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LA BATALLA DE LOS COMERCIANTES MINORISTAS

"Pienso jubilarme aquí a pesar del gas natural"

Arturo Lorences es uno de los últimos carboneros que quedan en Madrid

Resiste las embestidas de la modernidad rodeado de sacos de carbón. "Cuando mi padre cogió la carbonería en 1957 ya le dijeron que estaba loco y que la aparición del butano lo iba a hundir. Pero logró jubilarse", explica orgulloso. "Ahora hay gas natural y yo intentaré jubilarme aquí también".

La mayoría de carbonerías de Madrid ha terminado rindiéndose al progreso. "Antes había una en cada esquina y salíamos a repartir por el barrio con un carrito", explica. Pero ya no hay negocio para todos. Cuando Arturo empezó había unos 60 carboneros en Madrid, ahora es uno de los pocos supervivientes. "Si va mal, pues a otra cosa", explica quitando hierro al asunto con una sonrisa.

Su padre, un inmigrante asturiano que trabajaba en las minas, emigró a Madrid en los años cincuenta, adquirió una vieja carbonería y se convirtió en el carbonero del barrio. Al principio José pensó en dedicarse a otra cosa. "Con 19 años me fui de casa y me puse a trabajar como viajante de joyería. Pero me cansé, me quité la corbata y me vine aquí. Estoy más cerca de mi mujer y mis hijas, y soy más feliz", asegura mientras va mostrando la vieja carbonería. "En una empresa siempre hay alguien que te está exigiendo, aquí sólo me exijo yo". Marisol, su mujer, lo mira de reojo. "Bueno, y ella". Los dos se dirigen entonces una sonrisa.

Aunque poco, el oficio ha evolucionado. "Antes había que descargar el camión que traía el carbón, lavarlo, cortar astillas... Ahora no hay tanto trabajo". El carbón llega en sacos y está lavado, pero la profesión todavía reviste dureza. Arturo trabaja unas 12 o 14 horas al día. Sirve todo el material a domicilio y "hay que subir mucha escalera". Marisol se queda durante el día en la carbonería atendiendo los pedidos de los clientes. "Cada vez se usa menos en las casas. Con lo del Protocolo de Kioto ha pasado a ser un combustible complicado", explica refiriéndose a las tasas de contaminación permitidas.

Hoy día los principales consumidores de carbón son los asadores, pero "también hay quienes quieren mantener su vieja estufa o les gusta verlo arder en sus hogares". El invierno es todavía su gran aliado y con el calor del verano desciende mucho el volumen de negocio y las horas que le echan.

Los grandes almacenes no son competencia. "Lo que venden ahí es un carbón muy malo y la gente lo sabe. El nuestro es de encina quemada, que es el mejor".

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Cuando ya está cansado de ser interrogado, Arturo habla de sus aficiones. La lectura es una de las principales. Se interesa entonces por el periodismo. "Veremos qué desaparece antes: la prensa o el carbón", añade con una sonrisa.

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