese día, y después de escribir una entradilla sobre el fin del mundo, "para tomar un poco de perspectiva", concluye que la prensa escrita "no tiene como fin último el de informar, sino el de tranquilizar". Ahí estaban los periódicos del día 12 para demostrar que la vida siempre sigue. No siempre, es cierto. Consumado retratista, Enric González dedica las páginas más emocionantes a la muerte de tres periodistas: Juan Carlos Gumucio, Julio Anguita Parrado y Ricardo Ortega. La sonrisa que al lector le ha durado algo más de cien páginas se le anuda entonces en el estómago. Como se nos dice de la visión emocionada de la Estatua de la Libertad, hay que ser tonto para quedarse así. También hay que serlo para no hacerlo.

Tráfico de coches en torno a la tienda de Disney en Nueva York.
Tráfico de coches en torno a la tienda de Disney en Nueva York.AP

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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