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Crónica:VELA
Crónica
Texto informativo con interpretación

"¡Bajad la mayor, nos hundimos!", grito de diana en el 'Movistar'

Carlos Arribas

Son las 3.30 de la mañana, hora GMT (una hora más en España peninsular). Oceano Pacífico. Costa de la Patagonia chilena. Un punto, por debajo del paralelo 55, al oeste del meridiano 70, a 200 millas del Cabo de Hornos. El Movistar navega veloz, a 35 nudos, un foque en el palo, rápido pero seguro sobre olas de cuatro metros. Navega segundo de la flota, a 30 millas del primero, el ABN Amro. Aún es posible alcanzarlo antes de llegar a Río de Janeiro, final de etapa. Es la hora del cambio de guardia. "Estábamos celebrando nuestra última noche en el sur, con ganas de llegar al norte", cuenta Xabier Fernández, uno de los conductores del velero español que participa en la Volvo Ocean Race, vuelta al mundo con equipaje y con escalas. De repente, un terremoto. Una voz. Un grito desgarrador.

"¡Todos arriba, nos estamos hundiendo!"

Es Pepe Ribes, proa del barco, alucinado, que no quiere creer lo que está viendo. Un chorro a presión, una fuente inmensa, está comenzando a hundir el barco. Los tapones que garantizan la estanquiedad de la quilla móvil han saltado. Una vía de agua. El caos. La calma. "¡Bajad la mayor! ¡Nos hundimos!", Pepe sigue gritando mientras alrededor se organizan las operaciones entre los 10 marinos.

La prioridad, la seguridad de los navegantes. Un SOS rápido a las oficinas de la regata. Un aviso a los barcos que les siguen: "enfilad hacia nosotros, no sea que nos tengáis que rescatar". Una parte de la tripulación sacó todo el material, cuidó todos los detalles, pasaportes, chalecos, ropas térmicas -el agua está a 3º-, preparan la balsa para lanzarse al agua si el barco se hunde. La quilla está cubierta de agua, no hay quien la mueva, la velocidad baja muy lentamente, un barco no se puede frenar, pasa de 30 a 20 nudos en un buen rato, no hay quien arríe la mayor, el grupo eléctrico está inutilizado, el electrónico también. El cabo de Hornos, el cementerio del mar, el terrible pasaje en el que chocan Pacífico y Atlántico, está a punto de celebrar un nuevo sacrificio. El agua llega a las rodillas de los tripulantes. Si no se ponen en marcha las bombas de achique, el barco está perdido. Chris Nichloson, el electricisrta, se sumerge bajo el agua helada, bucea, juega con los cables, se juega el tipo, un puente por aquí, un empalme por allí, las bateriás aquí y hágase la luz. Las bombas de achique, milagrosamente, vuelven a funcionar. Uff. "Nos quedamos a diez cenímetros", dice Ribes. Lo cuenta como si acabaran de reparar un pinchazo en la M-30 en vez de salvar la vida y un barco en uno de los lugares más temidos por los marinos.

Al cierre de esta edición, el Movistar, con las bombas a pleno funcionamiento, navegaba a 10 nudos con destino al Cabo de Hornos, donde puntuarán en la meta volante y, después, recorriendo el canal de Beagle, al puerto argentino de Ushuaia, donde espera ser reparado en unas 14 horas.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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