_
_
_
_
_
Reportaje:

Viaje al centro de Ciutat Vella

El reportero ausculta el corazón de Barcelona 18 años después de la campaña 'Aquí hi ha gana' y descubre pobreza, paro y soledad

El mes de marzo de 1987 moderé en el Casc Antic de Barcelona una mesa redonda que cerraba la campaña Aquí hi ha gana. En aquella mesa redonda un cincuentón, fontanero de profesión, se levantó a la hora del coloquio y dijo: "Tengo cuatro hijos y todos, como yo, están en el paro. Algunas veces pienso que ya somos suficientes para formar una banda armada y poder ir atracando por ahí". No lo hicieron. Los pobres suelen ser gente de orden. Paco Candel me contó el caso de un vecino, en paro, sin subsidio, tuberculoso y abandonado por su mujer, que estaba angustiado por lo que le podía pasar al morir Franco. "¡Ay, Paco, que igual viene una revolución y lo perdemos todo!", le dijo. Y Paco le respondió: "Con lo mal que te va, una revolución sería la única oportunidad que tendrías para poder ganar algo".

Dieciocho años después de aquella turbulenta mesa redonda, he vuelto a patear el barrio, que ha sido noticia porque los medios de información han denunciado la suciedad, el incivismo, la inmigración y la delincuencia, todo metido en el mismo cesto, como una dramática problemática. Son problemas, no cabe duda. Pero llama la atención que no se haya denunciado un problema mayor, ya enquistado: el barrio, en el que viven 35.000 personas, el 27,7% de ellas mayores de 65 años (5.577) y el 36% inmigrantes (con un aumento del 126% los últimos tres años) debe afrontar el triple problema de la pobreza, el paro y la soledad.

Una pobreza, un índice de paro y una soledad extrapolables a otros barrios de ciudades españolas en los que el número de personas mayores que viven solas y el de parados está 10 puntos por encima del de los restantes barrios de la ciudad. El Casc Antic de Barcelona podría ser el espejo de muchos barrios de España: alto porcentaje de infraviviendas, mala conservación de los edificios, esperanza de vida 10 años inferior a la de los ciudadanos que viven en barrios con mayor salubridad y mayores ingresos económicos, aumento de la población marginal y consiguiente mutación de residentes, siendo los ancianos y económicamente débiles los que se quedan en el barrio viendo, paradojas de la Barcelona del diseño, como en una zona deficitaria en tantas cosas se levanta un nuevo mercado, el de Santa Catarina, cubierto con un tejado tan espectacular como caro."Un despilfarro", según frase de Pilar Mercadé compartida por gente del barrio. En 1987 Pilar Mercadé trabajaba en una farmacia del barrio. El mostrador de la farmacia era un buen puesto de observación para radiografiar los problemas del barrio. La inseguridad ya estaba en la calle. La del robo o la del atraco, pero también la inseguridad que da tener que vivir con 15.000 pesetas al mes. Por eso puso en marcha la campaña Aquí hi ha gana y por eso dejó la farmacia y se inventó Prisba, fundación que le ha permitido escuchar como durante los últimos 18 años los políticos reconocían que en el barrio hay pobreza, paro y soledad, sin actuar enérgicamente para su erradicación. "No se va más allá de unas políticas de contención, no se planifica a corto y medio plazo. No se da la proximidad necesaria entre el político y el ciudadano", afirma Pilar Mercadé, que cree en la providencia en términos cristianos -"alguna puerta se abrirá", dice-, pero no en una Iglesia que usa los templos para ganar dinero con bodas, sin preocuparse de lo que pasa a su alrededor. "Al decir eso, ¿piensa usted en la hermosa y vecina basílica de Santa Maria del Mar?", le he preguntado. Ha reído. Creo que piensa en las muchas Santas Marías del Mar que debe de haber en el mundo.

Ella y otros muchos como ella han seguido adelante sin quemarse porque, si tienes sensibilidad para mirar, la pobreza y la soledad te ofrecen historias mínimas que infunden esperanza. Cuando Prisba abrió su centro de día, una anciana de 90 años preguntaba diariamente al terminar la jornada: "¿Mañana estará abierto?". "¿Por qué tienes esa obsesión de que esto puede cerrar?", le preguntaron. La mujer respondió: "Porque ésta es la primera cosa buena que me pasa en mi vida y tengo miedo de que se acabe".

