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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El nuevo creacionismo

La derecha religiosa norteamericana lleva 80 años fracasando en su intento de erradicar la teoría de la evolución de Charles Darwin de la escuela pública. Cuando se prometía ya la conquista definitiva del derecho de imponer en la educación su verdad religiosa como hecho científico, ha sufrido un nuevo varapalo. Un juez federal ha sentenciado en Harrisburg (Pensilvania) que, en nombre de la separación de Iglesia y Estado, "es anticonstitucional enseñar las teorías del diseño inteligente como una alternativa a la teoría de la evolución en las clases de ciencias de un colegio público". El fundamentalismo religioso acaba de perder una gran batalla en EE UU.

Hace semanas, un consejo escolar de Kansas había logrado abrir las aulas de ese Estado a la doctrina del llamado diseño inteligente, considerado por la comunidad científica como el nuevo disfraz del creacionismo, reformulado en un lenguaje de apariencia científica. Pero profesores y padres afectados en la pequeña ciudad de Dover (Pensilvania) se habían rebelado ya antes contra decisiones similares y acudido a los tribunales. La reciente decisión del juez John Jones no concluye la batalla, pero sí puede disuadir del acoso a la escuela pública.

El envoltorio técnico del diseño inteligente es una estrategia bien calculada. Viendo que todos sus intentos de enfrentar a Darwin con la Biblia se han estrellado con el Tribunal Supremo, el conservadurismo religioso ha hecho un esfuerzo sistemático por suprimir de su discurso toda referencia explícita a Dios y al Génesis, y por presentar sus doctrinas como una mera crítica científica a la teoría darwinista que pueda resultar aceptable ante un tribunal. La sentencia de Pensilvania demuestra que en EE UU existen los mecanismos para que la sociedad se defienda contra lo que ya no puede calificarse sino como superstición. Está en su naturaleza que los fundamentalismos intenten imponer sus verdades. Y en la esencia de los Estados democráticos, que éstos defiendan el acceso a la ciencia, al conocimiento, a la cultura, y a la libertad de culto y debate.

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