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Tribuna
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Las dos losas

En ocasiones, una declaración de quince segundos puede ser más eficaz que una argumentación minuciosa. Sobre todo si tratamos de política. Así ha sucedido -creo- cuando, a las pocas horas del anuncio por ETA del cese definitivo de la lucha armada, me pidieron desde una emisora de radio que hiciera un análisis de esa situación. Yo estaba en un taxi, en Barcelona, y antes de que la comunicación se interrumpiera sólo pude decir que, previo a cualquier análisis, manifestaba mi alegría y que ese cese de la lucha armada era un triunfo del Estado de Derecho y una derrota de ETA. Hasta tal punto estoy conforme con esa mi primera declaración que lo que ahora pueda añadir no es ni siquiera una matización, pues sin matices insisto en lo mismo, sino una aclaración de lo manifestado.

Afirmo que el cese de la lucha armada es motivo de gran alegría. Quiero decir que considero que el paso que ha dado ETA es definitivo. Que estamos ya en el camino irreversible de la paz. Alegría y paz que nada tienen que ver con el falangista "paso alegre de la paz" (demasiadas tristezas han quedado en el camino). Como todo juicio sobre lo que vaya a ocurrir en el futuro, tiene algo de apuesta. Pero también es una apuesta la de los que dicen lo contrario: que, puesto que antes ETA ha roto treguas, ahora también va a romper su promesa de cese de la lucha armada. Reconozco que yo también manifesté mi confianza, con ocasión de la anterior tregua, en que ésta suponía el fin de la violencia, y entonces me equivoqué en mi pronóstico.

La política es compleja y el proyecto a desarrollar y el objetivo que cumplir tienen más importancia que el juicio sobre la realidad. Más aún, el juicio sobre la realidad está más determinado por el futuro que por el presente. Y, desde luego, proyecto y objetivo, como están referidos a un futuro a desarrollar y a conseguir, no pueden ser espejo de la realidad actual, sino más bien el modo como hemos de modificarla. Que a veces, por ser pesimistas, provocamos que la profecía agorera se cumpla. Pues bien, creo que ahora mi apuesta es más sólida que la de los que sostienen lo contrario. Claro está que caben incumplimientos parciales, como acaso alguna menguante continuación de gangsteriles extorsiones, o todavía alguna agresión por abertzales bandas callejeras, o incluso atentados esporádicos. No intento blindar mi argumentación; todo eso puede ocurrir y sería una temporal derrota de mi apuesta. Pero ahora la victoria total está ya anunciada tras la declaración de ETA. El diagnóstico nuevo se sostiene en la eficacia de la lucha policial y judicial, en el hundimiento de la imagen de la lucha terrorista y en la creciente toma de conciencia, entre los ciudadanos, de que para luchar contra el terrorismo no es preciso tanto el valor como la decencia.

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ETA ha reconocido su derrota y nosotros, los que componemos una sociedad de ciudadanos, podemos proclamar ya desde ahora nuestra victoria. Hemos desplazado una losa, aquella que nos oprimía con la amenaza del asesinato y de la extorsión criminal.

Pero, debajo de la primera losa aparece la segunda. Es aquélla por la que, en aras de la unidad de la lucha antiterrorista, teníamos que cerrar filas olvidando objetivos partidistas (esto es, objetivos de partido, que son sin embargo los que permiten construir la democracia). Pues bien, esperemos que la victoria contra ETA nos permita pasar muy pronto a la necesaria batalla política en la que no tengamos que perdonar nada -ni hacernos perdonar nada- a los adversarios políticos. Víctima del terrorismo he sido yo, y han sido, con peor suerte que la mía, muchos amigos socialistas; otros lo han sido por ser miembros del PP. Pues bien, tengo muchas ganas de que termine la derrota de ETA para poder decir, sin ambages, cómo el modelo del PP es distinto del mío. Para eso hay que levantar la segunda losa.