Prisba ha crecido permaneciendo fiel a una filosofía: "El gran reto que nos planteamos era conseguir que el pragmatismo -la mejor opción posible- y la utopía -la mejor opción deseable- se diesen la mano". Hoy Prisba da trabajo a 35 personas, muchas de ellas extraídas de un mundo de precariedad laboral o exclusión social, en tres locales en los que, reivindicando que allí se trabaja con personas, se han dignificado los espacios para acabar con la idea de que "como se trabaja con pobres, no importa que los locales sean cutres".

El centro de día acoge a 30 personas, y su comedor social, a otras 30.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Un servicio de duchas presta servicio a los que no la tienen en casa, facilitándoles en caso necesario toalla y jabón.

Una tienda de ropa de segunda mano y objetos usados, que van desde una pulsera al Diario íntimo de Sören Kierkgaard que una mano anónima donó sin haber leído según se intuye por el estado de sus páginas, todo a un euro la pieza, permite dar trabajo a ocho personas y ganar dinero para sufragar parte de otros servicios. En la tienda, cuyo alquiler cobra el Ayuntamiento, propietario del local, lo que al defensor del pueblo catalán le parece una vergüenza, también funciona un taller de costura para arreglo de ropa y mucha gente joven del barrio se viste allí por un euro. Hay una chica que compra casi cada día y cuando tiene el ropero lleno vuelve a donar a la tienda los vestidos y las blusas. Se da el gustazo de tener la sensación de vestir de alquiler.

Completan los servicios de la fundación una lavandería que mueve 10.000 kilos de ropa cada mes y tiene como clientes a hoteles de cinco estrellas y un servicio a domicilio para 80 personas, en su mayoría ancianas, que no pueden valerse por sí mismas ni en lo físico ni en lo material.

Como ese anciano de mirada cansada:

-¿Y usted tiene hijos?

-Una hija.

-¿La ve con frecuencia?

-Una hora, una vez al mes. Nos vemos en un bar a medio camino de su casa y de la mía.

-¿Y eso?

-Va muy ajetreada. Vive lejos.

El anciano no expresa tristeza en el tono de su voz. Las cosas son así, el mundo es así, viene a decir con el fatalismo del que asume la soledad como consecuencia lógica de la ruptura de la estructura familiar.

En el Eixample, explican las asistentes sociales que desde hace años se mueven en ambientes degradados, la pobreza es vergonzante. Has de entrar en los viejos pisos y ver encima de la mesa migas de pan y restos de chocolate para intuir que ésa fue la cena; hay que observar el cristal de la ventana, que se rompió y ha sido sustituido por un cartón; se ha de saber leer la pobreza en esos datos y en la observación del paseo matutino del hombre que sosteniendo una bolsa de plástico recorre lentamente la ruta de las papeleras y en las sábanas remendadas y en los abrigos pulcros a primera vista, raídos si los observas con atención. En el Casc Antic la pobreza se ve, se huele, no es vergonzante, te siguen explicando asistentes sociales con experiencia de muchos años en la prospección de la marginación de una clase media en la que la muerte del marido dejó a la viuda con una pensión que no da para vivir en un tiempo en el que la familia nuclear ha entrado en crisis. Por eso, hoy, entre la pobreza vergonzante y la pobreza explícita se da una coincidencia: la nueva pobreza tiene rostro de mujer. Mujer mayor o joven, con hijos a su cargo o inmigrada.

En mi paseo por el barrio me han presentado a Mercedes, nacida en Perú hace 44 años. Asistente social en Lima, el Gobierno de Fujimori le pegó la patada laboral pagándole 920 dólares en compensación por sus 18 años de trabajo. Se gastó 900 en un billete para España, compró chocolatinas para sus hijos con los 20 dólares restantes y pidió prestados 500 dólares para iniciar su aventura soñando hacer dinero y poder regresar a su país para montar un negocio. Lleva 15 años en España. En ese tiempo contrajo un cáncer de estómago, vivió en la calle, se divorció y, como miles de inmigrantes, vio esfumarse el sueño de la fortuna. En Lima tiene dos hijos. Con ella vive una hija de corta edad. Los fines de semana enseña castellano a unos rumanos que le pagan lo que pueden, que no es mucho.

-¿Cuánto gana al mes?

