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El futuro de Euskadi
Columna
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Víctimas vascas y ciudadanos catalanes

Antonio Elorza

El grado de tensión innecesaria que está afectando a la vida política española no sólo constituye un grave obstáculo para la resolución de los problemas de Estado y una grave amenaza para la democracia si la radicalización en el caso del PP desemboca en el nacimiento de un partido de extrema derecha por efecto de una escisión (o por el predominio de tendencias internas ultramontanas ya hoy demasiado visibles). Paralelamente genera una profunda degradación en los comportamientos de los actores y en el discurso político, que acaba contaminando a los medios de comunicación, cada vez más escorados hacia las posiciones de partido, e incluso a las asociaciones sociales que por su origen y su finalidad debieran dar ejemplo de serenidad.

Lamentablemente, tal es el caso del movimiento asociativo de víctimas del terrorismo. Resulta justificada la desconfianza de las víctimas de ETA en cuanto a su deseable intervención -nunca protagonismo- en el proceso de normalización en Euskadi. Zapatero está dispuesto a concederles todos los honores, pero ningún poder, ni a título consultivo, y también es lógico que una negociación tan confusa como la anunciada les provoque irritación. La quietud absoluta del Alto Comisionado, al aproximarse la fecha misteriosa de su abandono del cargo, tampoco arregla nada. Pero la AVT debiera ser la primera en evitar la repetición del espectáculo de la bronca manifestación anterior. Y más aún de ligar su suerte a los sectores del PP que promueven la intoxicación de la "verdad" oculta del 11-M. Las asociaciones de víctimas disconformes aciertan entonces al denunciar ese sesgo en la AVT, pero tampoco escapan a la crispación: exhibir un espíritu leguleyo para cuestionar la condición de víctimas de Alcaraz y Maite Pagazaurtundua, por ser sólo hermanos de los asesinados, resulta pura y simplemente sórdido. ¿Hasta dónde vamos a llegar?

Síntomas. Una senadora del PP le grita al ministro Rubalcaba un váyase digno de la Cebada años 50 y Acebes, siempre perspicaz, proclama la coincidencia entre los planes de ETA y los del PSOE. Y Esperanza Aguirre le pide a ZP que pida perdón por el gulag, como si fuera nieto de Stalin y no de fusilado. En la otra ladera, con todo menos truculenta, nos cargamos preventivamente de moral leyendo que los pro-ETA se adiestran como si fueran canes en Suráfrica y que en cualquier momento de este verano azul Batasuna dará los pasos para legalizarse, Patxi López anuncia conversaciones escandalizando al PP, pero pronto cae el jarro de agua fría, con el mismo López anunciando que no van a conceder nada, Otegi burlándose de una legalización que dicen no necesitar e insistiendo en una autodeterminación que con la nación vasca a su juicio el Gobierno va camino de atender. Y en un editorial Gara habla enigmáticamente de un plazo de 24 días, hasta fin de mes. ¿No sería el momento de que el Gobierno de ZP pusiera de una vez las cartas sobre la mesa ante la opinión, sin intermediarios, profecías confortantes ni filtraciones?

Entre tanto guirigay, los españoles razonantes lo tienen difícil. Bien porque son voces que claman en el desierto, bien porque cae sobre ellos una u otra forma de violencia. El ejemplo más inmediato es la agresión sufrida por Arcadi Espada en Girona, por el simple hecho de intentar explicar las razones del no que propone su grupo, Ciutadans de Catalunya. Es la suerte que habían corrido anteriormente otros demócratas por el solo hecho de no compartir el dogma nacionalista, a cargo de unos catalanistas radicales, en la línea de Esquerra, mucho más próximos al indebidamente olvidado Josep Dencás, facha con barretina, que a nacionalistas demócratas como Maciá o Companys. El episodio informa sobre el fascismo larvado que anida en los radicalismos vasco y catalán, y sobre su eficacia proporcionada por la complicidad de autoridades democráticas, del PNV al PSC, compartida por los medios afines que dan al incidente un perfil bajo. Referendo obliga. Ciutadans de Catalunya es un ejemplo de agrupación que combate sólo con sus razones, critica sin acritud, y practica al modo gramsciano el optimismo de la voluntad desde el pesimismo de la razón, un nuevo avatar de aquellos "progresistas dando corazón" elogiados por Gabriel Celaya, y que tal vez debieran extenderse como germen de futuro al resto de España.

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