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Crónica:BARCELONA MUSEO SECRETO
Crónica
Texto informativo con interpretación

El templo de la calle Bailén

¿A cuántos paseantes no les habrá llamado la atención el templo de estilo neogriego en el número 72 de la calle de Bailén, el misterio que emana de esas seis columnas que hay delante de la entrada, de estilo corintio, con el fuste acanalado y el capitel con hojas de acanto, que sostienen un frontón con las esquinas adornadas con grifos rampantes típicamente modernistas? Columnas y frontón y paredes renegridas, de las que aún no se han logrado colgar los andamios consistoriales, y que siguen mostrando la roña de los años, de las décadas y hasta de los siglos, como si quisiera ocultarse tras una capa de mugre y apartarse, también así, de los edificios de viviendas repintados de su entorno, como del escaparate de una confitería.

La sensación anacrónica, señorial y misteriosa que emana del templo la redoblan el jardín y la verja de lanzas de hierro permanentemente cerrada, a la que se enredan unas matas de polvorientas flores; a un lado aparca un automóvil que lanza destellos de gris metalizado; y completa admirablemente la impresión de grandeza y abandono, de decadencia arrogante, un único signo perceptible de vida humana: las salidas y entradas, por la puerta de un edificio adosado, de un hombre de barba tupida y aspecto en general siciliano, al que en mi fuero interno llamo aleatoriamente "Boris" o "Ígor", en homenaje a los porteros con chepa del conde Drácula en las tardes de cine escolar.

Entonces yo hubiera saltado la verja para curiosear, pero ahora me conformo con imaginarme a Boris-Ígor en noches tétricas, con un candelabro en alto, a la luz de la luna sangrienta clavada en el ángulo superior del frontón, patrullando el jardín para asegurarse de que ningún intruso meta sus narices en el templo, o para darse un banquete a base de gato crudo, vivo y aullante... O abriendo el paso a esos ladrones silenciosos que desvalijan los chalets aislados de la periferia y desaparecen sin dejar rastro; aquí tienen su guarida, reparten el botín, preparan nuevos crímenes...

Es más cierto que el conserje es inofensivo, y sin duda una excelente persona, y allí dentro viven unas respetables señoras, la mayoría ya de edad avanzada, miembros de una pequeña e ignota congregación religiosa, estrictamente barcelonesa, que se llama Pequeña Compañía del Corazón Eucarístico de Jesús, cuyo apostolado las anima a la tarea, supongo que nada fácil, de "cristianización y perseverancia de la obrera".

En realidad, el número 72 de la calle de Bailén ha sido un lugar religioso desde que lo hicieron levantar los hermanos Josep y Francesc Masriera, artistas y miembros de una influyente familia de joyeros y plateros modernistas, como templo del arte, donde tenían su taller. Entonces el templo estaba aislado, en finca exenta, más visible y airoso; tras el próstilo hexástico (o sea, tras las seis columnas) los dos hermanos habían dispuesto varias reproducciones de estatuas clásicas y algunas plantas exuberantes, y las esquinas frontales estaban decoradas con estatuas de Fortuny y de Rosales, los artistas que los dos hermanos más veneraban. En el interior, iluminadas por una gran vidriera que arrojaba luz cenital, estaban dispuestas sus colecciones artísticas, que incluían, como era propio de la época, alfombras persas, escopetas árabes, armaduras medievales, estatuas de Buda, camas con baldaquino, tapices, muebles aparatosos.

Si se me permite una digresión rumana, diré que pocos años más tarde de la construcción del santuario Masriera, se construyó en Bucarest otro templo idéntico, por encargo del jurista y mecenas Anastase Simu para alojar sus colecciones de arte; colecciones y edificio que en 1927 cedió al Gobierno rumano. De ese templo hoy sólo queda el nombre de Simu que se le ha dado a una calle y el testimonio de las fotografías de época, pues lo mandó destruir, mediados los años setenta, Nicolae Ceaucescu, que era un estadista sin contemplaciones y un patriota amantísimo, y no veía motivo para mantener en el centro de la capital un edificio tan alusivo a un país extranjero y a una idea romántica y burguesa de la cultura y el patrimonio.

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Volviendo a los hermanos Masriera: eran las estrellas sociales del momento. Las memorias del pintor Enrique Galwey recogen una anécdota sucedida en la sala Parés -donde los dos hermanos solían exponer "asiduamente y con gran éxito", según la monografía de la historiadora Pilar Vélez- que en aquella ocasión acogía por primera vez una exposición de Nonell, sus características gitanas. "Casi toda la peña se rió de esta exposición. Sólo se oían las risas de los artistas... Entró un señor, golpeando el suelo con su bastón, y después de mirar los cuadros se encaró con Parés, rojo de indignación, diciéndole que no volvería a poner los pies en aquella sala mientras colgasen aquellas porquerías que la deshonraban. Y mientras se iba, gritaba desaforado: '¿Qué dirán los Masriera...?'. Hasta mitad de la calle de Petritxol aún se le oía decir, indignado: 'Qué dirán los Masriera?".

Ah, aquellos dos distinguidos caballeros y su mundo recuerdan la página famosa de Tierna es la noche donde Nicole sale de compras: para que los vecinos acomodados de la próspera Barcelona del novecientos comprasen y luciesen las joyas Masriera, para que los dos elegantísimos hermanos dibujasen el perfil del buen gusto y rindieran culto a las divinidades artísticas de su tiempo, para el santuario y la confitería, era para lo que los negros bajaban al fondo de la tierra en busca de diamantes, humeaban las fábricas, marchaban sin cesar las cadenas de montaje, los barcos y trenes circulaban sin descanso...

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