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Columna
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Marilyn

En el Palau Robert de Barcelona se exhibe, una de las mejores colecciones del mundo, según los expertos, dedicadas a Marilyn Monroe. La exposición, titulada Marilyn y el cine: una estrella sin Olimpo, es también la historia de un hechizo que como muchos juegos infantiles comienza en un desván. Todos hemos coleccionado alguna vez de niños cromos de artistas de cine, porque existe una edad en la que uno tiende a construir sus propios modelos, no con verdades absolutas, como creía Platón, sino con retazos de imágenes: la mitad de una sonrisa, la curva del talón, el dorso de las manos como en esa fotografía en la que Marilyn escondida tras una contraventana, muestra a la cámara sólo media verdad.

Fue en un desván también donde una muchacha de 15 años llamada Maite Mínguez, empezó a coleccionar recortes y anuncios de cine hasta enraizar una afición que más tarde la llevaría de Londres a Nueva York por las mejores salas de subastas para completar esta colección que ahora se expone por primera vez en España coincidiendo con el 80 aniversario del nacimiento de la actriz. En ella podemos ver desde los zapatos de tacón que la actriz lució en El príncipe y la corista, o sus vestidos preferidos incluido el de La tentación vive arriba, hasta fotografías inéditas de la artista con anotaciones escritas a mano.

Hay muchas maneras de penetrar en el sueño de los mitos, pero la preferida por los amantes del cine siempre ha sido el fetichismo. Muchos coleccionistas consideran que a través de una copa de champán o de un frasco de perfume pueden apropiarse de la esencia de la persona y quizá no les falta razón, porque a veces lo más hondo de una sonrisa se halla en el color rojo de la barra de labios que la dibuja, lo mismo que un fotograma puede hacer revivir en la pantalla el reverso de la vida: los tacones altos, la sonrisa rubia, el vuelo del vestido al aire subiendo desde la rejilla de una acera de Lexington Avenue.

Una de las imágenes del álbum personal de esta Marilyn íntima muestra a Arthur Miller con americana clara y gafas de carey mientras observa a la actriz, de medio lado como si quisiera ver en ella algo que le está vedado a la cámara. También nosotros tratamos de atrapar entre las vitrinas el instante preciso en el que la estrella se encontró con la verdad bajo la luz cruda de un relámpago de magnesio una madrugada de agosto de 1962. Es en esa zona oscura de la imagen donde habita la incertidumbre. Pero en ella Marilyn habla ya otro lenguaje, cuyo código nadie más posee.

Mucha gente no soporta el vértigo de albergar vidas distintas. Leyendo la biografía de Norma Jean, cualquiera puede darse cuenta de que no hay carrera contra reloj más fulminante que la que alguien emprende para librarse de uno mismo. Cuando la actriz ya se había convertido en un mito admirado por el mundo entero, una sobredosis de barbitúricos la elevó hasta las esferas celestes, donde, según Platón, flotan las verdades absolutas. En ese cielo de los filósofos vuelan también las almas de las estrellas y a lo mejor nuestro pensamiento sólo es una forma de volver a soñarlas.

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