-790 euros.

-¿Envía dinero a sus hijos?

-350 euros mensuales.

-Le quedan 440. ¿Cómo los distribuye?

-Para la comida de la niña en el colegio, 100 euros; para el alquiler del piso compartido, 210 euros; en chucherías para mi hija, 40 euros.

-Le quedan 90 euros...

-Luz, agua, gas...

-¿Comida?

-Me la da Prisba. Para mí y mi hija.

-¿Cuál es el último capricho que se ha dado?

-Dos camisetas de un euro, en la tienda de la fundación. Una para mí y otra para mi hija.

-¿Y los hijos de Lima qué dicen?

-Que no me olvide de enviar dinero cada mes. Sólo me ven como una máquina que les remite fondos. No te preguntan qué te pasa si te notan triste, no se preocupan de tus enfermedades, no se acuerdan de tu cumpleaños.

-¿Sueña con quedarse aquí o con volver a su país?

-Con volver.

-¿Y mientras... ?

-Me pregunto por qué trabajo, para qué vivo...

-¿Y... ?

-Cierro los ojos y me digo: ten esperanza.

En este barrio, espejo de miles de barrios repartidos por la geografía española, ha variado el perfil del drogadicto, que ha dejado de ser heroinómano para hacerse cocainómano, lo que a primera vista es menos desagradable y menos conflictivo, pero a medio plazo acabará siendo igual de destructivo.

En estas calles tan iguales a otras la sociedad es más individualista que hace dos décadas, el sentido de barrio se ha perdido y se acusa la crisis de una renovación generacional de liderazgos.

Calles habitadas por gentes con rostros en los que se lee la dificultad que representa para los ancianos pasar con 295 o 400 euros de pensión mensual y vivir en viejas casas sin ascensor ni ducha, pese a lo cual los alquileres han subido el 37,7% el último trimestre y se pagan 710,85 euros mensuales por un piso de 62 metros cuadrados, 111 euros más que a principio de año, según datos de la Cámara de la Propiedad Urbana. La presión de mafias inmobiliarias sobre inquilinos ancianos para que abandonen sus viviendas con alquileres bajos es tan sutil como tenaz y perversa.

El 60% de las familias del barrio tienen dificultades para llegar a fin de mes y las quejas xenófobas se dejan oír: que si a los inmigrantes les dan más que a nosotros, que si a mí me han negado lo que le han dado a un inmigrante, que me han dicho que no me podían dar lo que he visto que le daban a la negrota de mierda... Son quejas que no entienden de prioridades: el autóctono pobre es el mayor enemigo del inmigrante en estado de miseria extrema, pero hay casos en los que se demuestra que la aproximación de culturas es el mejor antídoto al racismo.

A la anciana le pusieron una joven inmigrante magrebí para ayudarla en sus tareas domésticas. La recibió con recelo. "Esas moras...". La joven inmigrante tenía una hija. "No podré venir mientras mi hija tenga vacaciones de Navidad en la guardería", le dijo la magrebí a la anciana en las vísperas de las fiestas. A la anciana se le hundió el mundo. Se había habituado a la compañía de la inmigrante. "Que venga la niña contigo", le dijo. La niña entró en la casa de la anciana mirando de reojo. "Mira, hasta es mona", pensó la anciana mirándola. "Y además es educada, ya ves tú". Anciana y niña se cogieron simpatía en pocas horas. Las dos acabaron pasando las vacaciones navideñas sentadas a la mesa, con la anciana enseñando a la niña a escribir y a leer. También le contó cuentos. Y al final, abriéndose, la anciana confesó: "He disfrutado en el papel de abuela. Estaba tan sola...".

En este barrio, como en tantos otros, proliferan un sinfín de asociaciones. Cuarenta entidades se mueven por las calles del Casc Antic, cada una de ellas con sus protagonismos a cuesta y celosas de sus espacios. Al otro lado de La Rambla, en el Raval, pasa otro tanto. Hay quien sostiene que la lucha contra la pobreza acaba provocando pobreza mental entre los que la combaten y hay quien opina que cuando el Ayuntamiento paga un buen sueldo a dirigentes de algunas de esas asociaciones, cosa que sucede, la crítica se desvanece como un juego manipulado en el Rey de la Magia, histórico establecimiento que en una calle del barrio aguanta milagrosamente los embates de la juguetería electrónica y la crisis de la imaginación.

