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Columna
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Sectarismo

Rosa Montero

Dentro de un par de días se estrena en España la última película de Spielberg, Múnich. La vi en un pase previo hace algunas semanas y me pareció estremecedora. Es la historia del sangriento atentado cometido en 1972 por extremistas palestinos en los Juegos Olímpicos de Múnich (murieron 11 atletas israelíes), y de la subsiguiente creación de una célula de agentes israelíes que inauguraron la terrible estrategia de los asesinatos selectivos. De la honestidad, de la profundidad y de la potencia de esta película dan fe las innumerables y airadísimas críticas que ha recibido por parte de todo el mundo. Judíos y árabes han arremetido contra el film, algunos sin siquiera haberlo visto, como Daoud, el palestino que ideó el ataque terrorista de Múnich y que, fiel a la estupidez del fanatismo, ya ha condenado ferozmente y a priori la película. En situaciones sociales de extremo sectarismo, como sucede en el conflicto de Oriente Medio, tal vez las únicas posiciones dignas y decentes sean aquellas que te enajenan del apoyo de ambas partes. Y no quiero decir con esto que haya que ser neutral. La equidistancia perfecta es pura pasividad, y la gravedad de los problemas nos obliga moralmente a tomar partido. Pero uno debe comprometerse desde la razón, no desde el dogmatismo. Spielberg se compromete en su película, que es un grito de espanto ante la violencia ciega y la ruptura de la legalidad. Pero por debajo también está esa apreciación humanista e inquietante de la semejanza básica entre los asesinos de uno y otro bando. Los enemigos íntimos llegan a parecerse más que los amigos.

Este valiente esfuerzo de Spielberg por intentar entender un horror que sin duda le lacera (recordemos que es judío) me hace reflexionar una vez más sobre el aumento del sectarismo en España, sobre la creciente crispación, sobre el esquematismo mental que nos asuela. Tengo la desasosegante sensación de que nos estamos volviendo todos imbéciles. Porque creer que nuestras ideas son todas absolutamente acertadas, mientras que las ideas de los demás son todas absolutamente erróneas, ¿no es un síntoma inequívoco de imbecilidad o de locura? Ante el sectarismo, la única opción digna es redoblar la voluntad de seguir pensando.

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