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Columna
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La deslocalización como alarma social

Joaquín Estefanía

La deslocalización es un efecto directo de la globalización realmente existente, centrada en el libre movimiento de capitales, bienes y mercancías. Muchas empresas cambian de lugar para ganar más dinero o para perder menos, en una especie de medida defensiva. Cada vez que una sociedad cierra sus instalaciones para alejarse a otras tierras con costes laborales, fiscales o ecológicos más baratos, cunde con justicia la alarma social en la región que se despuebla de actividad económica, y emergen los perdedores de la globalización.

Es lo que ha sucedido la pasada semana en Barcelona, donde por enésima vez una empresa (esta vez Braun, del sector del pequeño electrodoméstico) ha anunciado el cierre de sus instalaciones, y su marcha a China. Con esta decisión, Braun, propiedad de la multinacional Procter & Gamble, desaparece de Cataluña y termina una historia de casi medio siglo. Casi 800 empleados perderán sus puestos de trabajo. Braun ha cerrado los últimos ejercicios con beneficios, aunque al parecer no con los suficientes, según la opinión del centro corporativo de la multinacional.

¿Es la deslocalización un fenómeno inevitable?; ¿qué barreras de protección se pueden poner?; ¿tiene efectos positivos para el conjunto de la economía y para el país de destino al que se va? A estudiar éstas y otras cuestiones se dedica el libro La deslocalización en Madrid. Conceptos, hechos y estrategias, editado ahora por la Fundación Sindical de Estudios, de Comisiones Obreras, a cuyo frente está Rodolfo Benito. El libro, coordinado por los profesores Emilio Ontiveros y José Antonio Herce, hace mucho hincapié en que la deslocalización no es un juego de suma cero. Es la primera vez, que sepamos, que una organización sindical, sin abandonar su tradicional sentido de defensa de intereses de sus afiliados, estudia desde un punto de vista teórico un fenómeno que no se puede desconocer.

Durante muchos años, España ha sido una zona beneficiaria neta de la deslocalización de empresas multinacionales, atraídas por sus costes más bajos. Este modelo se ha agotado porque, afortunadamente, nuestro país se ha convertido en una nación desarrollada, con salarios, impuestos, protección social y precios coherentes con tal condición. El nuevo modelo de crecimiento que se necesita -y que tan presente estaba en el programa electoral con el que los socialistas ganaron las elecciones- ha de tener en cuenta esta circunstancia central. Empresas españolas que hace unos años se deslocalizaron al norte de África han iniciado una segunda deslocalización saliendo de Marruecos o Túnez, y desplazándose hacia China o India. La ampliación hacia el este de la UE también nos afectará. No sólo porque algunos de nuestros nuevos socios tienen unas tecnologías más avanzadas que las españolas, sino por la comparación de costes. Según Eurostat, éstos son algunos de los sueldos industriales netos de los países cercanos a nosotros, expresados en euros/año: Chequia (5.016), Letonia (2.069), Lituania (2.299), Hungría (3.082), Bulgaria (1.176). Ese mismo sueldo en España, de 13.009 euros, es astronómico en relación con los países anteriores, aunque sea el tercero más bajo de la UE de 15 miembros.

Cuando una empresa se deslocaliza reduce costes, baja los precios de sus productos y se hace más competitiva, incrementa la demanda de esos bienes y sigue invirtiendo y aumentando el empleo y la producción en otros lugares. Pero deja un rastro de dolor y paro a su alrededor. El problema de los perdedores debe resolverse con los instrumentos del Estado nación y del Estado del Bienestar (desempleo, pensiones...), que aquí sí tiene muchas bazas que jugar. Se necesita de la intervención del Estado para reconstruir hombres y territorios: con cualificación de mano de obra, inversiones en infraestructuras de comunicación y transporte, inversión (pública y privada) en I+D+i, una política industrial que apueste por los sectores de futuro y acompañe la salida de los que están en declive... Ninguna de estas medidas se improvisa de la noche a la mañana. Ahora es cuando observamos con más nitidez el tiempo perdido en la última década, cuando únicamente sobresalíamos en el equilibrio presupuestario en tiempos de tipos de interés bajos. Y el que todavía se puede malgastar en el futuro si no se reacciona con audacia y sin ceguera.

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