En el Casc Antic conviven zonas empobrecidas con zonas de servicios, museos y calles con bares de copas y tiendas de diseño que poco tienen que ver con el entorno comercial del barrio de toda la vida, que, por jubilación de sus dueños o por no saber o poder transformarse, va viendo desaparecer el tejido tradicional de sus tiendas, como antes vio desaparecer el Born y la estación de Francia, centros neurálgicos que le daban vida, dos motores de dinamización económica.

La economista que desde la zona alta de Barcelona llegó un día al Casc Antic para trabajar allí y tomó contacto con la realidad del barrio reconoce, pasados ya tres años de lo que fue una experiencia traumática: "La primera semana fue terrible, no dormía, pensé que no podría seguir trabajando aquí". No le había pasado nada. Simplemente había descubierto un mundo que al niño del selecto colegio de la parte alta convendría que le enseñaran: cuando en la clase les mandaron hacer una redacción sobre qué es ser pobre, el niño escribió: "Ser pobre es que tu padre sea pobre, tu madre sea pobre, el jardinero sea pobre, el chófer sea pobre, las criadas de casa sean pobres".

El anciano que antes de que lo ingresasen en una residencia pagaba mensualmente 300 euros de alquiler y percibía una pensión de 240 euros tenía muy claro qué era ser pobre.

-¿Cómo sobrevivía si ya de entrada empezaba el mes con un déficit de 60 euros?-, le he preguntado a una educadora que se sabe el barrio de memoria a fuerza de patearlo.

-Lo sacaba adelante una prima lejana que repetía que el primo era una buena persona sin suerte en la vida.

-Como tantos otros.

-La prima, por ejemplo. Una bellísima persona que un día tuvo que dejar de ayudar porque la habían despedido del trabajo y la que necesitaba ayuda era ella.

-Joder...

-Si le contase...

¿Qué me contaría? Que hay tiendas del barrio que fían a los clientes de toda la vida sabiendo que un día no cobrarán. Que hay tenderos que en la frugal compra del anciano -más desvalido que las mujeres para moverse por los recovecos de la asistencia social- añaden discretamente un bote de leche o de mermelada. Que hay ancianos a los que se ha sacado de cubículos inmundos en los que malvivían entre suciedad, se les ha ingresado en una residencia y la han abandonado para volver a su cubil porque no soportan la disciplina. Que el viejo inmigrante sin futuro que se lavaba en una fuente y se alimentaba con las donaciones de las tiendas del barrio rechazó educadamente la oferta de volver a su pueblo africano con los gastos pagados porque, dijo, aquí tenía una fuente y en su pueblo de casas de adobe debía andar seis horas para poder encontrar agua.

La educadora me contaría que ahora, como hace 18 años, estos pobres son tan dignos, están tan impregnados de una cultura, que hasta pagan cada mes la póliza del entierro aunque se queden sin comer, con lo barato que resulta esperar de cuerpo presente a que el Ayuntamiento cargue con el muerto. Ahí están, silenciosos, esperando su hora, con la póliza del entierro bien a la vista encima del viejo aparador del comedor. No sea que la muerte llegue sin avisar.

La señora se llama Isabel. Es viuda. Llegó a Barcelona hace muchos años emigrando de un pueblo del sur. La mujer que un día a la semana le ayuda en tareas domésticas y compra se llama Silvia, y dejó su país, Ecuador, cuando el país quebró y la gente huyó en estampida no tanto del hambre como de la desconfianza ante la clase gobernante.

Yo: "¿Cuánto tiempo lleva en España?".

La asistenta: "Tres años. En Ecuador tengo dos hijos y uno aquí trabajando en la construcción, pero el patrón hace dos meses que no le paga".

La señora: "Un sinvergüenza. Son los que hoy viven".

Yo, a la señora: "¿De Silvia agradece más el trabajo o la compañía?"

La señora: "Todo".

Silvia: "Creo que le gusta más la compañía que el trabajo".

La señora: "Ella trabaja y yo hablo".

Yo: "¿De qué hablan?".

Silvia: "Me habla de Franco".

La señora: "Un bribón. Todo para él, todo para él...".

Yo, a la señora: "¿Hijos?"

La señora: "Tres, pero les veo poco".

Yo, a Silvia: "¿Vive usted muy justa?"

