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Columna
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Viajes

"Somos un Pueblo a la vanguardia de Europa. La Comunidad Autónoma Vasca (...) ocupa los primeros puestos de Europa en bienestar, esperanza de vida y niveles de educación, por encima de países como Alemania, Francia, Gran Bretaña y España", explicaba el martes en Washington el lehendakari en sus incansables esfuerzos por explicar al mundo la problemática vasca. ¿Tal euforia dejaría perplejo al auditorio estadounidense? Gente positivista, no vasca, quizás asocie altos niveles de vida con ausencia de problemas. Por si acaso, el enviado del Pueblo Vasco remató: "El País Vasco se situaría entre los 10 primeros puestos del ranking mundial de desarrollo humano". El público local, atónito, se preguntará que si nos va tan bien, a ver de qué nos quejamos, para qué cambiar.

Aquí estamos acostumbrados a estas cosas que se dicen, pero fuera se extrañarán a la fuerza

Metido en faena, el lehendakari Ibarretxe les contó a los washingtonianos los orígenes del conflicto. Esta vez le ha dado una antigüedad de 170 años, y no de 200 como últimamente. Lo de "un problema histórico de naturaleza política con 170 años de existencia" suena conocido, pues figuraba en el Pacto de Lizarra, sin precisión cronológica. Lo interesante es la explicación histórica. Cree el lehendakari que vivíamos felices desde el Medievo, dichosos durante la monarquía absoluta. "Esta relación (...) se truncó abruptamente tras dos guerras civiles, las guerras carlistas, de 1836 y 1839 (sic)". Conclusión: el lehendakari debe despedir a su asesor histórico. No ya por la peregrina interpretación que deriva del aserto anterior, sino por la afirmación central: ¡dos guerras civiles, la de 1836 y la de 1839! Hubo dos, pero fueron: la de 1833-1839 y la de 1872-1876. Mal vamos en historia.

Es interesante que nuestros próceres viajen. Se les suelta la lengua. ¿Cómo olvidar el mensaje del lehendakari a los georgianos, cuando le hacían doctor honoris causa y les aseguraba que el Pueblo Vasco será "lo que queramos ser nosotros mismos"? Aquí estamos acostumbrados a estas cosas, pero fuera se extrañarán a la fuerza. Y en tal fausta ocasión incluyó una aún poco valorada aportación, la de que los vascos "nos regimos desde hace miles de años" por tal máxima. Qué cosas...

Las visitas al extranjero de nuestros gobernantes son casi hitos históricos. "Cuba es nuestro modelo referencial para el País Vasco", aseguró el consejero Javier Madrazo en 2002, cuando estuvo en Cuba, quizás asombrando tanto a sus interlocutores como a sus gobernados. También tuvo miga su viaje a Caracas, que motivó en el PNV las siguientes reflexiones: "Pero de qué quejarnos si acaba de viajar Madrazo a Caracas y les regala 200.000 euros de los vascos para una televisión chavista en un país que coarta la libertad de expresión (...) Un auténtico despropósito". Está también la benefactora política exterior del Departamento de Educación, cuya principal gesta fue donar 38 tornos a Argentina (sic). "El Gobierno vasco continuará donando máquinas más sofisticadas a Argentina a medida que avance su nivel de formación (...)". Ahí queda eso. Que no nos llamen cutres.

A veces se hacen fuera cosas que no se harían en casa. Un ejemplo: el Gobierno vasco ha patrocinado en Oxford un curso con el título Modelos de Unión: las monarquías británica y española en los siglos XVII y XVIII. Resulta loable, pero cuesta imaginar similar apoyo si se hace en estas tierras.

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Como lo del Sáhara, donde alaban "la generosidad" del Gobierno vasco al facilitar la cultura en castellano a los niños saharauis. Dicen que es "una lección para el Gobierno de Madrid" que el de Vitoria difunda libros en español en el Sáhara. Ojalá los vascos tuviésemos igual suerte con el Gobierno vasco y la cultura en castellano.

En los viajes vascos no se va a aprender, sino a enseñar. A explicar la cosa vasca, a contar nuestros problemas y qué buenos somos. Mandamos una delegación a Montenegro para dejar claro que luego nos toca a nosotros. Son viajes de propaganda, por lo que convendría inclinar nuestra política viajera a la demostración que hicieron cocineros vascos en la ONU, en Nueva York. O la delegación que tenemos estos días en Berlín, para enseñar las excelencias de nuestros pintxos.

Ya lo decía Arzak en su última visita a México, donde encanta: para cocinar mejor, hay que "ser humilde, mirar el mundo con ojos de cocinero y pensar como niño".

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