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Columna
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Rugido

Decía el ex Garaikoetxea hace unos días que los de la cosa no pueden fijar nuestra agenda política. Y yo le preguntaría a su eminencia: ¿de quién es nuestra agenda política? ¡Ay, señor! Le oigo a nuestra euskowalkiria Begoñilda, que deshoja la margarita entre la solución foral y la nacional mientras hace ejercicios de voz para soltar el irrintzi, y me viene a la mente una de las voces de Antonio Porchia: "No ves el río del llanto porque le falta una lágrima tuya". Sacan del lodazal una supuesta agenda impoluta, a cuya piel intentan sacarle brillo, sin darse cuenta de que lo que tienen entre manos es el bichejo de las alcantarillas. Pero es que, además, llega un momento en que uno se pregunta de qué demonios hablan. ¿Escriben un cuento? ¿Ago así como, érase una vez un ogro que sacudía los nogales y luego nos quiso arrebatar las nueces? Me digo si tendrán en cuenta que el ogro tenía sus almacenistas, que ponían cara de conejo cuando lo veían venir, sobre todo si aparecía con un cadáver al hombro, el del paisano que le había recriminado porque no respetaba los nogales. Y murmura otra de las voces de Porchia: "En aquel mundo yo sabía que me mataba el bien, pero creía que me mataba el mal".

En aquel mundo, pero, ¿y en éste? Leo la prensa de estos últimos días y en este mundo nada se resuelve. Lo rocían con el hisopo de la fábula para nublarnos los ojos y no cumplen con sus tareas. Hace años, nos sentíamos castigados por dioses exteriores porque no teníamos una universidad pública, pues la privada sí que la teníamos. Hoy la pública la tenemos en huelga, castigada por los dioses interiores, esos que se plantean dudas entre la solución foral y la nacional. ¿Será la buena la solución final? ¿Quién sabe? Porque también nos bamboleamos entre lo foral y lo nacional con la ley de Suelo, con un Gobierno que no sabe por donde salir desde que se perdió hace años en el Neolítico, una época en la que, al parecer, abundaban más las nueces. Pero esto es Mendibeltza, amigos míos, y esa debe de ser la razón de que lleven más de un decenio queriendo modificar el Reglamento del Parlamento sin conseguirlo. ¿Qué constitución tienen que acatar nuestros parlamentarios si nosotros no tenemos otra constitución que la mirada de nuestros antepasados, esa que pone un ojo en lo foral y el otro en lo nacional, es decir, biroja. Si hasta a mi alcalde Odón lo tienen en apuros con el karakol mirikol los mismos que le quieren poner un botafumeiro de residuos a las puertas del Ayuntamiento. ¿Sobrevivirá mi canario Baltasar a esos gases lacrimógenos?

Miren, ya ni nuestros futbolistas cumplen con sus tareas. Creo que sólo hay uno en la selección española, cuando antes solían abundar. Es lógico que así sea si nosotros no tenemos constitución y el fútbol sólo puede ser un deporte constitucional. Conviene, pues, promocionar deportes que no sean constitucionales y me comenta un amigo que ahora los profesores de gimnasia están queriendo promocionar el béisbol. ¡El béisbol! A mí, que soy poco experto en esas cosas, al oír la palabreja me viene a la cabeza ese juego de la pelota ovalada, pero mi amigo me saca rápidamente de mi ignorancia. No se lo puedo creer. ¿Habrá algún becario universitario que nos demuestre que lo del euskopalitroke era nuestro juego más ancestral y que entró en América vía Terranova? Alguno habrá, aunque luego la investigación se echará a perder cuando surjan las dudas de si se trata de un deporte foral o nacional. Sin embargo, con béisbol o sin él, yo seguiré prefiriendo el fútbol. Es mi deporte favorito, aunque no lo veo nunca. Ni siquiera sé cómo se llama el portero de la Real, algo inimaginable hace sólo unos años.

Si les soy sincero, yo no veo fútbol pero lo suelo tener de música ambiental, un poco lejana. Ayer mismo, jugaba Brasil, puse la tele y me retiré a una habitación alejada del televisor. Me llegaba el sonido de una voz con altibajos y sobre todo, sí, sobre todo, un rugido continuo, ininterrumpido, la gárgara fervorosa de las gradas. Yo leía un libro, La oscuridad, una novela del poeta francés Philippe Jaccottet. Me preguntaba si la emoción del juego sería motivo suficiente para fundirse en aquel rugido o si haría falta algo más, no sé si foral o nacional. Me preguntaba también si se podría caminar después desde aquel rugido hasta el libro que yo estaba leyendo. Me dije que quizá sí. No obstante, ese rugido se me presentaba como la voz predominante de nuestro tiempo. Tanto lo foral como lo nacional se alimentan de ella, y nos regurgitan para darle aliento sus fábulas.

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