Silvia: "Después de enviar 200 euros a mis hijos y pagar 300 de alquiler me quedan 200 euros para gastos. Pero hay gente que vive peor que yo".

Yo, a la señora: "¿Y cómo pasa el tiempo sin Silvia?"

La señora: "Echada en la cama y viendo la televisión. Si tengo ganas, cosa que pasa pocos días, cojo pan seco y se lo voy a tirar a las palomas. Algunas veces voy al club de jubilados y me tomo un cortado, pero hablo con poca gente. En los pueblos se pasaba miseria, pero en la ciudad la gente se habla poco, que es otra forma de miseria. ¿Que el piso está bien puesto? Es bonito, pero es triste porque no hablas con nadie".

Yo, a Silvia: "¿Y usted tiene amigas?"

Silvia: "No. Sólo me relaciono con mi hijo y con las señoras a las que ayudo. ¿Cómo me distraigo? No tengo tiempo. Llego a casa cansada y acabo de agotarme haciendo la cena, preparando la comida del día siguiente, limpiando... Mi distracción es ir a la cama y dormir. Pero me quiero quedar aquí y traer a mis dos hijos. En Ecuador no hay esperanza. Aquí la puede haber".

Hace 18 años los representantes del Ayuntamiento y de la Generalitat que participaban en la mesa redonda dijeron: "Nos comprometemos a solucionar todos los problemas del barrio". La noticia fue acogida por los asistentes con una inmensa risotada colectiva. Si algo ha cambiado es que ahora la gente ya no reiría. Pero en esos años también ha muerto la rebeldía y lo que se palpa es una ciudadanía proclive al grito y la algarada, pero no a la protesta sólida, solidaria. En 1987 los vecinos que llenaron el local en el que se debatieron los problemas del barrio criticaban a los políticos pero creían en la política. Hoy ese vecindario desprecia a los políticos y ha dejado de creer en la política. Es ya un terreno abonado para el populismo.

El mes de diciembre de 1986 entrevisté a Pasqual Maragall, por entonces alcalde de Barcelona:

-¿Constata usted que aumentan las bolsas de pobreza?

-Sí. La miseria se asienta, se enquista en la ciudad porque en otros sitios no tiene ni la oportunidad de expresarse.

-¿Y qué hace el poder político?

-La verdad es que no sabe mucho lo que tiene que hacer.

-¿No hay un tratamiento excesivamente economicista de la pobreza, de la marginación?

-Es que no hay dinero.

-¿Y cómo pedir paciencia al que lo pasa mal?

-Ve y dale pan, pero piensa que no tendrás pan para todos. Olvídate, trata de olvidarte de lo que está pasando realmente.

En esas estamos, a la vuelta de dos décadas. A los que en 1987 se quejaban de que no podían vivir con 15.120 pesetas al mes, el representante el Ayuntamiento en la rueda de prensa les decía: "Paciencia, no se puede hacer todo de golpe". A los que en 2005 se quejan de que no pueden vivir con 300 euros al mes, las autoridades les aconsejan que se dirijan a Cáritas.

A lo largo de los años Pilar Mercadé ha mantenido vivo un ideal: que la prioridad política sean las personas. Paseas por el Casc Antic, conversas con sus gentes, entras en sus casas y tomas conciencia de que ese ideal sigue siendo eso, un ideal, un sueño, una utopía que la política maquilla en tiempo electoral.Como estaba previsto, la ley mantiene algunas excepciones a la moratoria. Las más importantes afectan a las grandes tiendas de venta de coches, barcos, maquinaria y materiales de construcción que tengan más de 2.500 metros cuadrados. Tampoco se verán afectados por la suspensión de licencias las grandes tiendas previstas en planes ya aprobados por los ayuntamientos y los traslados de grandes superficies dentro de un mismo municipio, siempre que el comercio en cuestión tenga más de 10 años de antigüedad.

Pero la Asociación Nacional de Grandes Empresas de Distribución (ANGED), que agrupa a las principales firmas del sector, pone el grito en el cielo ante la nueva prórroga. Un portavoz de la organización empresarial afirma que: "En la ANGED hay honda preocupacion por el hecho de que se amplíe sistemáticamente la moratoria, que siempre debe ser considerada como un instrumento transitorio. Pero sumamos ocho años de moratorias y se están convirtiendo en el eje central de una política de freno a nuevas aperturas, sin un debate que pueda orientar inversiones, plazos de aperturas y servicios a los consumidores", añade esta patronal.