Pero, ya desde ahora, en algún punto se ha alzado la losa segunda que nos permite denunciar la hipoteca por la que cedimos la gestión política a acreedores usureros como han demostrado serlo los socios nacionalistas. Sí, eran los monopolizadores de nuestra sociedad vasca, más que los violentos que intentaban destruirla. Me refiero a esos nacionalistas que pactaron entre ellos el Plan Ibarretxe; a los que antes habían conspirado con ETA para el Pacto de Lizarra y mantuvieron el pacto cuando ya ETA había roto su tregua y reiniciado sus asesinatos, el más significativo de los cuales fue el de Fernando Buesa, ex vicepresidente del Gobierno vasco; incluso a los del Pacto de Ajuria-Enea. Es cierto que hasta ahora ha sido políticamente incorrecto criticar este pacto antiterrorista, pero no olvidemos cómo se llegó a él. Se trataba de una aspiración a formar, abriéndose a todos, un frente democrático contra ETA; éste fue promovido, en primer lugar, por los comunistas, a quienes no me unía ningún proyecto político -aunque desde luego he estado más cerca de ellos de lo que nunca han podido estar Madrazo y sus compinches-; luego siguieron los socialistas y luego los demás, entre ellos AP; los últimos en llegar al pacto fueron los nacionalistas del PNV. Claro está, los nacionalistas consiguieron completar la mesa de comensales de Ajuria-Enea con su postrera incorporación, pues si no acudía el último comensal, no había mesa. Se pueden buscar parabolismos evangélicos para esta situación, pero yo prefiero, de todas las parábolas, la de los vendimiadores de la última hora. Cuenta Mateo que Jesús contaba (Mt 20.1-16) que el Reino de los Cielos es como aquella vendimia a la que se fueron incorporando, en horas sucesivas, distintas partidas de vendimiadores, todas las cuales recibieron, al final de la jornada, el mismo salario. Pues bien, el PNV, superando incluso el chollo de los vendimiadores de última hora, cuando se incorporó al Pacto de Ajuria-Enea se quedó con la parte del león, tanto del salario como de la vendimia.

Dejando de lado el problema de si el Reino de los Cielos, dado ese proyecto laboral, podría haber pasado sin problemas una visita de los inspectores de trabajo que se creyeran eso de la teología de la gracia, lo cierto es que el reino de la tierra fue, no una mesa de partidos con iguales derechos, sino una mesa en la presidencia del Gobierno vasco, sometida a la dirección y arbitrio del lehendakari.

Conviene que recordemos esta condición de partida cuando ahora el lehendakari Ibarretxe pretende volver a las andadas. Como si no tuviera que hacerse perdonar el dirigismo del primer pacto (el de Ajuria-Enea) y, sobre todo, la desleal deriva posterior (Lizarra y Plan Ibarretxe), hoy el presidente del Gobierno vasco intenta de nuevo convocar la mesa de partidos para marcar el sendero de la política. Pues bien, el Gobierno vasco tiene su mesa de partidos institucionalizada: el Parlamento. Y si el PNV pretende otra mesa, no es el lehendakari quien puede convocarla, sino el órgano de dirección de su partido. Atender a la invitación de Ibarretxe puede ser un simple acto de cortesía que, conociendo el percal, puede resultar caro.

En la lucha política para erradicar el terrorismo de ETA hay que agrupar esfuerzos, claro está. Por eso es bien recibido el nuevo clima que se esboza entre el PP y el PSOE para conducir el pacto antiterrorista. También sería deseable agrupar esfuerzos con el PNV pero, con la segunda losa levantada, sin caer de nuevo en las dirigistas manos del nacionalismo. Juntos, sí, pero sin avasallar.

Nada de vasallos, pues. Como decía el vizcaíno (que no era de Vizcaya, sino guipuzcoano de Azcoitia) a Don Quijote: "Vizcaíno por tierra, hidalgo por mar, hidalgo por el diablo".

José Ramón Recalde fue consejero socialista del Gobierno vasco.

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