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OTRA MIRADA | Alemania 2006
Columna
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Pasión triste

Como este primer Mundial de la globalización viene sin manual de instrucciones de uso, estoy hecho un lío. Por lo pronto, me está costando más trabajo del que creía pasar de la pasión local por mi equipo de Liga a la pasión global por mi equipo del Mundial. Sin pasión no hay fútbol, partamos de esa base bioquímica, y compruebo estos días que son dos adrenalinas muy diferentes, dos maneras opuestas de auto estresarse, dos ansiedades desiguales y sospecho, toco madera, dos depresiones que exigen en la farmacia de guardia distintas recetas de fluoxotenina.

La mirada también es distinta. Mientras la pasión de la Liga admite toda clase de sutilezas, psicologías, estados de ánimo, picos y baches eufóricos y siempre existe interactividad (te puedes cargar al entrenador si las cosas van mal y nos pasamos la temporada intentando influir en la alineación), en la pasión por tu selección patriótica de la globalización, del Mundial, no se admite lo que el oriundo Espinosa, fichado por los holandeses, llamaba "la pasión triste". Con nuestro equipo nacional, supranacional o confederal te exigen fe ciega en el sabio de Hortaleza, una filosofía dogmática de fondo sur y un fanatismo que es el primer enemigo de la globalización. En el Mundial, a diferencia de la Liga, no se admiten forofadas tibias o melancólicas, titubeos o deserciones, y sólo rige el "a por ellos" del himno.

Yo, personalmente, todavía no estoy preparado para esa pasión total y global por el once de Luis, a pesar del 4-0. Y aunque admire sin reservas a todos nuestros centrocampistas y a una punta (Villa), mis verdaderos ídolos están en el bando contrario. Es el gran problema de este primer Mundial de la globalización por haber construido la mejor Liga sin fronteras del planeta fútbol y por el exacto método depredador de la economía multinacional.

El otro día, frente a Croacia, el combinado ítalo-español de Brasil, en lugar de repetir lo que hizo todo el curso en el Barça y el Milan, se dedicó a plagiar lo que durante el invierno perpetró en el Real Madrid y en el Inter, y así les fue. Cuando lo de Argentina, sólo pensaba en el Riquelme del Villarreal y en la estúpida ausencia de aquel Messi intuido en el Nou Camp. Mientras jugaba Suecia, sólo veía a Larsson con ojos de Barça y mi conclusión en el Francia-Suiza es que el gran Zidane también contagió a los del hexágono el famoso virus pandémico del Bernabéu.

Así, como comprenderán, no hay manera de seguir el Mundial y es casi imposible disfrutar con este estrés y adrenalina tan contradictorios. Si esto es la globalización, y lo es, habrá que inventar rápidamente una manera de recombinar (sigo con la química) las idolatrías del ADN local, tan globalizadas, con las imprescindibles pasiones locales de este primer Mundial sin fronteras. Un Mundial, por cierto, en el que siempre ganaremos. O es la táctica infusa del sabio de Hortaleza, pasión triste, o será un combinado de los ídolos de nuestra Liga.

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