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A PIE DE PÁGINA

Probemos con veneno

Nous est un autre, el libro de Michel Lafon y Benoît Peeters de "inquisiciones sobre los dúos de escritores", que acaba de aparecer en Francia (Flammarion), es un acontecimiento de primer orden en el mundo de los estudios literarios, además de ser una lectura deliciosa y absorbente. Se ocupa de la escritura en colaboración, y es la primera vez que el tema es encarado sistemáticamente y en extenso. Los autores lo observan en la primera página: "Un extraño tabú recorre la historia de la literatura: la escritura en colaboración. Si bien las escuelas y los grupos, las influencias y las corrientes, han tenido muy ocupados a profesores, críticos y los biógrafos, persiste la idea de que una obra digna de consideración debe emanar de una sola persona. El autor único sigue siendo parte del dogma. Los dúos literarios son ignorados o desdeñados". Es cierto, y debemos felicitarnos de que se abra al fin un campo de investigación de enorme riqueza.

Los dúos de escritores incorporan al lector, pues su razón de ser es la escritura y lectura mutua

No se trata de un libro teórico, sino de una colección de historias. Cada uno de sus 17 capítulos examina una de estas "parejas impares", que no siempre son de dos. Van desde los hermanos Goncourt hasta Deleuze y Guattari, pasando por Flaubert/Maxime Du Camp, Willy/Colette, Erckmann/Chatrian, Marx/ Engels, Borges/Bioy, Boileau/Narcejac, entre otros. Hay conglomerados más complejos, como el de Alejandro Dumas y sus negros, Freud y sus discípulos, Romain Gary y él mismo; también incursiones fuera de la literatura: Carné y Prévert en el cine, Hergé y Jacob en el cómic, ambos casos apenas testigos de géneros donde la colaboración es la norma, no la excepción. Digresiones y notas abren perspectivas hacia muchísimos otros autores, de todas las lenguas y todas las épocas, que terminan convenciéndonos de que la "escritura a varias manos" es un fenómeno más extendido de lo que creíamos.

Todas las historias son distintas. No hay reglas fijas en este raro negocio. Casi todas terminan mal, cuando la muerte de uno de los socios no la interrumpe. La de Borges y Bioy Casares es una excepción, pero sólo porque uno era demasiado rico y el otro demasiado cortés para encontrar motivos de discordia. Tampoco se desmintió la amistad de Marx y Engels, aunque el papel de Engels fue más de albacea que de colaborador. Esta pareja, por otro lado, muestra una de las curiosas simetrías en las que abunda el rubro: Engels, rico, estaba al tanto de las realidades de la vida proletaria y lo instruía de ellas a Marx, quien, pobrísimo, vivía en el mundo de la teoría y los libros.

El lector que arrastre la sospecha de que los escritores no son gente del todo normal encontrará aquí un catálogo de patologías que la escritura en solitario disimula, y la colaboración saca a luz de manera clamorosa. Pero un ligero cambio de óptica muestra que lo que sale a luz es lo más humano de la condición humana: vanidad, codicia, cálculo, manipulación...

como cualquier hijo de vecino, no importa que fueran genios. Y junto con lo malo, por supuesto, se revela lo bueno, porque en el fondo, y a pesar de los finales turbulentos, siempre son historias de amistad.

Casi todos los lectores tenemos avidez por información de la vida de los escritores. Al leer este libro sentí un interés que iba mucho más allá del que siento habitualmente por la materia biográfica. Y me pregunto si la clave de la colaboración literaria no estará ahí precisamente. Los escritores hacen sociedades para darle más interés a sus biografías, para enriquecerlas con otros personajes y aventuras, para complicarlas con maniobras secretas (o públicas), con intrigas y accidentes que no van a faltar una vez que salgan de la soledad de sus escritorios. Parece como si quisieran adelantarse a sus biógrafos y empezar desde ya a envolver con experiencias vitales sus libros.

Hay algo así como una inversión: cuando uno lee sobre la vida de un escritor, encuentra (o solamente busca) complejidades psicológicas, sexo, amores, hábitos, traumas, y ve cómo de todo eso sale la literatura. Cuando lee sobre la vida de dos escritores asociados, encuentra literatura, y de ella sale la psicología, el sexo, los amores, los hábitos y todo lo demás.

Es que el dúo pone en primer plano el proceso del trabajo, la mecánica de la creación. Para eso se lo formó. El estudio de la escritura en colaboración, entonces, ofrece las ventajas de un laboratorio (el "colaboratorio") donde se explicita lo que en la escritura en solitario queda oculto y muchas veces inconsciente. Los dúos de escritores incorporan al lector, pues la razón de ser de su conformación es la escritura y lectura mutua, y cierran el círculo de la producción literaria. Pero al mismo tiempo, paradójicamente, lo abren: los escritores se asocian siempre con vistas a un público, a las ventas, a la industria editorial. (Como no hay reglas fijas, aquí también hay excepciones: los experimentos surrealistas de "cadáver exquisito" y escritura automática). De ahí puede provenir, y justificarse hasta cierto punto, el desdén de la crítica por la escritura en colaboración: ésta nunca apunta a la creación de paradigmas nuevos de calidad, sino que se remite a los ya establecidos. Por eso practica mayoritariamente la literatura de género, o el humor, y cuanto más codificado está un género, más dúos se encontrarán en él, como es el caso de la novela policial.

La pareja que ilustra los muchos dúos dedicados a la novela policial es Boileau-Narcejac. Boileau vivía en París, y era el que ideaba las tramas; Narcejac, en un pueblo de la Bretaña, redactaba. Se comunicaban por carta, pero a veces se hacía urgente resolver un episodio, y como las comunicaciones telefónicas de larga distancia en la década de los cuarenta eran difíciles e incómodas, recurrían al telégrafo. En una ocasión Narcejac descubrió en el curso de la escritura que el ruido que haría un arma de fuego complicaba el argumento; su socio desde París le respondió, olvidando que el telegrama es un documento semipúblico: "Descartemos el revólver. Probemos con veneno". Una hora después la policía había rodeado su casa.

FERNANDO VICENTE

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