El PP, en contra

CiU, que retiró su enmienda a la totalidad de la ley la semana pasada al aceptarse parte de sus propuestas, no hará casus belli del alargamiento de la moratoria, según Oriol Pujol, diputado y ponente de la ley. El PP, en cambio, está en desacuerdo. "No aceptamos más retrasos y no nos es suficiente que se diga que no se quiere agotar el plazo", recalca el diputado de este grupo Josep Llobet. "Alargar la moratoria creará inseguridad jurídica porque la enmienda que han introducido es contradictoria con otras disposiciones de la ley", agrega Llobet.

La tramitación parlamentaria de la ley que regulará la apertura de grandes comercios -a partir de 2.000 metros cuadrados en las ciudades de más de 25.000 habitantes- se aceleró la semana pasada. Los grupos del tripartito -PSC, ERC e ICV- y CiU han pactado varias enmiendas para tratar de frenar el avance de algunas cadenas multinacionales de electrónica, artículos deportivos, electrodomésticos y cultura que se han hecho fuertes en pocos años en superficies de menos de 2.000 metros cuadrados, el umbral a partir del cual se precisa licencia de la Generalitat en las grandes ciudades.

Junto a la moratoria, a través de una enmienda al proyecto de ley se pretende que los negocios de artículos deportivos y productos de línea blanca y marrón tengan un tratamiento diferenciado en el decreto que otorgará la superficie disponible para abrir tiendas.

Mientras que la ANGED está en contra de la nueva moratoria, la principal patronal de pequeños comerciantes, la Confederación de Comercio de Cataluña (CCC), pide restricciones adicionales en la nueva ley que frenen el avance de algunas grandes y medianas cadenas. "No apoyaremos la ley si no recoge que en las grandes ciudades, Barcelona y L'Hospitalet principalmente, se considerarán grandes superficies comerciales las que tengan más de 1.000 metros cuadrados en los sectores de equipamiento de la persona, hogar y artículos deportivos", afirma el secretario general de la CCC, Miquel Àngel Fraile. "Es inexcusable hacerlo porque ahí viven cerca del 30% de los habitantes de Cataluña y está el 40% de la renta disponible", añade.

Cataluña es una de las comunidades autónomas con menos presencia de grandes centros comerciales. Según la Asociación Española de Centros Comerciales (AECC), que preside Javier García-Renedo, a mediados de este año había 91 en Madrid, 48 en la Comunidad Valenciana y 44 en Cataluña, pese a tener las dos primeras menos habitantes que ésta. En Andalucía, con un millón de habitantes más que Cataluña, había 80 centros, según la AECC.

Según el Departamento de Comercio, que dirige el consejero Josep Huguet, entre los años 2002 y 2004 la Generalitat autorizó 11 grandes centros comerciales. Sólo tres de ellos tienen más de 18.000 metros, y están en Castelldefels, Barcelona y L'Hospitalet de Llobregat. El resto de los autorizados van desde uno de 14.000 metros cuadrados en Salt a otro en Viladecans de similar superficie, pasando por instalaciones de 3.793 metros en Barcelona y de 6.360 en Reus, además de otras más pequeñas.

La Generalitat mantuvo durante toda la etapa de CiU en el Gobierno una política restrictiva de apertura de grandes centros. El Gobierno de Pasqual Maragall quiere cambiar el criterio, pero manteniendo una posición de signo restrictivo en la concesión de licencias. En adelante, predominará el criterio de permitir las implantaciones en las "tramas urbanas consolidadadas" y desplegar en un decreto posterior el mapa donde podrán instalarse las empresas en las más de 50 poblaciones capitales de comarca o con más de 25.000 habitantes. A falta de aprobar la ley y el decreto, el consejero de Comercio ya ha advertido de que "la nueva ley no será una barra libre" y de que "si hay zonas que están saturadas comercialmente, no se permitirá la apertura de más grandes superficies".

Dos inmigrantes conversan en la plaza de En Marcús, en el Casc Antic de Barcelona.
Dos inmigrantes conversan en la plaza de En Marcús, en el Casc Antic de Barcelona.MARÍA MARTÍ

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_