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Análisis:A pie de obra | TEATRO
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Una desesperada vitalidad

Marcos Ordóñez

No siempre acierta el tándem Xavier Albertí/Lluïsa Cunillé (extraña, extrañísima pareja): a veces circunvala el objetivo (Gil de Biedma en Más extraño que el paraíso), a veces lo hunde en un pozo de tedio (San Terry en El peso de la paja), pero cuando sintoniza la frecuencia precisa logra espectáculos tan hermosos, tan densos y tan ligeros como este PPP que han presentado en la sala pequeña del Lliure. Había que volver a Pasolini, más allá de aniversarios. Porque es un clásico, apocalíptico pero nunca integrado, que ilumina (¡y cómo!) nuestro plomizo presente; porque siempre mostró lo que realmente importa y pagó por ello, porque hay que vengar una y otra vez esa muerte. La función bien podría llamarse Tutto Pasolini, porque en una hora y media nos sirven el cóctel completo: la lucidez profética, el humor, el erotismo, la fiereza, y aquella disperata vitalità áspera y constante como decía su amiga Laura Betti. Seis actores recostados contra un muro que parece un paredón. Trajes negros, en la mejor tradición del cabaret literario, pero también guitarras, y una enigmática máscara veneciana, y un silbido que escapa como un pájaro libre y feliz: Lina Lambert silba O sole mío como podría cantar Oh mia patria, si bella e perduta. Oriol Genís ocupa el centro de la escena: es la voz del poeta en su famosa carta a Gennariello, el ragazzo napolitano, su discípulo ideal; ese texto extraordinario en el que el Gran Contradictorio se pronuncia "contra el aborto y a favor de su legalización", esa carta en la que se autodefine como "un tolerado", como un negro en una sociedad racista ("La tolerancia", dice, "es la forma más refinada de condena"); esa carta en la que pretende empujar a Gennariello "hacia todas las desacralizaciones posibles, a no tener miedo de nada, ni respeto por ningún sentimiento establecido" y, al mismo tiempo, enseñarle a rastrear lo sagrado, "que el laicismo consumista ha arrebatado al hombre para transformarlo en un estúpido adorador de fetiches". De repente, un foco ilumina a Gennariello (Tonez Escàmez) completamente desnudo, sentado entre el público, cantándole a su polla - "Che bella cosa na iurnata e sole"- que amanece, radiante: la pureza, la alegría impúdica de la Trilogía de la Vida, sintetizada en una sola y fantástica imagen. En lo alto del muro, en un balcón imaginario, ríe la mismísima Mamma Roma (Montse Esteve), y canta el Lamento per la morte di Pasolini, y baja a la calle para bailar un tango con su hijo Ettore. Hay un árbol a la izquierda del escenario, y recostado en su tronco Jordi Collet va a evocar el primer encuentro sexual de Herminio y Carlo en Petrolio: un polvo salvaje, seco (o apenas ensalivado), doloroso, y luego su burlona cara B, de nuevo Oriol Genís convirtiendo el Fais-moi mal, Johnny de Vian en Fes-me mal, Gennariello, en una descacharrante versión del varietà. Siguen, como una cascada, los regalos, los golpes de luz, las invenciones gozosas. Silvia Ricart, vestida de monja, solicita al Vaticano la beatificación y canonización de PPP. Habla de su fe en Dios (Il Vangelo secondo Mateo) y en el hombre, pese a todo; habla de su martirio y de sus milagros: "¿O no es un milagro filmar 21 películas en 14 años sin ninguna concesión a la comercialidad, y encontrar productor para todas? ¿Y asegurar la supervivencia literaria de la lengua friulana, prácticamente extinguida?". Cuando aún no se han apagado las risas ni los aplausos, Mamma Roma vuelve a cruzar la calle y exige medidas drásticas para la imposible salvación de su país, por no decir del mundo: la prohibición radical de la televisión y la escuela secundaria. No hacen falta fotos en escena para contemplar todos esos rostros adolescentes "aterradores, lastimosamente infelices, máscaras de una integración que no suscita la más mínima piedad: ojos sin brillo, facciones autómatas, gestos de una barbarie primitiva y electrodomesticada". Y del apocalipsis a la poesía, es decir, al fútbol. Xavier Pujolras danza, sobre un silla, "la mano de Dios" de Maradona y PPP irrita ahora a los solemnes: "El mejor poeta del año es siempre el mayor goleador de la temporada. Cualquier gol es ineluctabilidad, fulguración, estupor, irreversibilidad, como la palabra poética". Ahora el estadio se ha quedado vacío y en silencio. Llega el momento del adagio, un adagio furioso: la muerte, el asesinato del poeta. Lina Lambert, sola contra el muro, narra una visita al Museo Criminológico de Roma. ¿Qué queda de un hombre, a efectos judiciales? Una caja de cartón, casi al lado, ironía última, de la de Aldo Moro. Unas gafas oscuras, una ropa pasada de moda, y las huellas, hundidas en la arena de Ostia, de los sospechosos habituales, los soliti ignoti. Y todo el peso invisible de los años de plomo, disparado o insuflado, gota a gota, desde la "dictadura audiovisual del consumo", del neocapitalismo ilustrado, en todos los cerebros. Vuelve la compañía al completo para cantar, a capella, una fuga compuesta por Albertí: "L'Unità, Totó, Saló, Albano y Romina, Il Messagero, Ikea, Fiat, Fiumicino, Leopardi, Forza Italia, Va Fan Culo...".

A propósito de PPP, el espectáculo de Xavier Albertí y Lluïsa Cunillé, en Barcelon

Cae el paredón, se abren las puertas del teatro. Afuera, la plaza del Mercat. Noche, soledad, frío. No arrabales romanos, No Nápoles millonaria y paupérrima. Cruza, oportunísimo, un indiferente coche policial. Jordi Collet recita un último poema: "Hay que ser muy fuerte para amar la soledad". Resuenan, pomposas, inútiles, las frases de los políticos conmemorando la muerte del poeta. Entre las ruinas, como entre las alegres lápidas mecidas por la hierba de los cementerios ingleses, un hombre se arrodilla ante otro porque los dos quieren. La comunión de dos tolerados, en la sombra. Fin. Este espectáculo es una belleza de visión obligatoria. Éste es el espectáculo que nunca financiaría Esperanza Aguirre: por fin cada uno en su sitio. A San Terry le habría fascinado PPP. Y a San Franco di Francescantonio, muerto el pasado agosto, bajo la luna rotunda, irrecuperable, de Fred Buscaglione. Y a San Pier Paolo, por supuesto.

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